Las piezas de arte bien escogidas de los grandes maestros y los nuevos filones del arte (artistas mujeres, afroamericanos y el universo del arte callejero) se han convertido en un refugio para los inversores.
El arte habla de la vida, el mercado del arte habla de dinero. Y lo ha hecho en los tiempos más difíciles. Durante el crash de 1929 o la Gran Recesión de 2008. Las grandes obras de arte, de esos nombres que escriben el relato de la historia de la creación como Picasso, Monet, David Hockney, Gerhard Richter, Matisse o Francis Bacon, siempre han tenido el valor de escolleras frente a la tormenta. “Conviene recordarlo en este tiempo de expansión del coronavirus y, sobre todo, de su miedo”, reflexiona Jorge Pérez, uno de los hombres más ricos del planeta y poseedor de una extensa colección de cientos de obras almacenadas en Miami. Y añade: “El gran arte ha sido el oro en los años inciertos. Un picasso puede dejar de costar 30 millones de dólares en un momento dado, pero nunca bajará a 20 millones”, apunta Pérez. Frente al mal tiempo, ha sabido levantar sus parapetos. El año pasado se vendieron a través de subasta 550.000 piezas. Es la cifra más alta desde 1945. Es decir, desde que hay registros. Toda esta avalancha generó unos ingresos de 13.300 millones de dólares. Unos 12.000 millones de euros. Hace una década apenas superaba los 3.200 millones de dólares.
Ahora llega el miedo a la enfermedad y cómo puede afectar a la economía. Desde luego, resulta fácil suponer que en los próximos meses frenará el crecimiento global. Más adelante, habrá que esperar y ver. Pero el arte destila paciencia y sus propias reglas. “Nunca te equivocas si compras la obra adecuada, del periodo preciso, con un buen historial, del artista correcto, en el momento justo”, desgrana, al igual que un mantra, el coleccionista Paco Cantos. Este algoritmo de palabras es la primera línea que se lee en ese libro nunca escrito titulado Cómo acertar (siempre) comprando arte. El titán del coleccionismo David Rockefeller lo siguió a rajatabla y armó una de las mejores colecciones de la historia. No es una cuestión de ser un multimillonario estadounidense o ruso, es una cuestión de aprender a leer el tiempo en el que se vive. “¿Quién creería que los cuadros del hoy olvidado José Aparicio se valoraban muy por encima de los de Goya en los inventarios de Fernando VII? ¿O que obras de El Greco pudieran comprarse por 500 pesetas, cuando se estimaban en cientos de miles las de Francisco Domingo Marqués?”, contaba Alfonso Pérez Sánchez, director en su día del Museo del Prado.
También en esta lectura del tiempo hay un desconocimiento en España no solo de su valor patrimonial sino fiscal. “El arte puede reducir la fiscalidad de aquellas personas que tienen que tributar por el Impuesto sobre el Patrimonio y decidan invertir en obras de arte, ya que están exentas de este gravamen, además de los bienes integrantes del Patrimonio Histórico que cumplan los requisitos establecidos en la Ley, las piezas pictóricas y escultóricas cuyo valor no supere los 90.151,82 euros, si tienen menos de cien años de antigüedad, o los 60.101,21 euros en caso de pinturas y 42.070,85, en el supuesto de tratarse de esculturas, cuando su antigüedad sea igual o superior a cien años”, analiza María Antonia del Río, directora en el Área Fiscal de KPMG Abogados.
A la vez tiene un eco, profundo, en el IRPF. De hecho, “no tributa la ganancia de patrimonio que se generaría cuando, por ejemplo, una persona utiliza bienes integrantes del patrimonio histórico español para el pago de una deuda con Hacienda”. Esto tiene una razón profunda porque España ha sido un país históricamente muy expoliado y el legislador ha tratado, con sus medios, de ayudar al retorno de obras. Tanto es así que “las inversiones o gastos que se realicen para la adquisición de bienes del Patrimonio Histórico Español fuera del territorio español para su introducción en España o para la conservación, restauración, difusión y exposición de bienes declarados de interés cultural conforme a la normativa del Patrimonio Histórico del Estado y de las comunidades autónomas da derecho a practicar deducciones en la cuota del IRPF”, detalla María Antonia del Río.
El mundo rota guiado por su historia y su propia lógica. En el caso del arte, el año pasado dejó unos paralelos y meridianos muy definidos que explican dónde residen las geografías del dinero. Las ventas repetidas, esto es, la misma obra adquirida en subasta en 2000 y vuelta a vender durante 2019, consiguieron una rentabilidad de entre el 5,5% y un 8,2%. Precisamente ese porcentaje más alto llegó al rematar piezas que van de 200.000 dólares a un millón. “Esto demuestra que cuando más arriba subes en la horquilla de precios, menos riesgo corres”, apunta el coleccionista madrileño Carlos Pérez. Porque el dinero del arte también es cauto. Las obras en subasta, hemos visto, movieron el año pasado 13.300 millones. Una buena cifra pero que fue un 14% menos que durante 2018 debido a la escasez de grandes piezas maestras. Trabajos cuya valoración supera los 50 millones de dólares. Quien no tiene la “necesidad” de vender retrasa la decisión a la espera de mejores precios.
El planeta se ha vuelto mucho más incierto y el arte siempre ha sido un estado de ánimo. “El comportamiento del coleccionista está muy influenciado por el optimismo sobre su riqueza personal y la confianza financiera”, admite la economista cultural Clare McAndrew. Habrá que ver cómo encaja la naturaleza humana en la salud del planeta. Habrá que escuchar a China. El gigante asiático es el tercer mayor mercado de arte del mundo. Representa el 19% dentro de un espacio que mueve 67.000 millones de dólares (60.700 millones de euros) al año. Solo le superan Estados Unidos (44%) y el Reino Unido (21%). Por ahora, la epidemia ha cancelado una de sus principales ferias: Art Basel Hong Kong. El sector ha encajado con cierta normalidad el golpe y la organización ha ofrecido a los galeristas, como compensación, un espacio virtual donde mostrar su trabajo.
Otro problema mucho más profundo sería si en junio, coincidiendo, además, con su 50º aniversario, se cancelara Art Basel. La principal feria de arte del planeta. Una vez más habrá que esperar. Pero si quitásemos la epidemia de la ecuación, a medio y largo plazo, el mercado sigue regido por sus propias leyes gravitacionales. Y resultan claras. El éxito comercial de los artistas del movimiento street art (Kaws y Banksy), la puesta en valor de creadores afroamericanos como Kery James Marshall, Mark Bradford o Kara Walker y la recuperación del trabajo de mujeres (Carmen Herrera, Irma Blank, Etel Adnan, Maria Lassning o Carol Rama). Aunque todo esto ocurre en un mundo, “el del arte actual, donde resulta muy difícil hablar, precisamente, de tendencias”, reflexiona Marc Spiegler, responsable mundial de las ferias Art Basel. Aunque si hubiera que escoger solo una, esa lleva a África. En el universo del arte, el continente africano brilla como un nuevo El Dorado.
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