Los ejercicios de estrés se han convertido en una herramienta habitual de la supervisión bancaria que mide el impacto sobre la solvencia de los bancos de una evolución económica adversa en aspectos como la morosidad, la rentabilidad de sus líneas de negocio o la valoración de sus activos financieros o de otro tipo, entre otras cuestiones.
En España, conocemos bien este instrumento porque los bancos españoles se han enfrentado a estas pruebas en el verano del 2012, a las puertas del inicio del mecanismo único de supervisión en el año 2014 y en estas últimas semanas.
El ejercicio que acaba de realizarse, y cuyos resultados se hicieron parcialmente públicos hace unos días, es un ejercicio dual. Por un lado, la Autoridad Bancaria Europea lo realiza a los mayores bancos de la Unión Europea (cincuenta y uno) mientras que el Banco Central Europeo lo ha efectuado en relación al resto de los bancos que se encuentran bajo su supervisión única, aunque no hará públicos los resultados.
En relación con ejercicios anteriores, los bancos españoles han vivido esta última prueba con una mayor tranquilidad. En primer lugar, porque su situación, evidenciada en la reciente publicación de resultados, es mucho mejor que la que tenían en años anteriores.
En segundo término porque, a diferencia de lo que ocurre en otros mercados europeos, el sector financiero ha completado ya la parte más importante de su proceso de reestructuración, con una disminución relevante del número de entidades, un importante saneamiento de sus balances (tarea aún pendiente en algunos bancos europeos) y, en general, una reducción significativa de la capacidad instalada para ajustarla a las necesidades del momento actual.
Por último, y desde una perspectiva regulatoria, se han aclarado algunas cuestiones que, en el pasado, suscitaron incertidumbre en las entidades y los mercados como era el efecto de este tipo de pruebas sobre los niveles de capital de las entidades.
Se ha diferenciado así entre los niveles de capital requerido desde una perspectiva regulatoria, incluidos los buffers (colchones) que exige la regulación actual, que no se verán afectados por el resultado de estos ejercicios, y las “guías” de capital que marcarán la estrategia de capital de las entidades bajo la mirada del supervisor y que sí partirán de ese resultado.
Esto no significa que los bancos vayan a disminuir sus niveles actuales de capital sino que se diferencia de modo más claro entre sus distintos componentes en aspectos tan relevantes como las limitaciones al pago de dividendos o la detonación de las fases preventivas de la resolución bancaria. A estos efectos, sólo se tendrán en cuenta los requerimientos regulatorios de capital y no las guías supervisoras, evitando así tensiones y dudas injustificadas en los mercados.
Lo cierto es que la tendencia constante de los últimos años es la de un reforzamiento progresivo del capital de mejor calidad de las entidades (conocido como CET 1), lo que no es fácil en un momento de rentabilidad limitada por la combinación de una política de bajos tipos de interés y crecimiento económico moderado. En este aspecto, recientes acciones de fortalecimiento del capital de algunos bancos se han revelado como muy oportunas.
Aunque los resultados de las pruebas evidencian el gran avance que se ha producido, especialmente en términos de solvencia, el futuro es incierto, dada la situación de rentabilidad, y los bancos tendrán que preservar en el duro trabajo que están realizando para mejorarla. Ese es su gran reto.
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