¿Existe modelos de Compliance ideados para incumplir las normas? Desde hace tiempo se sabe que desarrollar conductas aberrantes no es patrimonio exclusivo de ciertos perfiles de personas, sino que cualquiera puede llegar a observarlas ante ciertas circunstancias, como demostró Stanley Milgram en 1961 mediante sus experimentos. Cabe preguntarse si las organizaciones desarrollan un patrón similar, pervirtiendo sus estructuras de control ante ciertos condicionantes, hasta el punto de convertir compliance en una herramienta que ayuda a incumplir las normas.
En noviembre de 2011, los profesores de la Harvard Business School, Paul Healy y George Serafeim, publicaron un trabajo de investigación sobre las medidas anticorrupción en las empresas. Una de las conclusiones que alcanzaron fue que las organizaciones que no aplicaban medidas anticorrupción en regiones de alto riesgo, experimentaban un crecimiento mayor, a costa de una menor rentabilidad. El Informe de la OCDE sobre cohecho internacional del año 2015 lo confirma, pues aunque el importe medio de los sobornos analizados es del 10,9% de la operación, erosiona el 35,5% de las ganancias que produce. Se consigue un crecimiento inmediato a costa de perder rentabilidad, circunstancia a encubrir procurando nuevas operaciones. Y es así como se entra en un ciclo autodestructivo, parecido a un esquema Ponzi , donde el modelo de negocio sólo se sostiene a costa de ahondar más en él. Incluso cuando los gestores de la empresa son profesionales preparados y contrarios a las malas praxis, les será difícil frenar esta dinámica por dos motivos: (i) dejar de pagar sobornos acarreará una llamativa caída del volumen de negocios, difícil de explicar, y (ii) erradicar las malas praxis devuelve a la organización a su nivel de competitividad real, perjudicada por las medidas mitigantes del deterioro del margen (ahorro en costes de personal y en mano de obra cualificada, disminución de inversiones, etc). Aún con la esperanza de abandonar algún día esta espiral, pueden verse abocados a dedicar cada vez más tiempo a las malas praxis, detrayendo recursos destinados a otras cuestiones lícitas. Son comportamientos que coinciden, al pie de la letra, con los criterios que denotan la adicción al consumo de sustancias, según el Manual DSM de la American Pshychiatric Association APA. Escalofriante paralelismo, ¿verdad?
Las malas praxis producen adicción, y eso repercute en las estructuras de Compliance. El ejemplo anterior se refería al soborno, pero se manifiesta también en otros ámbitos. En septiembre de 2012 la autoridad británica en materia de competencia, la antigua Office of Fair Trading (OFT), consideró la posibilidad de que los programas de compliance fueran un factor agravante de las sanciones económicas cuando se hubieran dispuesto para conciliar o facilitar el incumplimiento, o para confundir a las autoridades. No estamos hablando del paper compliance, cuyo objetivo es generar una apariencia formal de estructuras de compliance para eludir las consecuencias legales de su ausencia, sino de acciones destinadas a ocultar o promover el incumplimiento. Cuando en la formación de compliance, por ejemplo, se explica cómo ocultar evidencias de irregularidades, se está corrompiendo su finalidad. Se pervierte igualmente cuando la función de compliance produce apariencias o destruye evidencias para encubrir incumplimientos, o cuando lejos de colaborar con la administración, dificulta conscientemente su actuación. Son trazas de modelos degenerados de compliance.
Interiorizar la cultura de compliance evita avanzar hacia este tipo de prácticas, como explico en el Capítulo 2 de la serie de videos Compliance Basics . La cultura de compliance permite que la mayoría de personas en la organización perciban como anormales determinadas conductas, incluso cuando han venido siendo práctica habitual. Por eso, nunca es tarde para impulsarla, incluso para revertir modelos degenerados.
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