Siempre he pensado que el papel de los líderes empresariales no está suficientemente valorado por la sociedad. Al menos en España. Y cada día me afianzo más en esta convicción, pese a que la labor de gestión en las empresas es crecientemente compleja.
Los máximos ejecutivos no solo tienen que desarrollar actualmente más tareas y asumir más funciones, gestionando simultáneamente diferentes riendas y horizontes temporales, sino que cada vez disponen de menos tiempo porque sus mandatos son progresivamente más cortos. Según diferentes estudios, el mandato medio de un CEO apenas dura actualmente cinco años, uno menos que en 2013.
Esa es una de las conclusiones que recoge este año el informe Global CEO Outlook 2019 elaborado por KPMG y en el que se ha tomado el pulso a más de 1.300 consejeros delegados de las principales compañías del mundo, incluidos 50 españoles. El informe refleja que, para enfrentarse a una etapa de incertidumbre económica y cambios sin precedentes, los CEOs están adoptando medidas para dotar a las empresas de más resiliencia y solidez en el futuro. Están invirtiendo en tecnologías disruptivas, formando a la plantilla y fomentando una cultura de innovación constante porque saben que, frente a la disrupción, solo cabe abrazar el cambio. Pero eso es más fácil decirlo que hacerlo.
Ser CEO hoy exige un amplio abanico de capacidades y cualidades. Empezando por grandes dosis de agilidad, pragmatismo, empatía y liderazgo para gestionar diferentes generaciones de talento, visión global y perspectiva. Y terminando por una mentalidad abierta que les permita cuestionarse desde las ideas y prácticas más arraigadas en la organización hasta los propios modelos de negocio que han sido válidos durante décadas y que ahora están en duda. Esa actitud abierta es crítica. Así lo reconoce el 66% de los CEOs españoles, que se muestran convencido de que el crecimiento de su compañía dependerá de su habilidad para desafiar y cuestionar los dogmas empresariales y sectoriales más arraigados.
Los CEOs deben convertirse en los principales disruptores tanto internamente, en la organización, impulsando la cultura del fracaso productivo y aprendizaje continuo, como externamente, para evitar que los competidores se adelanten. Y actuando siempre con la máxima agilidad, que se ha convertido en la nueva moneda empresarial y un factor clave para ser un player relevante en el mercado y para la propia supervivencia de las organizaciones. Así lo señalaban dos tercios de los CEOs españoles y globales consultados en el Global CEO Outlook 2019. Pero implantar enfoques ágiles en proyectos individuales es fácil. El reto es implantar esta visión a todos los ámbitos de la empresa.
Salvando las distancias, en la era digital sucede como apuntaba la reina roja de Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas: hay que correr mucho para quedarse en el mismo sitio y correr el doble para poder avanzar y llegar a otro lugar.
Para ese correr más que exigen los tiempos, la tecnología juega un papel fundamental. Casi único. La tecnología permite transformar los modelos de negocio tradicionales; gestionar los riesgos de forma más sofisticada, eficiente y efectiva; anticiparse a las necesidades y demandas de los clientes y ofrecerles una experiencia de cliente que esté a la altura de sus expectativas, entre otros muchos aspectos.
La tecnología es condición imprescindible para avanzar en la era digital. Para poder crear una organización más resiliente. Sin olvidar, por supuesto, que la tecnología no tiene sentido en sí misma, sino que está al servicio de las personas. De ahí la suma importancia de acompañar las inversiones en tecnología con una formación y reconversión de los profesionales para un futuro en el que sus tareas y funciones serán diferentes a las actuales.
El cambio de visión analógica a visión digital que están desarrollando las organizaciones debe extenderse a toda la organización, a cada función y departamento, a todos los profesionales. Y el único que puede llevarlo a cabo como los tiempos requieren, es decir, de forma cohesionada y holística, es el CEO. Ese empresario o máximo directivo que, con sus aciertos y sus errores, siempre busca la estrategia más adecuada para que la compañía siga creciendo y sobreviva en el tiempo, creando riqueza y empleo. Un esfuerzo que, cuando menos, requiere un reconocimiento que, en mi opinión, a día de hoy no se les está otorgando.
Tribuna originalmente publicada en Expansión el 10 de junio de 2019.
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