Todo está conectado. Es el leitmotiv de los últimos meses y, seguramente, marcará el devenir tecnológico durante el próximo lustro, hasta los albores del tentador año veinte-veinte. Teléfonos, coches, neveras, relojes, gafas, zapatos, raquetas, cepillos de dientes, todos inteligentes, todos conectados, recopilando información sobre nuestros hábitos y comportamientos, cruzándolos, analizándolos y devolviéndonos… ¿conocimiento?
Pero… ¿para qué? ¿Por qué? La respuesta es sencilla y va grabada a fuego en la condición del ser humano: “Lo hago, simplemente, porque puedo hacerlo”. Igual que ocurrió en otros momentos de revoluciones tecnológicas, el uso se mezclaba con el abuso y se desarrollaban productos y soluciones, no porque fueran útiles, sino simplemente porque el grado de desarrollo alcanzado en ese momento nos lo permitía.
Llegados a este punto, tenemos dos formas de evolución: debemos hacer lo que queramos con la tecnología o, por el contrario, tenemos que permitir que ésta haga con nosotros según le plazca.
Seamos nosotros los inteligentes.
El análisis de datos masivo, la ingente recopilación de información de todos los individuos, ofrece muchas posibilidades en muy diferentes ámbitos, pero ha llegado el momento de plantearse que es lo que queremos compartir, qué información estamos dispuestos a “sacrificar” de nuestra privacidad para obtener qué conocimiento.
¿Te has planteado cuantas de las aplicaciones existentes en tu móvil tienen acceso a tus fotos, agenda de contactos, registro de llamadas, historial de navegación o acceso a tu localización en todo momento? ¿Necesitamos saber los pasos que hemos dado en un día para sentirnos mejor o peor a cambio de registrar todos nuestros movimientos de la jornada? ¿Para compartir la ubicación con nuestros amigos por una app de mensajería es necesario que esta tenga acceso a la misma en todo momento?
Nuestra huella digital es enorme, y eso quesólo acabamos de empezar. Pensemos que el 80% de la población en España no lleva más de 5 años utilizando redes sociales o Smartphones, ¿Cómo estaremos a este ritmo dentro de 10 o 20 años?
Mi vida sin mí.
Con la cantidad de información que una persona ha podido compartir, consciente o inconscientemente, sobre sí mismo, existen algoritmos capaces de generar patrones sobre su comportamiento, gustos o preferencias, de manera que puedan ofrecerle servicios, productos o experiencias completamente ajustadas a su perfil. Cada uno decide si le compensa o no.
Pero si vamos un paso más allá, estos mismos algoritmos que estudian en detalle tus comportamientos, son capaces de reproducir tu siguiente movimiento de manera predictiva, serían capaces de, según tus preferencias, escribir tu próximo tuit o tu siguiente estado en facebook, con las gotas adecuadas de inteligencia artificial y la información que has ido compartiendo, serían capaces de actuar como tú, de ser tú.
En un futuro cercano e inquietante, aunque nuestros cuerpos trasciendan al lapso temporal en que hayamos vivido, nuestras personalidades digitales podrán seguir su propio camino, haciendo tu vida, pero sin ti.
La privacidad es un valor en alza.
Por todo esto, conviene no dejar de lado la privacidad, plantearnos qué compartimos, por qué y con quién, y sobre todo si la información que están recopilando sobre nosotros es necesaria y proporcional para el uso que se le va a dar.
A nivel internacional se están dando pasos importantes para marcar esta línea, los cuales se verán reflejados a nivel europeo con la nueva Directiva en privacidad pendiente de ser aprobada y que tendrá su transposición en la legislación española.
Se avecinan avances, cambios y luchas de intereses, de los que seguro, os mantendremos informados en este blog.
Un post escrito por Javier Aznar, Manager del departamento de IT Advisory de KPMG España o quizá sea un algoritmo que ha estado estudiando sus últimas publicaciones.
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