El verano del año 2012 fue uno de los momentos más difíciles para el proyecto europeo. Las dudas sobre la capacidad de varios Estados europeos para afrontar la presión sobre sus cuentas públicas derivada de los efectos de la crisis y el apoyo a su sector financiero había abocado ya a varios países al rescate, al tiempo que la evolución de los mercados hacía cada vez más difícil la situación de Italia y España.
En ese momento, tres acontecimientos distintos, aunque interrelacionados, empezaron a cambiar las cosas.
El primero fue el paso al frente del Banco Central Europeo (BCE) para afirmar que se haría lo que fuese necesario para salvar el euro.
El segundo fue el apoyo de nuestros socios para posibilitar el completo saneamiento y recapitalización de las entidades españolas en dificultades, formalizado a través del ya famoso “MOU” (Memorandum of Understanding).
Y el tercero fue el acuerdo político para la creación de una Unión Bancaria con tres pilares: un mecanismo único de supervisión, un mecanismo único de resolución y el establecimiento de un esquema europeo de garantía (aseguramiento) de depósitos, el conocido como “EDIS” por sus siglas en inglés.
Aunque con dificultades, sobre todo en el caso de los novedosos mecanismos de resolución bancaria, los dos primeros pilares de la Unión Bancaria avanzaron con cierta rapidez, pero la negativa de alguno o algunos Estados europeos hizo imposible constituir el EDIS y culminarla.
La creación del EDIS era y es una pieza importante para resolver el problema de la fragmentación financiera en la Eurozona o, si se prefiere, el de la asimetría de la situación de las entidades europeas en función de la percepción que se tuviera de la fortaleza de su soberano (el Tesoro): el vínculo entre soberano y balances bancarios.
El EDIS significaría que la garantía de los depositantes no descansaría sólo en la propia entidad, el sector financiero del que formaba parte o el de su Estado correspondiente (o todos ellos en conjunto), sino en un esquema del que participarían todos los Estados de la Eurozona incluidos aquellos en que tanto confiaban los mercados. El riesgo de fragmentación financiera quedaría así, con la suma de los tres pilares de la Unión Bancaria, definitivamente conjurado.
Para los bancos españoles significaría que, al desarrollar su actividad en cualquier Estado europeo, su procedencia de origen (por ejemplo Alemania) no sería comparada con la de ninguna otra entidad y solo se tendría en cuenta la situación del propio banco.
Podría ser un paso (insuficiente, seguramente, en sí mismo) para que pudiera producirse alguna consolidación transfronteriza en Europa.
Sin embargo, han pasado más de siete años sin que el EDIS se haya hecho realidad.
No obstante, el inicio de la nueva legislatura europea ha traído alguna esperanza renovada de que el EDIS pudiera constituirse a medio plazo a la vista de la aparente suavización de la posición de Alemania, admitiendo la posibilidad de que la Unión Bancaria pudiera completarse en los próximos años.
El camino a recorrer no será en absoluto fácil. Alemania ha tomado esta posición vinculando, al mismo tiempo, esta cuestión (en sí compleja) con un tema muy difícil para determinados Estados como es el del tratamiento de la deuda soberana y su eventual consideración como un riesgo más, con el lógico efecto sobre los requerimientos de capital de las entidades propietarias.
El tiempo dirá si estamos ante el inicio de un camino que permitiría llegar a la Unión Bancaria a medio plazo o, más bien, ante una estrategia de “patada a seguir” a sabiendas de que vincular la creación del EDIS con el debate sobre el tratamiento de la deuda (una vez que la fuerte disminución del volumen de NPLs ha hecho inviable un aplazamiento del EDIS por tal motivo) dificulta extraordinariamente el avance.
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