¿Somos mejores cuando somos éticos? Cuatrocientos años antes de Cristo, Glaucón advertía que la conducta humana está fuertemente condicionada por el temor a que nuestras malas acciones sean descubiertas. Sentirnos bien no dependería tanto de nuestro nivel ético real sino de la impresión que proyectamos en el entorno. Para el psicólogo Robert D. Hare , la mera idea de que nos critiquen ya ejerce un efecto controlador de la conducta. El evolucionismo lo avalaría, señalando que nuestra supervivencia como sujetos gregarios depende del nivel de aceptación por el resto y, por lo tanto, de la percepción que los demás guardan de nosotros.
Charles Darwin reparó en que somos el único animal que se sonroja ante situaciones embarazosas, lo que algunos interpretan como un mecanismo para mostrar nuestro sentimiento de culpa ante determinada acción o pensamiento -hecho que suscita confianza al prójimo al transparentar nuestro buen fondo-. Todo ello nos fuerza a controlar nuestra conducta en un esfuerzo continuo para demostrar que somos de fiar.
Simplificando bastante, la teoría clásica del compliance está basada en el control: abandonados a nuestro libre albedrío y mientras los demás no se den cuenta, tenderemos a desarrollar las conductas que más nos convienen, incluso si transgreden normas éticas o legales. Hay quien asegura que cualquier persona dotada de invisibilidad observaría conductas reprobables en circunstancias normales, y no se precisa mucha imaginación para fantasear un sinfín de posibilidades. Como apuntó el biólogo Thomas H. Huxley en el siglo XIX, “la doctrina de la depravación innata del hombre y la perdición de la mayor parte del género humano…, me parece muchísimo más cerca de la verdad que las ilusiones “liberales” populares de que todos los niños nacen buenos”. Al hilo de esta visión apocalíptica, una sociedad ética es la que asegura que todos estemos bajo observación, siendo la moralidad un dique artificial que ayuda a contener nuestra perniciosa naturaleza innata.
Al primatólogo Frans de Waal le inquieta pensar que nuestro sistema de creencias (aprendido) sea lo único que nos reprime de conductas repulsivas. Piensa que existen unos valores que llevamos incorporados “desde dentro”, que no vienen impuestos, y que están incluso presentes en los simios superiores. Ilustra su razonamiento con un experimento realizado con bonobos, donde un ejemplar era obsequiado con rodajas de pepino cuando acertaba su conducta, pero se enojaba muchísimo y dejaba de aceptarlas tan pronto veía que idéntico comportamiento de sus compañeros era retribuido con uvas ¿Conocen los bonobos el sentimiento de justicia? El experimento se realizó con perros, con resultados análogos. Es un entendimiento parecido al del psicólogo estadounidense Jonathan Haidt, cuando concluye que existen unas normas morales innatas que guían acertadamente nuestra conducta y otras que son aprendidas o puramente coyunturales. En cualquier caso, no rechaza la utilidad de las construcciones doctrinales humanas, que desenvuelven ese sustrato originario y potencian nuestras capacidades de socialización.
La teoría moderna del compliance está basada en la integridad, y considera que estimular valores positivos en los sujetos (sean innatos o aprendidos) es éticamente más correcto y arroja mejores resutados que limitarse al control. Es más, asume que la naturaleza humana nos impulsa a desarrollar acciones correctas, que vemos en multitud de conductas altruistas no sólo ante familiares y amigos sino también frente a perfectos desconocidos: España lleva veintisiete años consecutivos ocupando la primera posición mundial en donaciones de órganos, lo cual no sólo es motivo de orgullo sino una evidencia de que, por una causa u otra, existe en la sociedad una inclinación estadísticamente destacable a pretender el bien ajeno. Y seguimos viendo manifestaciones constantes de altruismo en la actual crisis del Covid-19.
La teoría del triángulo del fraude que en 1973 consolidó el criminólogo Donald Cressey, apunta los tres factores que provocan comportamientos fraudulentos en el seno de las organizaciones (ocupational fraud): la presión (pago de facturas, dependencia de sustancias, etc), la oportunidad (posibilidad de desarrollar el comportamiento sin ser detectado) y la racionalización (justificación mental de la acción). Podríamos decir que la teoría clásica del Compliance actúa sobre el vértice del control, limitando las oportunidades de desarrollar conductas poco éticas o ilegales sin ser detectado, mientras que la teoría moderna o de la integridad dificulta el proceso de racionalización, por lo difícil de alinear comportamientos inapropiados con los valores en que profundamente creemos. Los estándares modernos sobre Compliance contemplan ambas facetas, al referirse al entorno de control, pero también a la importancia de un liderazgo ético y desde el ejemplo, así como al desarrollo de actividades de formación y concienciación. Estas últimas, que son objeto del video número 4 de la Serie dedicada a tratar cuestiones habituales de Compliance, están llamadas a generar un estado grupal de conciencia y alerta, que hace sumamente llamativas y desaprobadas por el conjunto las conductas contrarias a la ética y la Ley.
Excelente explicación y correlación entre la formación y la concienciación en una Corporación. He creído que todo lo que conduzca a hacer las cosas correctamente, son legítimas en una Corporación o empresa. Aquí no se peca por exceso, por contra, en materia de prevención de riesgos y reputación empresarial es recomendable un hipercuidado, una hipertransparencia. Una hiperética. Aquí todos los caminos éticos conducen al bienestar de la empresa y la Eficacia de sus objetivos para alcanzar, y de esta manera ser eficiente también, para ser ejecutivo, logrando un nivel de liderazgo ético como menciona el profesor Alain C. Felicitaciones!, vamos a más ética. Great to more great, es mi lema querido profesor Alain.