A lo largo de los próximos tres días la ciudad suiza de Davos se convertirá en el epicentro de la actividad política y económica mundial. Una cita que ayudará a marcar la agenda de las grandes tendencias globales en un momento de la historia único que ya se ha calificado como la era de la cuarta revolución industrial. Las tres primeras revoluciones industriales trajeron la mecanización del trabajo, la producción en masa e Internet. En esta nueva época de transformación, el imparable desarrollo de la tecnología y la conectividad se erigen como los grandes motores del cambio. Las fronteras entre el mundo físico y virtual se desdibujan y obligan a cambiar radicalmente la forma de concebir la sociedad, la política y los negocios.
En estos tiempos en los que el cambio es la nueva normalidad, algunos datos subrayan la profundidad del momento histórico que atravesamos. Según Naciones Unidas, alrededor de 3.200 millones de personas tienen ya acceso a Internet y en solo cuatro años se espera que más de 25.000 millones de dispositivos estén conectados. Todo este desarrollo está teniendo efectos evidentes en una economía que no puede entenderse más que de una forma global e interconectada. Los modelos de negocio de cualquier industria están obligados a transformarse y a aprovechar las oportunidades que ofrece esta nueva era de la conectividad.
El Big Data, un concepto que para muchos se entiende aún de forma vaga, será probablemente una de las mayores fuentes de innovación y de creación de valor para las empresas y Gobiernos: el aprovechamiento de los miles de millones de datos generados cada día en cualquier actividad abre unas posibilidades inmensas de desarrollo y generación de riqueza. Pero el desarrollo tecnológico también conlleva nuevas amenazas ante las que el mundo debe prepararse. Según el CEO Outlook, el informe global que KPMG ha realizado encuestando a más de 1.200 CEO, el 29% apunta a los ataques cibernéticos como el riesgo que mayor impacto puede tener en sus negocios. Esta amenaza no debe afrontarse solo mediante una estrategia reactiva sino que significa una oportunidad para mejorar la lealtad y la experiencia de los consumidores.
La ecuación resulta aún más compleja cuando todo este imparable desarrollo tecnológico se encuadra en un contexto de enorme incertidumbre macroeconómica y riesgos geopolíticos. Sería un error concebir cualquier estrategia económica o política sin mirar más allá de nuestras fronteras. Tras la gran crisis económica y financiera de Occidente, el nuevo escenario apunta a un crecimiento global más moderado y volátil que perdurará durante años. Los países emergentes y China son el gran foco de incertidumbre mientras las economías desarrolladas aún se desperezan de una crisis que no ha terminado de disiparse, como aún evidencian los datos de desempleo en países como España. El brusco descenso de las materias primas, causado precisamente por esas peores perspectivas de crecimiento, acentúa la incertidumbre, como también lo hacen las divergentes políticas monetarias en distintas partes del mundo que están cambiando los flujos de inversión.
El envejecimiento de la población en las economías desarrolladas obliga a repensar fórmulas que garanticen el Estado de bienestar a largo plazo y la crisis de los refugiados muestra nuevamente cómo en un mundo globalizado ningún país es ajeno a las grandes tendencias mundiales. El Informe riesgos globales 2016 presentado en la antesala del Foro Económico Mundial dibuja un mapa de amenazas inédito hasta ahora, en el que las migraciones involuntarias son el primer riesgo por probabilidad y las catástrofes medioambientales, el de mayor impacto potencial.
Resulta extraordinariamente necesario no perder de vista este escenario y poner en marcha acciones que contribuyan a reducir las amenazas y maximizar las oportunidades. Han de buscarse acuerdos de gran alcance que ayuden a unificar y hacer más inteligente la regulación internacional, a impulsar la innovación, a construir puentes que faciliten el libre comercio entre distintas áreas del mundo y a asegurar un crecimiento que no pierda de vista grandes temas de la agenda internacional como la sostenibilidad, el medioambiente o la diversidad. Como firma de auditoría y servicios profesionales, estamos convencidos de que todos debemos contribuir a ello, reforzando el activo más importante para cualquier economía y país: la confianza.
John Scott es presidente de KPMG en España, en la región de EMA (Europa, Oriente Próximo, África y Sur de Asia) y vicepresidente Global de KPMG.
Artículo publicado originalmente en El País, el 20 de enero de 2016
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