No se alarme. Este es el provocador título, que han usado los profesores Baruch Lev y Feng Gu, responsables de la catedra de contabilidad de la Stern School of Business en la New York University, para titular la portada de su último libro. Un tratado sobre la necesidad de reinventar los informes de cuentas anuales con el objetivo de recuperar su valor para los analistas y gestores. El propósito de este artículo no es otro que el de animarles a su fascinante lectura.
Hace un par de años dedicándome a esta profesión, pensé que sería interesante encontrar los orígenes de los informes corporativos. Dónde y cómo serían los primeros que se hicieron. A quien se le ocurrió la idea y por qué. Es curioso observar la cantidad de estudios que obtienen datos de su contenido, y los escasos trabajos publicados sobre la naturaleza del propio documento.
Embarcado en esta pequeña aventura de ratos libres, seguí durante un tiempo los destinos que me invitaba a visitar miss serendipia hasta que encontré una pequeña sección en la Watson Library de la Universidad de Columbia en Nueva York en la que se guardan – quizás- los más antiguos que se conservan. Verdaderos tesoros publicados en el siglo XIX, mucho antes de que la SEC impusiera el requerimiento en 1934.
En cuanto me vi a distancia de taxi de citado templo, allí que me personé. Como curiosidad comentarle que el ejemplar más antiguo de todos los que conservan es un informe de la compañía de ferrocarriles de Baltimore a Ohio fechado en 1834.
Ilusionado por el hallazgo, mi principal sorpresa fue comprobar que su contenido no era muy diferente al de un informe anual de cualquier empresa del IBEX que ayudamos a preparar hoy, casi doscientos años después. Con este mismo asombro, pero con la autoridad que otorga dirigir una de las cátedras más prestigiosas del mundo, cita Baruch Lev en su libro como causa suficiente para atreverse a cuestionar uno de los pilares de la economía de mercado.
Según los autores, la contabilidad vivió su apogeo hace 550 años, y pareciera que al igual que los informes anuales que la vivieron hace 150, ya no pueden mejorarse. Al igual que fracasaría el individuo que se propusiera mejorar el teclado QWERTY, cualquiera que intentase proponer alternativas al sistema de partida doble para medir el rendimiento de las organizaciones gozaría de una buscada y amplia irrelevancia profesional. Ya lo intentó Yuri Ijiri en 1989 con su contabilidad de partida triple, que nunca fue siquiera discutida por ningún regulador conocido. Y podríamos coincidir que tener en cuenta la prospectiva que aportaría valorar la aceleración/desaceleración del desempeño de las organizaciones, no parece a priori un planteamiento muy descabellado.
Sin embargo pese a su aparente naturaleza universal e inmortal, en los últimos 40 años los inversores han venido perdiendo interés en la información contable– y en la no contable también – contenida en los informes corporativos.
En el periodo estudiado por Baruch Lev -sobre la base de las empresas cotizadas norteamericanas – en una primera etapa desde 1950 hasta los años 80 observa que la cotización de las compañías en el mercado respondía – más o menos coherentemente – con la lógica de la información financiera que publicaban las empresas. Pero es a partir de los años ochenta cuando la correlación entre las variables de rendimiento financiero y la cotización, cae dramáticamente por debajo del 40%.
Pese a los esfuerzos de las últimas décadas en las que los reguladores – FASB entre otros desde 1973 – han tratado de mejorar/adaptar las normas contables a una nueva realidad empresarial, su vigencia e interés no parece haber mejorado. De hecho, la erosión más rápida ha tenido lugar en los últimos años, principalmente tras la aparición, de lo que Alan Greenspan denominó, industrias conceptuales.
Pero seguramente tampoco han ayudado la proliferación de las estimaciones de los directivos en los estados financieros o la escasa flexibilidad y actualidad de la información financiera de las empresas. La verdad es que no parece de gran interés unos estados financieros que se publican en muchas ocasiones seis meses después del cierre contable. Tomar decisiones con esta información, es como conducir un coche mirando por el espejo retrovisor.
Todos estos factores no ayudan a la vigencia de los informes corporativos anuales, pero en su descargo también hay tener en cuenta que las fuentes de información de la que se nutren los inversores hoy, distan mucho de la disponible en los años cincuenta e incluso de los ochenta. Internet y la conexión a potentes bases de datos, permite el acceso a múltiples variables de contexto, benchmark con competidores, consensos de los inversores, etc que han dado buena cuenta de la otrora hegemonía de los informes anuales.
Dice la canción de Sabina que a los lugares en los que ha sido feliz, no debes tratar de volver, pero las compañías realizan anualmente inversiones suficientemente importantes en la elaboración de estos informes, como para merecer la pena revisitar su contenido, y tratar de estudiar cómo hacerlos más atractivos para aquellos para los que, aparentemente, van destinados: los inversores.
Se trata de identificar/diseñar indicadores inteligentes, transparentes y fiables que pueden aportar esa información clave sobre la calidad de la gestión de activos estratégicos. Que lejos muchas veces de los que figuran en los balances generando beneficios, son únicos y difíciles de imitar. Activos que se encuentran generalmente en los clientes – o determinados segmentos de clientes- en la cadena de producción, la reputación de las marcas, el talento o las patentes.
Información difícil de manipular que permite, de una manera sencilla y práctica, conocer la salud de la que goza la compañía.
La semana pasada se hicieron públicos los indicadores por los que serán medidos los ejecutivos de LinkedIn. En 2018 su CEO – Satya Nadella – obtuvo un salario de 25,8 millones de dólares. Esta compañía, adquirida por Microsoft por 27.000 millones de dólares, no remunera a sus principales objetivos por los beneficios que obtiene, ni por ninguna variable que se encuentre en los libros de contabilidad. El sistema se basa principalmente en la evolución del “número de visitantes registrados en la plataforma separados por 30 minutos de inactividad”. El principal indicador que dicen los analistas utilizar para la valoración de Netflix es la tasa de crecimiento mensual de suscriptores. Una información que a su juicio aporta más valor que gran parte de las páginas de un informe trimestral.
En los últimos años, como consecuencia de la creciente preocupación por esta circunstancia, se han venido desarrollando iniciativas, publicándose nuevas guías y sobre todo muchas reuniones, en las que no pretende sustituir – por ahora – las prescriptivas cuentas anuales, si no que se tratan de ofrecer un nuevo contexto más adecuado para la información corporativa en nuevos formatos de informe anual.
No se trata de cambiar las cuentas por cuentos, de alimentar el ego de los gestores con nuevas loas en caro papel couché. Se trata de mejorar la rendición de cuentas a los mercados con marcos de reporte que ayuden a explicar –y sobre todo a que se entienda mejor – la forma en la que las compañías crean y distribuyen este valor que crean.
Ahora que las compañías están en el proceso de diseño del informe, puede considerar más adecuado hacer preguntas desde el consejo que replantear el proceso de elaboración y determinación de su contenido. Que siempre se haya realizado así, no debe ser en este caso una excusa, sino una motivación.
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