La profundidad de la crisis económica doméstica nos ha hecho olvidar una de mayores proporciones que, tomando las medidas adecuadas, puede convertirse en un gran aliado para crear prosperidad en las naciones.
Los psicólogos denominan sesgos cognitivos a ciertos patrones de pensamiento que crean automatismos que nos hacen tomar decisiones muchas veces estúpidas, por muy inteligentes que seamos o nos creamos. Imperfecciones en nuestro razonamiento lógico que funcionan como el ángulo ciego de los espejos retrovisores. Ejecutamos maniobras suicidas, pese a la obviedad de una situación.
Si echamos un vistazo al periodo entre los años 1980 y 2009, según el Banco de España, la deuda total de España y de los españoles pasó del 108 al 366 % del PIB. La de los hogares y empresas se duplicó y la de la banca se multiplicó por ocho. El resto de la historia ya se conoce, el virus que precipita el pánico y el comienzo de una crisis sin precedentes y por lo que se apunta, de largo plazo.
Por otro lado, según el informe “Living Planet” de WWF, también a partir de los años 80 los seres humanos superamos por primera vez en la historia de la humanidad la biocapacidad del planeta. Es decir, el punto a partir del cual la Tierra no es capaz de reponer los recursos que de él extraemos. El año pasado, según los cálculos de los mismos autores, ya consumíamos recursos equivalentes a los de un planeta un 60 por ciento mayor.
Aunque aparentemente diferentes, ambas crisis tienen el origen común. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y lo sabemos. Existen señales físicas y financieras que nos indican que ambas deudas se encuentran superpuestas, y que no es posible salir de una realmente sin atender a las complejas relaciones que existen entre sí.
Buscar soluciones a esta situación de doble déficit sin precedentes está probablemente solo a la altura de aquellos talentos que fueron capaces de guiar la salida de la sociedad occidental ante encrucijadas semejantes. Revitalizar el tejido económico a partir del esfuerzo personal y de la inversión pública, parece que no convence, seguramente porque los mercados no creen que nuestros políticos actuales sean Keynes o Roosevelt. Por otro lado, las soluciones propuestas a través de la expiación de pecados con políticas de austeridad no parecen favorecer la situación. Y, por si fuera poco, con tipos de interés a corto plazo cercanos a cero, la política monetaria convencional se encuentra prácticamente agotada.
Este verano, Paul Krugman, premio Nobel de Economía, y uno de los economistas más influyentes en la actualidad, argumentaba durante una entrevista, que la única forma de volver a la prosperidad sería realizando un esfuerzo inversor equivalente al de otra II Guerra Mundial. Un fenómeno exógeno que justifique sin paliativos una transformación en el sistema productivo.
Por suerte ni Krugman ni nadie en su sano juicio está por la labor de reeditar la atrocidad devastadora de una Guerra, pero… ¿y si esa temible guerra se estuviera librando de forma silenciosa en la crisis del planeta? Una guerra que, además de dejar 25 millones de bajas anuales por hambre y enfermedades, amenaza de forma evidente el desarrollo diseñado en el siglo XX.
Visto así, deberíamos preguntarnos si la gran burbuja de la especulación que hemos creado alrededor de la destrucción de los ecosistemas y la alteración del clima, podría ser igual o más grave y urgente que la crisis financiera; o quizá, por el contrario, pudiera convertirse en esa gran causa externa que diera lugar a un nuevo “new deal”.
Tenemos ejemplos de cómo la regulación ambiental se ha mostrado eficaz para reactivar y modernizar el tejido productivo, y también para crear puestos de trabajo. El uso de la fiscalidad ambiental también se ha mostrado de gran utilidad para enviar señales a los ciudadanos de los costes ocultos – externalidades ambientales – que tiene el consumo y de paso recuperar fondos que permitan proteger los activos naturales o la protección social.
Estas políticas deberían sin duda formar parte de las reformas pendientes a realizar ahora, sin billetes en la caja, actuar en esta dirección requieren de dosis de creatividad adicional para promover la inversión, esta vez tratando de atraer fondos privados.
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