Los mercados financieros vienen sufriendo una volatilidad sin precedentes en las últimas semanas y, muy particularmente, en los últimos días. Las causas de esta situación son variadas y realmente podríamos acudir una vez más al tópico de la tormenta perfecta en la que muy distintos elementos están concurriendo al mismo tiempo.
Antes de analizar esas causas, puede ser pertinente recordar que parte de las bajadas que afectan a la cotización de algunas compañías pueden obedecer a una corrección de subidas anteriores que no estaban suficientemente justificadas en sus fundamentales.
Entrando en el análisis de las causas de la situación actual podríamos citar, en primer lugar, las dudas sobre la situación y perspectivas de la economía china. El alcance real de estas dudas no debe seguramente ser exagerado por que se refiere más bien a si la economía china está creciendo en un porcentaje u otro, pero es difícil pensar en algo más grabe dadas las grandes fortalezas y potencialidades que todavía conserva este país y sus autoridades.
Otro factor clave ha sido la evolución del precio del petróleo y de otras materias primas. La intensa y prolongada tendencia a la baja del precio de estos activos incide, en primer lugar, sobre las perspectivas de ingreso y rentabilidad de algunas compañías internacionales, y también en la posición de un buen número de países. En particular, algunos países exportadores de petróleo contaban con fondos soberanos de gran volumen que habían invertido en activos financieros en todo el mundo. Ante la caída de ingresos petrolíferos, parte de esas inversiones han debido deshacerse lo que añade un impacto adicional en los mercados financieros.
En tercer lugar, asistimos a un panorama monetario inédito con grandes bancos centrales que mantienen desde hace tiempo una política de bajos tipos de interés mientras que otros, sobre todo la Reserva Federal norteamericana, empiezan a adoptar medidas de signo contrario aunque sometidas a un cierto grado de incertidumbre en su alcance y calendario.
En este contexto tan complejo, los grandes bancos internacionales afrontan la situación con singularidades propias. En primer lugar, todos ellos se enfrentan a requerimientos adicionales de capital bajo distintas formas y con distintos propósitos. En segundo término, la nueva regulación y el principio del bail in constituyen una amenaza para los inversores que se ven ahora condicionados por el doble riesgo de una reducción de los dividendos o, incluso, la pérdida total de su inversión. En tercer lugar, los bancos en general y los europeos, en particular, afrontan una prolongada situación de baja rentabilidad como consecuencia inevitable de los bajos tipos de interés imperantes.
Se conjugan así perspectivas limitadas de rentabilidad a corto y medio plazo, riesgo regulatorio y una elevada incertidumbre.
Por otra parte, los inversores parecen mostrar dudas sobre el grado en que diversos países han acometido la necesaria reestructuración y saneamiento de su sector financiero.
En definitiva, la tormenta perfecta.
No es fácil predecir lo que pueda ocurrir en el futuro. No obstante, sí parece innegable que tendremos que acostumbrarnos a un contexto de mayor incertidumbre y volatilidad. Frente a ello, la mejor receta es la transparencia y la garantía de la calidad de la información financiera, aspectos estos a los que van dirigidas las reformas regulatorias y la actuación de los supervisores financieros en los últimos años. Por tanto, aunque vivamos momentos difíciles, deberíamos confiar en las medidas que se han adoptado y tratar de despejar las incertidumbres en la mayor medida de lo posible. En esto, reguladores, supervisores, entidades e inversores tienen un claro interés común.
Francisco Uria es Socio responsable del Sector Financiero de KPMG en España
Fuente: Expansión. Publicado el sábado 13 de Febrero de 2016.
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