La triste e inesperada noticia del fallecimiento de Emilio Botín, Presidente de Banco Santander, provoca, al margen del reconocimiento de la grandeza de la persona, y del personaje, el doble ejercicio de valorar su trayectoria y la reflexión sobre los retos de la nueva etapa que comienza.
El Banco Santander actual es obra fundamental de Emilio Botín, acompañado del equipo del que supo rodearse. Es la tarea de toda una vida recompensada por el éxito de ver transformarse a un pequeño banco regional en una de las mayores entidades financieras del mundo. Un auténtico banco global.
Una pequeña anécdota personal. La noticia del fallecimiento me llegó al tiempo que embarcaba para dirigirme a una ciudad europea en la que se está celebrando una jornada sobre regulación financiera. Basta con analizar la lista de ponentes y asistentes a ese encuentro (de cuya profunda tristeza dejo testimonio público) para constatar el gran salto adelante que han dado el Banco Santander y los otros grandes bancos españoles. No ha sido un cambio puramente cuantitativo, se ha producido una transformación que partió de no sentirse menos que nadie y capaces de todo.
El cambio en la presidencia del Banco Santander se produce en un momento de aparente calma, o de transición para todos los bancos globales, y los grandes bancos españoles lo son. El inicio de esta nueva etapa se refleja en aspectos diversos:
En primer lugar, la situación económica global, y también la española, ha mejorado, permitiendo también una evolución favorable de las condiciones de financiación de las entidades. Las dudas, tensiones y problemas de hace unos años y, en particular, del año 2012, parecen haber quedado atrás. Aunque lógicamente queda mucho por hacer y, sobre todo en España, necesitaremos más crecimiento y empleo, las buenas noticias van superando a las malas.
En segundo término, las entidades, incluso las que se encontraban en mejor situación, han avanzado notablemente en su proceso de reestructuración, saneamiento y recapitalización, de modo que han pasado a ser más fuertes, más eficientes y también más grandes, por el efecto de la consolidación.
El cambio regulatorio se encuentra prácticamente concluido (aunque quedan algunos elementos pendientes que se debatirán en la próxima reunión del G-20 y que afectarán, sobre todo, a los grandes bancos globales) y estamos comenzando ahora la fase de implementación efectiva y aplicación. La nueva regulación afecta a aspectos fundamentales del negocio bancario y lo condicionará de forma intensa. Las entidades que entiendan mejor esos cambios y sepan adaptarse anticipadamente a ellos serán las ganadoras.
Por último, está a punto de comenzar el funcionamiento del mecanismo único de supervisión de modo que, a partir de noviembre, el BCE será el supervisor de los grandes bancos españoles, lo que representará un cambio fundamental. De nuevo, los esfuerzos que están realizando los bancos para adaptarse a ese nuevo paradigma, merecen ser destacados.
No obstante todo lo anterior, la agenda de las entidades financieras vendrá sobre todo determinada por la necesidad de transformar su modelo tradicional de negocio, afrontar el reto tecnológico y mantener su rentabilidad en un contexto de tipos anormalmente bajos.
La rentabilidad de un banco no es una cuestión menor. De ella depende su solvencia tanto por la vía de los beneficios no distribuidos como también por su capacidad de atraer a unos inversores que se disputarán todos los bancos del mundo, que competirán por atraer a esos inversores, siendo su expectativa de rentabilidad la clave.
Son retos, sin duda, muy relevantes, pero que el Banco Santander, al igual que los otros grandes bancos españoles, puede afrontar con la tranquilidad de la experiencia y la calidad del equipo que lo gobernará a partir de ahora liderado por Ana Botín, de la realidad de la entidad y el mérito de su historia reciente, de la que, sin duda, Emilio Botín ha sido una parte realmente fundamental.
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