Hace tiempo se viene anunciando la irrupción de una verdadera revolución en el sector de automoción, que vendría de la mano del coche eléctrico, conectado y autónomo. Un giro a la movilidad que se caracterizaría por una mayor eficiencia y gestión de los recursos, dando lugar a un ecosistema digital en el que los propios datos que proporcionarán los nuevos vehículos generarían más beneficios que la propia venta en sí.
Previsiones aparte, lo cierto es que el coche eléctrico no termina de despegar. El escepticismo de los consumidores persiste ante determinadas cuestiones como el precio de los automóviles, la falta de puntos de recarga o el tiempo de carga de las baterías. “Las carreteras no se llenarán de vehículos eléctricos a corto y medio plazo: seguirán coexistiendo diferentes modelos de motopropulsión”, sostiene Francisco Roger, socio responsable de automoción de KPMG en España.
De este modo, y para sobrevivir frente a los gigantes tecnológicos, los fabricantes primero deberán decidir qué papel quieren asumir en esta revolución para introducir sus soluciones en el mercado. En la actualidad, los directivos del sector sitúan los costes (30%) y la infraestructura (28%) como los principales obstáculos de la movilidad eléctrica.
Al preguntar a los consumidores, el aspecto financiero continúa siendo el principal obstáculo (35%) a la hora de decidirse por adquirir un coche eléctrico, según el Informe Global sobre Automoción 2018, elaborado por KPMG.
La relevancia de afrontar este inconveniente se observa sobre todo al analizar mercados donde la movilidad eléctrica está más extendida, como China y Noruega. En ambos casos, los gobiernos han optado por aprobar subsidios para impulsar las ventas y el factor económico tiene una menor incidencia en la sociedad.
Pero, además del factor financiero, los consumidores sitúan la experiencia en la carga del vehículo como su segunda preocupación. Un aspecto que está directamente relacionado con la infraestructura de recarga, pero que también hace referencia a los tiempos de carga, la facilidad de uso y la transparencia.
Tanto la posibilidad de reducir el precio de los vehículos como la mejora de la experiencia de carga van de la mano de la evolución de las baterías de ion-litio, un componente relativamente nuevo –y costoso- en el sector de automoción. De hecho, como indica Francisco Roger, en la actualidad la batería representa un tercio del coste de producción de un vehículo eléctrico. Sin embargo, en los próximos años se espera una reducción significativa de los costes de fabricación.
Pero sin duda, la necesidad de desplegar una red de infraestructuras de carga marcará la diferencia en la expansión del vehículo eléctrico. El 54% de los directivos del sector encuestados atribuye a la falta de infraestructuras la falta de desarrollo de los vehículos puramente eléctricos. “Pese a que los directivos son más optimistas respecto a los resultados del año anterior, continúa habiendo obstáculos”, explica Francisco Roger.
En este sentido, cabe destacar que una infraestructura adecuada no se caracteriza únicamente por disponer de múltiples puntos de carga. Las dudas de los expertos surgen más del lado de la resistencia de la propia infraestructura, ante la posibilidad de que la red sufra una sobrecarga ante la carga de numerosos vehículos a la vez. Para solucionar esta disyuntiva, el informe de KPMG dibuja tres desarrollos que ayudarían en la evolución de la infraestructura de recarga eléctrica a corto plazo:
Exacto precio y poca opciones de carga.
¿Será esta la década de transición definitiva?