Uno de los ejercicios mentales más aterradores que existen consiste, en mi opinión, en imaginarse cómo sería el mundo si estuviera gobernado por niños de corta edad. La civilización se sustenta, entre otros, en la creencia de que el futuro tiene valor, en tomar decisiones pensando que mañana seguiremos estando aquí y en renunciar al aquí te pillo, aquí te mato. En definitiva, en comportarse como no suelen hacerlo los niños pequeños. Su problema principal: la tasa de descuento que aplican al futuro. Para ellos, el largo plazo es dentro de diez minutos.
Hace algunas décadas, un famoso experimento puso de manifiesto lo difícil que resulta a los niños resistirse a la gratificación inmediata. Consistía en dejar solos, en una habitación, a un niño y a una golosina. Un adulto, antes de abandonar la habitación, le decía al niño que podía comerse la chuchería en ese momento o esperar a que la persona mayor volviera a la sala en unos minutos. Si esperaba, como premio, podría comer dos en lugar de una. Como media, los niños resistieron a la tentación algo menos de diez minutos. A los menores de cinco años les era particularmente difícil. Haciendo seguimiento de los participantes años después, los investigadores concluyeron que la paciencia estaba relacionada con mejores resultados académicos y en test de inteligencia. Por supuesto, no solo a los niños les resulta difícil resistirse a una recompensa inmediata para obtener una mayor en el futuro.
Otro experimento enfrentaba a los participantes –adultos– ante la tesitura de elegir recibir una cantidad de dinero en una determinada fecha u otra sensiblemente mayor cuatro semanas después. Si las fechas se fijaban en un plazo de 48 semanas para la primera cantidad y de 52 semanas para la cantidad mayor, los participantes no dudaban en elegir la segunda. La dos fechas estaban lo suficientemente lejos como para neutralizar la tentación de la inmediatez. Sin embargo, si se trataba de elegir entre recibir hoy la cantidad menor y esperar cuatro semanas para recibir la mayor, a los participantes les costaba ser pacientes. Pájaro en mano. Esta miopía permite explicar, en parte, la dificultad de perder peso o de dejar de fumar, por ejemplo. En ocasiones, las compañías se parecen a los niños y a los adultos en su incapacidad para diferir el placer.
Durante los tiempos distintos actores han venido alertando acerca de los peligros del excesivo cortoplacismo de las compañías. Esto es, acerca de su preferencia por resultados a corto frente a creación de valor a largo. Al igual que los niños y las chucherías, también en las empresas la capacidad de diferir la gratificación es signo de inteligencia. Aunque, como siempre, conviene huir del maniqueísmo; la atención al corto plazo no es necesariamente patológica. Por ejemplo, permite detectar problemas y corregir el rumbo. No obstante, parece existir un cierto consenso entre directivos e inversores acerca de que la filosofía del carpe diem en el mundo corporativo podría estar alcanzando niveles patológicos.
Así se pone de manifiesto en una reciente consulta entre directivos de todo el mundo desarrollada por FCLT, una iniciativa constituida por compañías e inversores internacionales de primer nivel para estimular comportamientos de largo plazo. Los consultados manifiestan su preocupación por las crecientes presiones hacia el cortoplacismo. Las causas de este fenómeno, como es sabido, son numerosas. Desde la impaciencia de los inversores a incentivos al equipo directivo sesgados en exceso al corto plazo, por mencionar solo dos. Los consejos de administración no están exentos de culpa. En 2015, Harvard Business Review se hacía eco de una consulta entre centenares de consejeros de compañías cotizadas de todo el mundo. De los resultados se deduce que las cuestiones relativas a la estrategia, al proceso de creación de valor o al análisis de la industria reciben menos atención de la que deberían.
Esto es relevante; si el consejo no mira al largo plazo, ¿quién lo hace? Además de asegurar que la creación de valor a largo plazo constituye su eje de trabajo principal, quizá la principal contribución de los consejos para evitar el cortoplacismo enfermizo tiene que ver con la definición de la estructura de incentivos de los directivos. Estimular la paciencia también debe formar parte del mandato del consejo. Los directivos no son, por supuesto, como niños a los que se deja solos en compañía de una golosina. Pero a veces pueden tener la tentación de serlo.
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