Cuando se trata de eficiencia energética, hay datos que hablan por sí solos:
– El consumo energético de los nuevos edificios es la mitad que aquellos que se construyeron en la década de los 80.
– Los electrodomésticos con la mayor certificación energética ahorrarán 100.000 millones de euros al año en Europa de aquí a 2020 (465 euros por familia).
– El 90% de los edificios en España son ineficientes. La reducción de un 30% de consumo energético lograría una disminución de emisiones de 8,7 millones de toneladas de CO2 al año.
– Por cada euro invertido en eficiencia energética en Reino Unido se obtienen 3,2 euros de ahorro.
– Por cada 1% de ahorro energético en la UE las importaciones de gas caerán un 2,6%.
– La cuota de mercado de los frigoríficos eficientes (clasificación A y sucesivas) ha pasado de menos del 5% en 1995 a más del 90% en 2010.
Estas cifras, extraídas de sendos informes de la Comisión Europea y de WWF, dan una idea de hasta qué punto resulta tan crucial apostar por la eficiencia energética. Y, a pesar de la contundencia de los datos, la realidad es que España está aún lejos de conseguir los objetivos marcados por Bruselas, que exige a sus Estados miembros alcanzar un ahorro en el consumo energético del 20% para el año 2020.
Según un documento elaborado por el Consejo Americano para una Economía Eficiente (ACEEE), España se sitúa en el último lugar de los países europeos analizados (por detrás de Alemania, Reino Unido, Italia y Francia) en materia de ahorro energético. Para Carlos Solé, socio responsable de Regulación Energética de KPMG en España, “todavía queda mucho por hacer en España, donde solo en el parque de viviendas hay un margen de ahorro de más de 2.000 millones al año”.
Los socios de la UE han recurrido a distintas modalidades para alcanzar las metas fijadas. Si bien la mayoría de los países de nuestro entorno han optado por el sistema de los certificados blancos –un modelo que fija unos objetivos generales para el conjunto del mercado y deja que sean sus propios actores los que busquen las fórmulas para conseguirlo-, en España la principal vía de ahorro energético impuesta por el Ejecutivo ha sido la creación del llamado “Fondo de Eficiencia Energética”, que impone una cuota anual a las empresas del sector con el objetivo de destinar posteriormente el importe recaudado a medidas dirigidas al ahorro en el consumo de energía.
El objetivo que persiguen estos certificados blancos es obligar a que los distribuidores o comercializadores de energía logren ahorros en el consumo de sus clientes mediante la ejecución de proyectos de eficiencia. En caso de que el distribuidor o comercializador supere el objetivo marcado, ese exceso “de eficiencia” podrá ser vendido a otro operador que no alcance el umbral que se hubiera fijado.
Tres mecanismos para ahorrar energía
Según explica Solé, existen tres mecanismos principales para avanzar en esta materia. El primero de ellos sería la intervención directa, es decir, mediante el establecimiento de códigos, estándares y obligaciones en distintos sectores económicos, como el de la construcción, donde se ha impuesto la obligación de usar determinados materiales que ayudan a ahorrar energía.
En su opinión, se trata de “medidas poco flexibles que resultan adecuadas para fijar niveles mínimos de eficiencia”. Sin embargo, son poco efectivos en cuanto a los costes y el ahorro alcanzado y pueden generar un efecto rebote, esto es, que el ahorro conseguido quede neutralizado por un mayor consumo efectuado.
Otro mecanismo, muy efectivo, es el de la información al consumidor. “El etiquetado de los electrodomésticos o la información que se envía a los consumidores en su factura eléctrica ayuda a concienciar de la importancia de ahorrar energía y estimula la toma de decisiones”, sostiene Solé, que pone como ejemplo la medida adoptada en algunas zonas de Estados Unidos en las que cada hogar recibe información de su consumo en comparación con la del resto del vecindario. Sólo así se han llegado a observar tasas de ahorro del 2%.
En España se han hecho algunos avances en este sentido. Por ejemplo, la instalación de contadores inteligentes permite que un consumidor pueda conocer con mayor precisión cuánto cuesta la energía en cada momento, de modo que un hogar puede retrasar o adelantar acciones tan cotidianas como poner una lavadora para abaratar el recibo de la luz. El etiquetado de los electrodomésticos o las auditorías energéticas también son formas de mejorar la información acerca del consumo de energía y su coste real.
El tercer mecanismo es el de precio, en el que se incluyen los subsidios e incentivos al uso de recursos más eficientes (instalación de bombillas led, cambios de ventanas, etcétera) así como los impuestos establecidos a las compañías energéticas. Se trataría de un mecanismo de mercado si realmente se acoplara la recaudación obtenida con el objetivo inicialmente fijado, pero existe el riesgo de que dicho importe se destine a otras finalidades.
Crear un mercado para ganar eficiencia
Pero la medida que se está demostrando más eficaz en distintos países europeos que ya la han aplicado, como Reino Unido, Francia o Italia, es el sistema de certificados blancos. La regulación establece unos objetivos de ahorro y es cada empresa energética (bien las distribuidoras o las comercializadoras) la que establece las acciones necesarias para que sus clientes alcancen dichas metas.
Para Alberto Martín Rivals, socio responsable de Energía y Recursos Naturales de KPMG en España, “la gran ventaja de este mecanismo es que si una energética no es capaz de llegar al objetivo fijado, puede comprarle el certificado a otro operador que sí ha cubierto en exceso las metas establecidas por el regulador”. En definitiva, se genera un mercado que da más flexibilidad y permite que la consecución de los objetivos se haga a través de las medidas más eficientes y baratas.
En Reino Unido, por ejemplo, el primer programa de certificados blancos que se puso en marcha logró una consecución de los objetivos del 140% y el segundo, del 144%. Además, otra ventaja de este mecanismo que destacan los expertos es que contribuye a generar empleo, ya que las medidas que toman los operadores del mercado (por ejemplo, financiar la instalación de ventanas más eficientes a sus clientes) son muy intensivas en mano de obra.
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