Hasta hace poco, el uso de la Inteligencia Artificial (IA) estaba siendo liderado por las grandes compañías del sector tecnológico principalmente en determinadas tareas, como el uso de robots en almacenes para la recogida de artículos comprados desde el móvil o la aplicación de algoritmos para intuir el comportamiento de los consumidores.
Estos ejemplos han calado hondo en el resto de compañías. Éstas han acabo entendiendo que de no avanzar en el uso de tecnologías como la Inteligencia Artificial podrían quedarse atrás y que su negocio, en algún momento, podría quedar fagocitado por los grandes jinetes tecnológicos.
Según The Economist, en el último trimestre de 2017, las empresas públicas de todo el mundo mencionaron la Inteligencia Artificial y el Machine Learning en sus informes anuales más de 700 veces, siete veces más que en el mismo período de 2015.
La velocidad con las que las compañías incorporan la Inteligencia Artificial a sus negocios, sin embargo, es comparable a la de un niño en triciclo, cuesta arriba. Y esto es debido a dos motivos principales: por un lado los ejecutivos no terminan de entender exactamente en qué consiste la IA y les cuesta encontrarle aplicación; por otro, es difícil poner nombre a los riesgos asociados a estas nuevas tecnologías, y eso provoca parálisis.
La única manera de coger velocidad parece ser entender mejor la tecnología y estos riesgos. Sin este ejercicio, nadie en su sano juicio cometería la imprudencia de incorporar la IA de forma masiva en sus ciclos de negocio. Algunos de estos riesgos son:
Éstos son sólo algunos ejemplos de riesgos iniciales que deben identificar las compañías si quieren aplicar la IA. El objetivo es cambiar el triciclo por un vehículo más veloz, a poder ser autónomo, pero la única manera de acelerar es entender cuáles son estos peligros.
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