El protagonismo de la economía china en la esfera internacional parece no tener límite. En los últimos meses hemos sido testigos de hechos que no hacen más que contribuir a la creencia ya generalizada de que China se convertirá en la primera potencia mundial, tanto en términos económicos, como geopolíticos y estratégicos.
Por un lado, China ha sido el principal impulsor de la creación del denominado banco BRICS, un banco con sede en Shanghái destinado a la financiación de inversiones en infraestructuras y proyectos orientados al desarrollo sostenible en países emergentes, el cual contará también con un fondo para atender necesidades de reservas internacionales en periodos de crisis. Las estimaciones indican que en cinco años la entidad alcanzará unos recursos de 200.000 millones de dólares, lo que consolidará la situación financiera de sus miembros, así como la colaboración en sectores estratégicos tales como el energético, el científico y el tecnológico.
Por otro lado, el pasado mes de julio el presidente Xi Jinping visitó América Latina, con la mirada puesta en la región, ya no sólo como área suministradora de recursos naturales, sino también como atractivo lugar de inversión y firma de alianzas estratégicas en sectores como las infraestructuras, las telecomunicaciones y la banca. Los resultados y repercusiones de esta intensificación de relaciones tendrán un importante efecto global, mucho más del que supondrán para la región en sí misma.
Por último, el reciente récord mundial en la salida a bolsa del gigante chino de comercio electrónico, superando a la registrada en 2010 por un banco chino, da muestra del enorme potencial que atesoran las multinacionales chinas a nivel global, especialmente en sectores en los que no estaban presentes hasta hace pocos años: finanzas y tecnología.
En este contexto de mayor presencia internacional de la economía china, desde KPMG venimos observando desde hace meses un creciente interés por parte de las empresas chinas en invertir en España o en activos de empresas españolas, con la energía, el turismo, el inmobiliario, la alimentación y el industrial a la cabeza de las preferencias sectoriales. En este sentido, la visita oficial realizada esta semana por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tiene como objetivo incrementar los flujos comerciales y de inversión en ambas direcciones.
Sin embargo, China se enfrenta a no pocos retos internos que pueden influir en un futuro en el rol a desempeñar dentro de la comunidad internacional. El pasado noviembre, en la reunión plenaria del partido comunista chino, se anunció un amplio proceso de reformas con el fin de dar protagonismo a las fuerzas de mercado. El rápido crecimiento experimentado en la última década ha generado una serie de ineficiencias que se han puesto de manifiesto con el menor crecimiento registrado en los últimos años y gran parte de las medidas anunciadas van encaminadas a corregir estos desequilibrios.
China tiene ante sí el desafío de continuar aumentando el número de ciudadanos que pasan a formar parte de su clase media urbana, sin que ello contribuya al agrandamiento de la burbuja inmobiliaria que se empieza a detectar y con especial interés en la sostenibilidad medioambiental. Este incremento de la clase media urbana se presenta imprescindible en la hoja de ruta del gobierno chino, dado su objetivo de sustituir inversión pública por consumo interno como gran motor de la economía. En la actualidad, según datos del Banco Mundial, el consumo privado solamente supuso el 34% del PIB de China, muy por debajo de los porcentajes que registran los países desarrollados.
A su vez, otra de las iniciativas destacadas es el mayor grado de apertura en la recepción de inversión extranjera. El gobierno chino es consciente que debe aminorar su elevada presencia en la economía, fomentando la presencia extranjera a la vez que la propiedad mixta, especialmente en el sector financiero, que actúa como dinamizador del resto de la economía. El principal ejemplo de apertura lo vemos en la zona piloto de Libre Comercio de Shanghái, inaugurada en septiembre de 2013, y en la que ya se han registrado en torno a 700 empresas extranjeras.
En definitiva, la sostenibilidad interna de China, y por lo tanto, el mantenimiento e incluso incremento de su protagonismo en el ámbito internacional pasa por el aumento de la iniciativa privada y la progresiva reducción del intervencionismo del Estado, lo que implica un reequilibrio de fuerzas de forma rápida y, muy probablemente brusca, que no sólo afectará a sus protagonistas, sino también a toda la comunidad económica internacional.
David Höhn, socio responsable de la Práctica China de KPMG en España
Fuente: El Economista. Publicado el 26 de septiembre de 2014
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