Como tantos hallazgos científicos, las neuronas especulares fueron descubiertas por casualidad. Cuando en la Universidad de Parma se desarrollaban en 1996 estudios sobre el cerebro de simios, el equipo de científicos donde trabajaba Giacomo Rizzolatti descubrió que determinadas neuronas presentaban idéntica actividad cuando los animales ejecutaban directamente una acción, o cuando veían a otros realizarla. Tal circunstancia se vinculó inicialmente con el aprendizaje, facilitando que los primates aprendan viendo el comportamiento de sus congéneres y asimilándolo como propio. Estudios posteriores constataron tanto la existencia como la diversidad de estas células en el ser humano, que no sólo son clave para el aprendizaje sino también para el desarrollo de conductas empáticas, importantísimas para nuestra socialización. Su descubrimiento aclara el modo en que interiorizamos sentimientos ajenos, explicando porqué nos emocionamos viendo películas, porqué reimos cuando nuestros compañeros lo hacen, o porqué adoptamos una postura corporal similar a la suya al conectar con ellos. En algunos desordenes cognitivos asociados a transtornos del espectro autista se observa una menor actividad de estas células, lo que abre una nueva vía para la exploración de tratamientos.
La capacidad de empatizar con los demás no es en absoluto intrascendente en compliance. La oxitocina, a la que algunos han llamado “la hormona del abrazo”, permite cohesionar inviduos al reducir su propensión a conductas egoístas. Es una hormona que solemos vincular con la maternidad, porque desencadena una serie de reacciones biológicas en la mujer, pero también produce reacciones psíquicas provocando sentimientos de protección y ayuda. Se han estudiado sus efectos sobre la psique humana, al igual que con otros neurotransmisores como la dopamina o la serotonina. Puesto que algunas conductas poco éticas o ilegales tienen un transfondo profundamente egoísta, se baraja su origen en disfunciones de algunas neuronas especulares, de ciertos neurotransmisores o en una combinación de ambos factores. Es una línea de investigación asociada a los avances científicos, que relativiza el impacto del entorno sobre la conducta del sujeto (sociopatías), otorgando protagonismo a factores biológicos individuales. Como ya sucede con los criminales comunes, algunos delincuentes económicos no sólo deberían ser sentenciados, sino también diagnosticados y tratados.
Sin embargo, ciertos comportamientos aparentemente irregulares no obedecen a desórdenes ambientales ni biológicos. Así, por ejemplo, en el contexto de las transacciones entre organizaciones, pueden desarrollarse conductas susceptibles de ser interpretadas como soborno, aunque no fuera su intención menoscabar la independencia de sus destinatarios. Determinados obsequios o atenciones entran fácilmente en esta categoría, irrumpiendo en la esfera del soborno percibido. A diferencia de lo que sucede con el soborno real, en el percibido no se pretende obtener un trato de favor ni las conductas desarolladas quiebran la imparcialidad del receptor, pero genera igualmente un aire de sospecha muy proclive a la censura.
Tanto es así, que existe el riesgo cierto de que una situación de soborno percibido sea encausada judicialmente y sentenciada como una de soborno real. Por ello, a efectos de compliance, dada la probable equiparación de consecuencias, ambos escenarios deben ser evaluados cuidadosamente y tratados como equivalentes en muchos casos. Es importante explicar esta diferencia en los ciclos internos de formación y concienciación, puesto que las personas habituadas al trato social –especialmente en algunas jurisdicciones- se sentirán injustamente criminalizadas por observar determinadas costumbres locales que no derivan en trato de favor. Es una materia delicada que desarrollo en el video número 2 de la Serie dedicada a tratar cuestiones habituales de compliance.
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