Hubo un tiempo en el que las cosas valiosas de las compañías se podían sentir y tocar. Como las máquinas, los edificios o los vehículos. En la antigua Mesopotamia, los proto-empresarios de la época utilizaban pequeños objetos de arcilla para representar activos y registrar transacciones. Los objetos con aspecto de hogaza representaban hogazas; los que tenían pinta de jarra representaban precisamente eso. E ídem para aquellos con forma de animal doméstico. Este método tan sencillo permitía, es de suponer, llevar un seguimiento suficientemente bueno de la marcha del negocio. Esta era la economía tangible llevada al extremo. Una época sencilla que seguro añoran en ocasiones quienes se dedican a preparar la información de las compañías. Hoy, por supuesto, las cosas son mucho más complicadas.
Una de las características definitorias de la economía de nuestros días se refiere a la relevancia económica de las cosas que no se pueden sentir ni tocar. Los activos intangibles, como marcas, modelos organizativos o diseños, entre otros, están ganando la partida a los tangibles; los edificios, la maquinaria o los materiales, por ejemplo. En las economías y empresas más avanzadas, la inversión en activos intangibles supera a la que tiene como destino los tangibles.
Algunos estudiosos nos dicen que los activos tangibles explican hoy tan sólo el 20% del valor de mercado de las principales compañías del mundo. Los activos intangibles, por su parte, explican el 80% restante. Hace tan sólo cuarenta años, la distribución entre activos de una u otra naturaleza era precisamente la contraria. El ratio se ha invertido.
Sin embargo, la información regulada que las compañías reportan al mercado no ha evolucionado de un modo análogo. En ocasiones parece vivir todavía en 1844, cuando la legislación británica comenzó a pedir a las compañías que publicaran determinada información financiera periódica. Paradójicamente, la información regulada sigue, en cierta medida, anclada en la era de los activos tangibles. A pesar de que ya no son, aparentemente, el principal determinante del valor de las compañías. Por eso, en ocasiones, los inversores se lamentan de la falta de relevancia de la información financiera convencional para entender el valor de las compañías.
Quizá esto explique la aparición, en las últimas décadas, de estándares voluntarios que animan a las compañías a desvelar más información sobre sí mismas y que tienen como objetivo acortar la distancia entre la relevancia económica de los activos intangibles y la atención que se les presta en la información corporativa. La última de estas iniciativas, impulsada por propietarios y gestores de activos y compañías de primera línea, fue presentada hace tan sólo unos días. Pretende ayudar a mejorar la información corporativa en materia social, ambiental y de intangibles.
Otras iniciativas como Global Reporting Initiative, impulsada a finales de los años noventa, o las posteriores SASB o el International Integrated Reporting Council pretenden asimismo ayudar a las compañías a reforzar su información en cuestiones intangibles y en otras materias no contempladas por la información corporativa tradicional, como nos contaba en esta entrevista su CEO, Richard Howitt. A ello se suma que los inversores tienen apetito por esta información. Como consecuencia, la cantidad y calidad de la información no financiera elaborada por las compañías, especialmente aquellas más sujetas al escrutinio inversor, ha venido creciendo de manera significativa en los últimos tiempos.
Sirva lo anterior de consuelo a los gestores a los que haya pillado por sorpresa la ley de información no financiera actualmente en tramitación. A su paso por el Congreso, la normativa incorporó interesantes novedades. Como es sabido, dicha ley obligará, con carácter inminente, a las compañías de más de quinientos empleados a elaborar determinada información no financiera de naturaleza social y ambiental –que deberá estar sujeta a revisión por parte de un externo- e incluirla en su informe de gestión o en un informe separado dedicado a estas cuestiones.
La ley, por cierto, no es una ocurrencia española sino que se enmarca en una directiva europea. También obligará a los consejos de administración de estas compañías a tomar conciencia de la relevancia de los intangibles para la salud a largo plazo del negocio. Para buena parte de las mayores compañías españolas este nuevo ejercicio de reporting no será nada nuevo. Para las que sí que lo sea, recomendamos sacar el máximo provecho al ejercicio. Cuando menos, llevará a las compañías a preguntarse por cuestiones no financieras también determinantes del éxito empresarial.
No conviene olvidar que, como decía Joan Magretta, la diferencia entre una empresa y un club de ajedrez reside en que este último existe para servir a sus miembros, mientras que las empresas existen precisamente para servir a aquellos que no lo son. Aunque esto, por otra parte, ya lo sabían en Mesopotamia.
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