Al definir aquello que nos apasiona, la mayoría de las personas solemos pensar en algo que podríamos hacer todos los días sin cansarnos, que nos revitaliza, nos produce bienestar y que provoca que nos olvidemos del tiempo. Es algo que encumbra nuestras habilidades y se alinea con nuestros valores. Aunque resulte utópico, en la economía del conocimiento y la automatización, las organizaciones tienen una oportunidad factible de generar entornos en los que los empleados puedan sentirse así, crear espacios en los que las mentes puedan brillar y seguir su instinto.
Es previsible que en pocos años las máquinas inteligentes vayan asumiendo las funciones más repetitivas y permitan a las personas dedicar una porción mucho mayor de su tiempo productivo a colaborar, a idear o crear… Tanto es así que, en un contexto en el que las capacidades humanas más difícilmente emulables por la inteligencia artificial, como la creatividad o la empatía, están llamadas a ser las más valiosas, ser capaz de enganchar al mejor talento se va a convertir en una cuestión de supervivencia. Así lo asegura Belén Díaz, socia de Management Consulting de KPMG en España, que asevera que ante la escasez de este tipo de perfiles “las empresas tienen que priorizar la captación y retención del talento”. Esto implica, según describe, “conocer muy bien a tus empleados, escucharles y ofrecerles espacios, objetivos y herramientas donde den lo mejor de sí mismos”.
Pero impulsar la creatividad, la innovación o la inteligencia colaborativa no es una cuestión únicamente de tiempo. La motivación y el engagement de los empleados son factores clave para estimular el rendimiento creativo y para optimizar el impacto que el factor humano puede tener en la cuenta de resultados. En este camino, las empresas necesitan líderes ejemplares, capaces de inspirar y retener el talento y un propósito honorable que dote de sentido al proyecto común y al recorrido individual. “Las personas prefieren trabajar para empresas sostenibles que aporten valor a la sociedad, al planeta; que respeten al individuo y que contribuyan a construir un mundo mejor. Responden mejor ante equipos orientados al éxito colectivo y ante jefes ejemplares e inclusivos”, subraya Belén Díaz.
Las compañías lo saben y, desde hace tiempo, dan mayor importancia a los intangibles. Entre ellos, un propósito compartido es un arma clave para conseguir confianza, respeto y advocacy, es decir, una recomendación espontánea y sincera de tus empleados o clientes; y, por supuesto, generar valor.
La importancia del propósito
Según una encuesta realizada por KPMG en el primer trimestre de 2017 entre 4.165 estudiantes universitarios de todo el mundo, el 84% no trabajaría para una empresa que no comparta sus valores. Es más, el 79% asegura que el propósito es más importante que el salario a la hora de escoger empresa en la que trabajar. La contundencia de esta cifra es prueba de que para hacer florecer el talento humano, es imprescindible proveer un entorno positivo gobernado por unos valores con los que las personas puedan identificarse y con los que quieran comprometerse.
Esta tendencia se hace más patente en las nuevas generaciones cuyas expectativas ya no tienen tanto que ver con la seguridad económica como con el valor que pueden aportar y extraer de los proyectos. Segor Teclesmayer, responsable de Recursos Humanos de KPMG en España expone que “hoy en día, los estudiantes esperan encontrar trayectorias profesionales flexibles, tanto si ello significa trabajar en múltiples países como en diferentes partes de una organización. Buscan carreras que tengan sentido y propósito y están dispuestos a ir donde las oportunidades les lleven”.
Un estudio realizado en la Northwestern University en 2015 determinó que las empresas que se perciben como orientadas a un propósito y socialmente responsables hacen que los empleados encuentren mucho más sentido y significado a su trabajo, un factor clave en la motivación y por tanto en el desempeño. Caminar hacia una meta mayor que nosotros mismos agrega satisfacción al buen trabajo. Lord Michael Hastings, responsable global de Responsabilidad Corporativa de KPMG, asegura que para ello es importante fomentar la colaboración, el sentido de equipo pues “el exceso de competición es un gran obstáculo para las personas”, comenta. “Las personas luchan para proyectar su propia inteligencia pero para conseguirlo en plenitud necesitan ayudarse entre ellas ya que las relaciones con los demás son el verdadero activo de la vida”.
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