El inicio de cada año es el momento en que, poco a poco, la banca española va presentado sus resultados del año anterior, en este caso del año 2019. En estos días, se han estado conociendo los resultados de unos y de otros que, aunque presentan diferencias notables por las características geográficas y de otra índole de las entidades, así como por sus vicisitudes del año anterior (venta de determinados activos o negocios y su impacto contable, otros efectos contables, efectos de la reestructuración de oficinas y empleados…), presentan algunos rasgos comunes.
El contexto del año 2019 ha sido, un año más, bastante complejo. La economía española, aunque mantiene tasas positivas de crecimiento y creación de empleo (sobre todo en el último trimestre) está registrando una desaceleración paulatina en ambas magnitudes, coherente con lo que está sucediendo a nivel global. Esto tiene, lógicamente, un efecto importante sobre la evolución de la demanda de crédito o la morosidad, por poner dos ejemplos evidentes.
También el año 2019 ha sido el año en que se ha producido la entrada en vigor de una norma de gran importancia para los bancos, la Ley de Contratos de Crédito Inmobiliario, cuya primera aplicación tuvo una incidencia notable sobre el ritmo de concesión de financiación hipotecaria en la mitad del año y cuyo impacto final está todavía por determinar aunque, presumiblemente, no será un estímulo para el incremento de la demanda ni la concesión de financiación de este tipo.
Sin embargo, nada será tan importante como las decisiones del Banco Central Europeo en el ámbito de la política monetaria y, concretamente, su decisión, tras el verano de 2019, de prolongar la política de bajos (bajísimos) tipos de interés por un tiempo no definido y como respuesta al comentado contexto de desaceleración del crecimiento económico en la Eurozona, y en particular en algunos de los países más relevantes, muy afectados por los episodios de guerra comercial registrados en el año y también por el Brexit, otro elemento geopolítico que ha sido muy relevante en el devenir del año, sobre todo para algunos bancos.
En el ámbito de la morosidad, lógicamente muy afectada por el ciclo económico, la procesión va por barrios, de modo que se mantiene muy contenida en algunas carteras y repunta levemente en otras (sobre todo el crédito al consumo) aunque no de forma preocupante.
Los resultados son, en general, positivos, en algunos casos por encima de las expectativas iniciales de los analistas.
No obstante, si dejamos al margen la contribución muy positiva de algunas geografías en que los bancos españoles tienen presencia (en alguna medida contrapesada por el efecto no tan favorable del Reino Unido), la fotografía del sector en el ámbito doméstico muestra a las claras la dificultad del momento, con resultados decrecientes o moderadamente crecientes en la comparación con el año precedente.
En cualquier caso, los equipos de los bancos españoles continúan gestionando eficazmente un contexto tan adverso, manteniendo el esfuerzo simultáneo (y no fácil de compatibilizar) entre el fortalecimiento de sus recursos propios, la limpieza del balance (la venta de carteras ha mantenido un ritmo importante en el año 2019) y las grandes inversiones en tecnología y transformación digital.
Aunque compara favorablemente con sus competidores europeos (no tanto con los norteamericanos, beneficiados por un contexto más positivo en diversos aspectos), el supervisor y los gestores de los bancos mantienen su atención y preocupación por la evolución de la rentabilidad, muy presente en el resultado del proceso supervisor (SREB) desarrollado en el mecanismo único de supervisión en el año 2019 y cuyas conclusiones acaban de conocerse.
El panorama continúa alentando las operaciones de integración aunque, a pesar de los llamamientos permanentes del supervisor (los últimos, a cargo de Andrea Enria) la consolidación transfronteriza en Europa no parece sencilla. Las integraciones domésticas son, a priori, más fáciles (de hecho son las que han predominado más tras la crisis) aunque, como suelo recordar, dependen en última instancia de la voluntad de los actores y es que, como los más antiguos en el sector suelen recordar, “los bancos en España no se compran, se venden” y nada ocurrirá si no existe en las entidades y sus accionistas una intención de venta que, en última instancia, habría de responder a un único juicio: la viabilidad de un proyecto propio frente a su comparación con un proyecto vinculado o integrado a otra entidad.
El año 2020 se presenta, a priori, bastante continuista respecto del año precedente: se mantendrá inalterado el contexto de bajos tipos de interés, y podría mantenerse la paulatina desaceleración de la economía española y la creación de empleo, aunque existen esperanzas de que la solución (o la mayor certidumbre) de algunos de los elementos geopolíticos que han estado presentes en el último año. Por el contrario, el problema del coronavirus puede terminar afectando a esa expectativa de mayor dinamismo y crecimiento.
No obstante, la mayor novedad del comienzo del año es la formación del nuevo Gobierno. Estamos, sin duda, a la espera de las decisiones que paulatinamente se irán tomando en materia económica y éstas tendrán un efecto directo o indirecto en los bancos españoles que dependerá finalmente de las medidas efectivamente adoptadas. La prudencia sería, como siempre, recomendable, pero veremos.
Tribuna publicada originalmente en Expansión el 1 de febrero de 2020.
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