Se acerca el final de una década en la que las economías española y asturiana han vivido un cambio enorme. Entre 2010 y 2020 el tejido empresarial ha sabido salir de una profunda crisis y generar una nueva etapa de crecimiento incluso en un entorno de gran incertidumbre.
En estos años, las empresas han estado atentas a las demandas de esta nueva sociedad hiperconectada y exigente para encontrar su espacio y seguir siendo competitivas. Para ello, han tenido que adaptarse con agilidad y cambiar aquello que podía mejorarse, una labor en la que todavía queda camino por recorrer.
En este proceso de transformación, los consejos de administración también han tenido que examinarse y evolucionar para afrontar estos nuevos retos. La tarea del consejero nunca fue sencilla pero hubo tiempos en los que se podían tomar decisiones con una visión del futuro algo más certera. Al albor de 2020, sin embargo, es muy difícil anticipar hacia donde evolucionarán los parámetros que tradicionalmente han ayudado los consejos a tomar decisiones estratégicas.
La realidad actual está definida por la incertidumbre y el efecto local de los grandes retos globales. Las tensiones comerciales, la transición energética, la carrera tecnológica o el cambio climático afectan a la economía asturiana y obligan a las empresas de la región a centrarse en el talento y la innovación, a poner en su agenda los nuevos requisitos regulatorios y a asumir una exposición mucho mayor ante una opinión pública activa e informada que es consciente de su capacidad de influencia. En definitiva, a tomar medidas para seguir adelante siendo relevantes sin esperar a que el horizonte se divise con más claridad. En este contexto, las empresas esperan de sus consejos de administración una actuación constructiva y proactiva que les ayude en el diseño de su estrategia, en la transformación de su modelo de negocio o en el control de sus riegos. Y, por encima de todo esto, esperan que su labor vaya más allá de las variables financieras.
El mercado juzga cómo se obtiene el beneficio y en qué medida la empresa contribuye con su actividad a construir una economía justa, respetuosa y próspera. De hecho, en el reciente informe Global CEO Outlook 2019, 6 de cada 10 primeros ejecutivos españoles afirmaban que es necesario mirar más allá del crecimiento financiero para alcanzar un éxito sostenible a largo plazo. Este es, quizás, el punto de anclaje más claro al que las empresas pueden aferrarse en la actualidad para hacer evolucionar sus modelos de negocio hacia el futuro. Las empresas que quieran seguir compitiendo necesitan construir, integrar y contar de forma transparente el relato de cómo contribuyen a mejorar la sociedad.
Tener la aprobación de la opinión pública, los clientes, los proveedores o los inversores es una razón suficientemente poderosa pero no la única. La regulación es también cada vez más exigente con el papel que tienen que desempeñar las empresas en la resolución de los grandes retos que afrontamos.
En la próxima década, nos encontraremos con dilemas importantes a los que deberemos dar respuesta desde la ética. Tendremos que definir el marco de desarrollo de la inteligencia artificial, establecer las reglas de juego en el uso de los datos o escoger si estamos dispuestos a cambiar nuestra forma de vivir para garantizar el futuro del planeta, entre otras muchas cuestiones que pondrán a prueba los valores sobre los que se basa nuestra sociedad. Ante esto, la resiliencia, la agilidad, la integridad y el talento serán las mejores herramientas con las que deberán dotarse los consejos de administración para impulsar el crecimiento de las empresas y el valor que aportan a la sociedad en su conjunto.
Tribuna originalmente publicada en La Nueva España.
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