Si el año pasado el lema del encuentro del Foro Económico Mundial fue La Cuarta Revolución Industrial, durante la reunión anual de 2017 continuará siendo uno de los principales temas de debate. Prueba de ello es que una parte importante del Informe Global de Riesgos 2017 está dedicada al análisis de la relación entre los riesgos globales y las tecnologías emergentes que trae consigo este nuevo periodo.
“Nos enfrentamos a un reto de gobernanza urgente si queremos establecer las reglas, normas, estándares, incentivos, instituciones y otros mecanismos que son necesarios para dar forma al desarrollo y despliegue de estas tecnologías”, indica el informe, que reconoce que la gestión de las tecnologías de rápido desarrollo supone una cuestión compleja.
“Regular de forma demasiado dura y demasiado rápida puede ralentizar el progreso, pero una falta de gobernanza puede agravar los riesgos al tiempo que crea una incertidumbre de poca ayuda para inversores e innovadores”, explica.
Al respecto, el informe sostiene que en la actualidad la situación es desequilibrada, con algunas tecnologías altamente reguladas y otras muy débilmente al no encajar en ningún organismo regulatorio en concreto, por ejemplo en el caso de la robótica y la inteligencia artificial.
Lo que es indudable es que la irrupción de la tecnología transformará el mundo de numerosas formas. Por ello, el Foro Económico Mundial subraya la importancia de la calidad de gobernanza, de la que dependerá la maximización de los beneficios y la mitigación de los riesgos asociados a la Cuarta Revolución Industrial.
“El verdadero reto reside en navegar entre estos dos polos: construir conocimiento y conciencia de las contrapartidas y tensiones a las que nos enfrentamos y adoptar decisiones informadas sobre cómo proceder”, afirma, haciendo hincapié en que esta tarea es más complicada al tiempo que los cambios tecnológicos se profundizan y aceleran.
Uno de los principales retos de los gobiernos ante la irrupción de las nuevas tecnologías es la eliminación de la incertidumbre: el informe subraya que los inversores pueden ser reticentes a respaldar el desarrollo de una determinada tecnología si intuyen que poco después puede ser prohibida o rechazada por la propia sociedad.
Al respecto, recuerda que los gobiernos deben establecer un marco estable, predecible y transparente que permita generar la confianza tanto de inversores, compañías y científicos como de la sociedad. Como ejemplo cita el coche autónomo, que “inevitablemente provocará algunos accidentes, pero acaban en una petición de su prohibición dependerá de si la población confía en los mecanismos que se han establecido para gestionar su desarrollo”.
Asimismo, se hace indispensable alcanzar una agilidad y capacidad de adaptación que permitan hacer frente a los rápidos cambios de las tecnologías y de cómo se utilizan. En este punto se abre un debate sobre si la solución reside en permitir a la tecnología desarrollarse, aunque pueda provocar algunas consecuencias negativas iniciales. Sin embargo, el informe reconoce que “pueden producirse dificultades prácticas para conseguir establecer mecanismos de gobernanza efectivos una vez que el genio ha salido de la botella” y la tecnología en cuestión ya forma parte de la vida de la sociedad.
Respecto a qué tecnologías concretas son consideradas como poco reguladas, los encuestados del Informe de Riesgos 2017 coinciden en situar la Inteligencia Artificial y la robótica, las biotecnologías y las nuevas tecnologías informáticas. Además, tanto la Inteligencia Artificial como la robótica se sitúan entre las tecnologías para las que los encuestados consideran que requieren una mejor gobernanza.
En este sentido, se debe tener en cuenta la rapidez con la que se integran los cambios tecnológicos. Tanto la automatización, el aprendizaje de máquinas, los robots o superordenadores abren una nueva etapa de oportunidades, pero también de desafíos ante los que empresas, gobiernos y sociedad deben responder y adaptarse con rapidez.
Como explica Belén Díaz, el cambio será tan profundo que requiere “una reflexión por parte de empresas y demás agentes económicos para gestionar de forma consciente las consecuencias que la automatización masiva y rápida de funciones puede provocar sobre determinados segmentos laborales y, en definitiva, sobre la economía. Al mismo tiempo, gestionando el cambio de manera responsable, presenta una oportunidad que no se puede desaprovechar para acelerar los procesos de transformación e innovación que el mercado está exigiendo a las empresas para garantizar su competitividad y sostenibilidad en un nuevo contexto tremendamente volátil y disruptivo”.
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