Cuando a Warren Buffett le piden la receta que le ha mantenido tantos años como uno de los inversores de mayor éxito, siempre recomienda el mismo libro, “The intelligent investor”. Escrito por primera vez en 1949, tiene el objetivo de disuadir a los inversores de tomar decisiones persiguiendo la avaricia o el miedo.
Si fuera posible invertir en un mercado perfecto, seguramente sería muy difícil ganar dinero en Bolsa. Pero los participantes en el mercado saben muy bien que la información que manejan no es completa y que se encuentran bajo la influencia corrosiva de sus propias emociones.
Tan compleja es la interpretación de este comportamiento irracional del mercado – o de Mr. Market, como Benjamín Graham lo denomina en su libro – que son muy pocos los gestores que logran batir los principales índices generales con sus carteras de valores en el medio plazo.
Este ejercicio, que es, sin duda, el reto diario para analistas y gestores, se convierte en una pesadilla en momentos en los que la desconfianza se apodera del parqué.
El avance de la regulación sobre rigor y transparencia del mercado de valores en España ha sido muy relevante. Sin embargo reciente y, en demasiadas ocasiones, la legislación se ha elaborado como reacción a episodios de crisis de confianza. Tan sólo hay que pensar que la obligatoriedad de disponer de una comisión de auditoría para una empresa cotizada es de 2002. Introducida, por cierto, precariamente a través de una disposición adicional en la Ley Reguladora del Mercado de Valores tras los escándalos sabidos de la época.
Desarrollar una regulación inteligente para hacer más robusto y sencillo el acceso al sistema es una tarea difícil. Pero lo es todavía más cuando existe la urgencia de disponer de mecanismos de financiación complementarios del crédito bancario, pocos inversores institucionales y poca costumbre de invertir en instrumentos de financiación de empresas no financieras.
Y aun así, no existirá un sistema a prueba de piratas. A la luz de los hechos recientes además de una regulación inteligente, releer algunos principios que guían a los inversores del libro de Graham nos reconcilia con el sentido común. Recomendaciones que bien sirven para esos inversores también inteligentes y para las compañías que desean atraerlos.
Se dice que no se debe confiar en una empresa en la que su primer ejecutivo no sea capaz de explicar por qué existe su empresa. Y es que el negocio y la forma en la que la compañía crea valor deben ser sencillos y entendibles.
Colocar ahorros o los ahorros de otros en proyectos que no somos capaces de comprender bien es irresponsable y esencialmente estúpido. Hoy en día, aun en un mismo sector las compañías se parecen menos de lo que parece. Aunque todas ellas consideren un objetivo crear valor para sus accionistas, tienen modelos de negocio diferentes y atienden a intereses distintos.
Para ello algunas cosas tienen que cambiar en la manera en las que las compañías explican sus proyectos. Muchas lo saben y comienzan a desarrollar nuevos formatos de información corporativa dirigidos a poder ser legibles a aquellos de los que quieren sus ahorros. Regidos por el dime qué cuentas y te diré qué tipo de inversores encontrarás, las empresas que tienen su vista puesta en los inversores a largo plazo, son capaces de explicar cómo ven el futuro y a ellas en él. Un nuevo formato de comunicación corporativa cada vez más bidireccional, cercano y útil para aquellos cuya opinión cuenta.
Y para ello, analicemos cómo las identifican los inversores institucionales. Aquellos que manejan volúmenes de activos equivalentes al PIB español, y que toman decisiones sobre las empresas en las que han invertido, pero no tienen tiempo ni recursos para estudiar su estrategia con detenimiento todos los años. Éstos tienen en cuenta de forma determinante algo muy simple: quiénes y cómo toman decisiones.
El auge del protagonismo del gobierno corporativo ha venido de la mano de los inversores y no del regulador. Éstos saben que las empresas con órganos de gobierno y dirección bien diseñados son más efectivas y se equivocan menos. El regulador que desea atraer capital al mercado que interviene —y de esto tenemos mucho que aprender— trata de apoyarse en el desarrollo de principios de buen gobierno para mejorar sus empresas, y sobre todo hacer más atractivo su mercado en un mundo en el que los inversores hablan en inglés.
Cuando se habla de diversidad en los consejos de administración, de la presencia de profesionales independientes o de asesoramiento externo, no se trata de una moda. Se trata de mejorar el trabajo de un equipo humano y de sus procesos de toma de decisiones con mejor información y sentido crítico, evitando el efecto confirmatorio y el clientelismo.
Por eso no es de extrañar que los inversores inteligentes se pregunten cada vez más por la gestión del riesgo, por su trabajo y por el modo en el que los consejeros y miembros de la dirección son retribuidos. Los sistemas de incentivos son un indicador sintético de la filosofía de una empresa. Aquellos que priman el corto plazo son más vulnerables a prácticas impropias que aquellos que diseñan esquemas de remuneración que premian el largo plazo.
Las obligaciones de las organizaciones con aquellos a los que sirven son una mezcla compleja de leyes, regulación, contratos, usos y costumbres. Las compañías son grupos humanos que comparten una manera de hacer. Aun con lo formal en perfecto estado de revista, los valores que rigen el comportamiento individual constituyen el elemento diferencial.
Para evitar sorpresas, el comportamiento y trayectoria de los gestores se encuentra cada vez más bajo su escrutinio. Los inversores buscan depositar su confianza en equipos capaces de imponerse sobre la incertidumbre del corto plazo. Esto es lo que se ha venido a definir como disponer de una cultura de la confianza. Un activo que se puede convertir en determinante en un momento en el que se dispone de multitud de herramientas para la simulación y la ficción.
A simple vista, nada debería sorprender de estas entresacadas recomendaciones del libro de Graham. Al fin y al cabo fueron escritas y vienen siendo leídas desde hace 65 años. Pero, como me dijo en una ocasión Ferran Adrià, la mejor innovación para un pequeño restaurante es seguramente llevar un buen sistema de costes. Pidamos inteligencia a la nueva regulación, pero no olvidemos lo peligroso que es tomar decisiones persiguiendo la avaricia o el miedo.
Autor: José Luis Blasco. Socio responsable de gobierno, riesgo y cumplimiento de KPMG en España.
Fuente: El País. Publicado el 31 de agosto de 2014
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