Un aspecto que olvidamos, inmersos en la vorágine “climatocontagiosa” de las Cumbres, es que los aquí reunidos no tratan solo de dilucidar si son suficientes o no las medidas a tomar para frenar el calentamiento global. Además, tienen que responder a un proceso formal de negociaciones diplomáticas con su dinámica y liturgia particulares.
Se dice que la primera vez en la que la agenda climática necesitó seriamente de la atención de los diplomáticos, fue durante la primera crisis del gas en Europa. La dependencia energética europea asustó a los gobiernos, uniendo la agenda climática y la energética para no volverse a separar.
De la misma forma que hoy no es posible negociar asuntos de energía sin pensar en sus consecuencias climáticas – y viceversa – tampoco lo es ignorar el papel que juega el contexto político de los países sentados en la mesa de negociaciones aquí en París.
Así puede resultar curioso que en los compromisos de reducción que han remitido ya 158 países a Naciones Unidas, nos encontremos con alusiones a la península de Crimea o alegatos en contra de la economía de mercado.
Si tiene la curiosidad de conocer las cartas de compromiso de reducción de emisiones que los diferentes países están enviando – INDCs en la jerga climática – la UNFCCC permite la consulta de los originales.
Pero sería injusto decir que en París las delegaciones presentes no estén interesadas en llegar a un acuerdo. En cada declaración de los representantes de las delegaciones se puede observar el sentimiento común de estar viviendo una circunstancia histórica de cuyo resultado son responsables. Como también lo son las evidentes diferencias sobre las características que debe tener el futuro acuerdo para que de un lado se pueda hacer realidad el objetivo de no aumentar la temperatura global de 2ºC y de otro sea aceptable posteriormente por parlamentos nacionales dominados por agendas domésticas.
El ya denominado “Acuerdo de París” que se prepara tendrá, con cada vez más seguridad, un aspecto de acuerdo internacional legalmente vinculante con un objetivo común y responsabilidades diferenciadas. Es decir, un marco en el que los países de forma unilateral tendrán que volver a remitir antes de una fecha sus compromisos de reducción para el periodo 2020-2030 aprobados por sus Parlamentos nacionales– esperemos que con un formato más homogéneo –. Una fórmula que parece, a la luz de las declaraciones de estos días, aceptable para los negociadores norteamericanos. Pero estos saben mejor que nadie, que cualquier acuerdo al que se llegue en Paris encontrará la fuerte oposición de un Congreso de clara mayoría republicana.
En la vanguardia podemos encontrar al equipo de la UE tratando de impulsar una revisión cada cinco años de los compromisos nacionales que acelere el acercamiento al objetivo de los 2ºC, así como el poder contar con un sistema de monitorización del cumplimiento único, independiente y transparente.
Formando parte esta pieza de la negociación se encuentra también la determinación de la presidencia de la COP de fijar un ambicioso y claro objetivo de largo plazo para las siguientes negociaciones. Este podría llegar a ser una declaración política sobre eliminación completa de las emisiones fósiles al final del siglo, con una meta intermedia de reducción de entre 70-80% en el año 2050.
Para impulsar esta y las otras tres piezas clave del acuerdo – las acciones previas a 2020, la financiación y aspectos de la articulación del acuerdo – la diplomacia francesa se está empleando a fondo. El Presidente de la COP y Ministro de Exteriores Laurent Fabius, ha designado 14 facilitadores de diferentes países que tratarán de desatascar estos días las dificultades que pudieran surgir para llegar a un acuerdo al final de la semana.
En los pasillos hoy de la Cumbre hay optimismo. Un sentimiento de estar por el camino correcto, pese a los importantes asuntos que quedan por resolver. Pero como les gusta decir a los diplomáticos por aquí, nada está acordado hasta que finalmente todo está acordado.
Deja un comentario