Las compañías no son un ente aislado y autónomo, sino que impactan y dependen del mundo en el que existen. Integrar esta noción en su gestión es imprescindible para su sostenibilidad en el tiempo. Es por ello que las empresas han comenzado a preocuparse por riesgos que antes no contemplaban, como aquellos de carácter social o ambiental. En el último año está empezando a adquirir importancia un asunto que históricamente había quedado relegado a un segundo plano: la pérdida de biodiversidad.
Puesta en evidencia por un informe de Naciones Unidas publicado recientemente, esta amenaza se está haciendo eco en los medios y, sin duda, cobrará mayor relevancia en la agenda de instituciones y gobiernos de todo el mundo. El documento concluye que el estado de los ecosistemas es crítico, con el 75% de la superficie del planeta alterada por el ser humano y aproximadamente un millón de especies en peligro de extinción.
Cada año, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas escalan posiciones en el Global Risk Report del World Economic Forum (WEF). En su última edición, este informe destaca sus implicaciones en el desarrollo socioeconómico, alimentación, salud e incluso la seguridad regional. Por otro lado, el cambio climático está exacerbando la pérdida de biodiversidad siendo la relación bidireccional: los ecosistemas afectados, como bosques u océanos, son fundamentales para la absorción de emisiones de carbono, y a su vez juegan un papel esencial en la protección contra los efectos más adversos del cambio climático, como las inundaciones y otros eventos climáticos extremos.
Las compañías se están empezando a preguntar cómo los riesgos ambientales globales afectarán a su cuenta de resultados. El deterioro de los ecosistemas pone en peligro funciones como la regulación del clima, disponibilidad de agua, polinización de las cosechas o provisión de alimentos y medicamentos. El valor de estos servicios se estima en 125 billones de dólares al año.
Todas las actividades económicas dependen en última instancia de servicios provistos por los ecosistemas. No obstante, en algunos sectores la dependencia de su cadena de suministro es directa, como en agricultura y ganadería, alimentación, pesca y acuicultura o industria farmacéutica. También es un asunto relevante para aquellos sectores cuya actividad impacta más directamente en los ecosistemas, como construcción, minería o petróleo y gas.
Además, las entidades financieras se encuentran expuestas a riesgos relacionados con el capital natural que afectan a los negocios en los que invierten o que financian, por lo que entender su exposición a estos riesgos resulta de gran relevancia para este sector, no solo por cuestiones ambientales, sino también por las repercusiones económicas que derivan de ellos.
La IUCN señala varias áreas de trabajo clave para las empresas que busquen integrar la gestión de la biodiversidad en su toma de decisiones, comenzando por una evaluación de sus impactos y dependencias en los ecosistemas. El marco de Natural Capital Protocol establece una guía para medir el impacto de las compañías sobre el capital natural, y actualmente se está desarrollando un protocolo específico para biodiversidad (Biological Diversity Protocol). Para las compañías que se enfrenten por primera vez a una evaluación de esta índole, puede ser conveniente contar con expertos que les acompañen en el proceso.
Las conclusiones de este análisis permiten implantar una estrategia dirigida a minimizar el impacto, centrada en los ecosistemas identificados como más relevantes. Algunas iniciativas como Project Drawdown orientan a las compañías para colaborar con proyectos que luchan contra la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
Por otro lado, la gestión de la biodiversidad puede abrir importantes oportunidades a aquellas compañías que estén interesadas. En marzo de este año, Naciones Unidas y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), han declarado 2021-2030 la Década de la Restauración de Ecosistemas. Para lograr el objetivo –recuperar 350 millones de hectáreas de ecosistemas degradados–, el programa UN-REDD y sus países asociados impulsarán medidas políticas y la atracción de financiación pública y privada.
La pérdida de biodiversidad ha alcanzado un nivel de criticidad equivalente al cambio climático. Las compañías que quieran sumarse a esta tendencia deberán hacerlo desde una toma de decisiones guiada por información fiable, usando indicadores y herramientas para lograr el mejor resultado posible con los recursos disponibles.
“La pérdida de especies y ecosistemas es ya una amenaza global y generacional para el bienestar humano. Proteger las incalculables contribuciones de la naturaleza al ser humano será el reto más determinante de las próximas décadas”. (Sir Robert Watson, IPBES Chair)
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