Barack Obama hizo detonar el pistoletazo de salida. El 12 de febrero de 2013, durante su intervención ante el Congreso americano en el debate sobre el Estado de la Unión. Ese día, el presidente estadounidense desempolvó por tercera vez la Caja de Pandora. Ofreció a Europa la apertura de negociaciones para la creación de una alianza de libre comercio e inversiones. Al otro lado del Atlántico se recogió de inmediato el testigo. A pesar de los dos intentos tan serios como vanos de sellar el controvertido Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP). El primero, el auspiciado por la Alemania de Helmut Kohl en 1995, que emprendió su periplo negociador a finales de los noventa con Leon Brittan como comisario europeo del ramo. Y el segundo, con otro británico a los mandos del Viejo Continente —Peter Mandelson—, en 2007.
Obama, en consecuencia, sigue la estela de sus dos antecesores en el cargo, Bill Clinton y George W. Bush, bajo cuyas administraciones se emprendieron sendas negociaciones para ensamblar a la principal economía mundial (con un PIB de 12,6 billones de euros, una población de 312 millones y una renta per cápita de 40.200 euros) con el primer bloque comercial (mercado de 12,9 billones de euros y 500 millones de consumidores y unos ingresos individuales de 25.600 euros). Desde el otro lado del tablero, Europa retoma esta estrategia con un nuevo Ejecutivo, que ha otorgado la responsabilidad de dirigir la soberanía comercial de la Unión a la comisaria sueca Cecilia Malmström.
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