El mundo es cada día más complejo y volátil. Miremos donde miremos existen riesgos geopolíticos y tensiones económicas, latentes o manifiestas. El cambio climático, que vuelve a aparecer en el top 3 de los riesgos apuntados por el World Economic Formun (WEF) en el último Global Risk Report, está adquiriendo tintes preocupantes, que requieren una profunda reflexión de todos nosotros, gobiernos, empresas y personas. La innovación tecnológica crece exponencialmente, generando nuevas oportunidades pero también nuevos y complejos riesgos, desde ciberseguridad, a riesgos de talento, operacionales, tecnológicos y, cada vez más, de ética. El problema es que, además, los riesgos no vienen solos: cada día están más interrelacionados y se contagian con más rapidez.
En este contexto de cambio constante, en el que la niebla nos impide ver con claridad el camino, la gestión de riesgos se ha convertido en algo crítico en la vida empresarial y hasta en la supervivencia de las empresas. Mientras que en los últimos 100 años la esperanza de vida de las personas ha aumentado 40 años y supera los 80; la vida de las empresas se ha reducido de 60 años a apenas 16 en el último medio siglo. Uno de los factores que explican esta menor esperanza de vida empresarial es una inadecuada gestión de los riesgos. Ya lo decía Warren Buffet: “lo primero es sobrevivir; luego, ganar dinero”. Dicho de otra manera, cuando la estrategia es equivocada, y que conduce a la ruina, los beneficios temporales jamás superarán a los riesgos.
Este entorno de alta volatilidad plantea nuevas incertidumbres y exige a las empresas ser más resilientes y fluidas. Más ágiles y flexibles en la toma de decisiones. Y exige una gestión más eficiente y efectiva de los riesgos. Todo eso solo se puede conseguir actuando en dos frentes. En primer lugar, otorgando a la función de gestión de riesgos la importancia que realmente debe tener, insertándola en la estrategia y en el core business del negocio. Como decían recientemente altos directivos del Banco de España y del Banco Central Europeo (BCE), la función de riesgos debe participar en la formulación de la estrategia, en la integración del marco de apetito al riesgo y en la planificación interna de capital. Hoy la gestión de riesgos es una palanca no solo necesaria, sino crítica, en la fijación de la estrategia. Y en segundo lugar, abordando la digitalización de la función porque, sin duda, la revolución tecnológica nos brinda increíbles posibilidades para monitorizar y prevenir las consecuencias de los riesgos.
Los nuevos tiempos requieren nuevas soluciones. Los métodos tradicionales de medición y control de riesgos, centrados fundamentalmente en dos variables, impacto y probabilidad, no son suficientes ahora para poder anticiparse. Los métodos convencionales miran al pasado. Hay que estar preparado tanto para lo probable o posible, como para lo improbable o imposible. No basta con analizar lo ya conocido. Hay que investigar lo desconocido, esos riesgos y fuerzas ocultas que, juntas o por separado, mueven el mundo y lo que está gestándose en las profundidades. Y es en esa tarea en la que la tecnología resulta no solo oportuna sino crítica.
Técnicas como Data Analytics, Machine Learning, Blockchain o Inteligencia Artificial, que ya están utilizando algunas empresas y hasta supervisores -sobre todo de mercados- nos permiten analizar ingentes volúmenes de datos para llevar a cabo una gestión más ágil, precisa y predictiva de los riesgos. Ya sea fraude, ciberseguridad, riesgos de gobernanza, de complimiento normativo, financieros, reputacionales, legales o cualquier otra tipología. La tecnología, si está bien parametrizada, permite hacer una gestión de riesgos consolidada y totalmente granulada al mismo tiempo, y prácticamente en tiempo real, lo que posibilita reaccionar con agilidad y aportar más valor al negocio.
En definitiva, una gestión de riesgos que de verdad esté a la altura de los retos que exige el mundo de los negocios en la era digital.
Tribuna originalmente publicada en Expansión el 28 de enero de 2019.
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