No cabe duda que el optimismo es una cualidad muy valorada en el ser humano, pero llevada a su extremo puede desembocar en grandes tragedias.
En 1576 surgió por primera vez la ocurrencia de que España invadiese China con un ejército de 6.000 hombres y algunos piratas filipinos. La idea maduró hasta presentar a Felipe II un plan estructurado para acometer la “empresa de China” con 15.000 hombres. Todo un derroche, pues Juan Pablo Carrión, uno de los conquistadores de Filipinas, había aseverado que con cuatro barcos bien armados se podía acometer un ataque de envergadura. Afortunadamente, estos desatinos nunca se ejecutaron.
David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell en Nueva York, publicaron en 1999 diversos estudios en el Journal of Personality and Social Psychology, concluyendo que la ignorancia reafirmaba más a las personas que el conocimiento. A este efecto se le conoce como el sesgo Dunning-Kruger, y explica por qué los sujetos con menores conocimientos se creen superiores al resto y adoptan decisiones de mayor riesgo. Cuando les salen bien las cosas, las crónicas los calificarán de héroes o visionarios, pero, en caso contrario, rubricarán las páginas negras de la historia. Seguramente, la delgada línea que separa la intrepidez de la estupidez tiene que ver con la calidad de la información que se maneja y la capacidad intelectual de analizarla.
No debe confundirse dicho sesgo con el auto-engaño o sesgo optimista, que forma parte de nuestras vidas y nos hace pensar que nos depara un futuro mejor que al resto. Esto explica muchas percepciones erróneas, como la del inversor que piensa que tiene menos probabilidades de sufrir una pérdida, o la del fumador que no desarrollará una patología en sus pulmones. Este sesgo guarda una estrecha relación con una falsa percepción de control. En 1988, los psicólogos Shelley Taylor y Jonathan Brown publicaron uno de los estudios más citados en psicología social, acerca de las “ilusiones positivas”. Son aquellas que nos dificultan una visión objetiva de nosotros mismos y nuestro futuro y nos brindan una imagen mucho más positiva de todo ello. Se especula con que esto determina nuestra salud mental, pues evita caer en el realismo depresivo.
En cualquier caso, estos sesgos que estoy tratando, trasladados a la esfera del Compliance, nos ilustran sobre situaciones que concurren con cierta frecuencia.
La más frecuente es considerar que las probabilidades de sufrir un incidente de Compliance son inferiores que en el resto de organizaciones, percepción que, extrapolada al conjunto, es estadísticamente insostenible. Esto ayuda a comprender por qué los proyectos de Compliance no suelen priorizarse debidamente. También explica por qué la mayor parte de administradores piensan que la cultura corporativa de su organización es mejor que la de la media, cuando es también una aseveración matemáticamente imposible. Además, existen elementos capaces de perjudicar profundamente una cultura ética y de respeto a la Ley, como puedan ser los esquemas retributivos incorrectos. Su diseño y aplicación sin mayores cautelas pueden provocar graves daños a la cultura de la organización, según explico en el vídeo, dedicada a tratar las materias que surgen en una entrevista forense, una vez producido un incidente de Compliance.
El sesgo optimista también permite comprender por qué se estima que los proyectos de mejora de Compliance se ejecutarán en plazos verdaderamente cortos, lo que rara vez sucede cuando se quiere transformar la cultura de la organización.
Deja un comentario