El escenario Post COVID-19 va a poner una vez más en evidencia las deficiencias estructurales de nuestro sistema productivo y la ausencia de un tejido industrial desarrollado que apuntale la economía y se preocupe por la producción en territorio nacional de las manufacturas y los servicios asociados a ellas en la cadena de valor.
Acabamos de iniciar lo que se ha venido a llamar el “desescalamiento”, con la vuelta progresiva a la actividad de aquellos sectores no calificados como esenciales y que intentan recuperar la normalidad. O mejor dicho, una nueva normalidad todavía afectada por el impacto de una crisis sanitaria global sin precedentes y por las medidas excepcionales que han debido adoptarse para combatirla, como el confinamiento de las personas y la hibernación prácticamente total de la economía.
La crisis generada por el COVID-19 está impactando de lleno en todos los sectores industriales de nuestro país, con excepción de aquellos subsectores cuyo producto forma parte de uno o varios de los eslabones que integran la cadena de valor de los productos, bienes y servicios considerados como esenciales ante una crisis sanitaria como es el caso de las industrias química, de papel y cartón o siderúrgica. Pero salvo estas excepciones, la paralización en la actividad productiva en el sector industrial ha sido muy intensa. De acuerdo con los resultados de la encuesta que KPMG realiza con la CEOE en el marco del análisis de la situación de La empresa española ante el COVID-19, realizada entre el 13 y el 17 de abril, un 27% de los empresarios del sector industria reconoce un impacto de la crisis en su actividad superior al 80%, pero si acumulamos aquellos cuya paralización supera el 50% de su actividad pre COVID-19 el impacto asciende hasta un 63%.
Sin duda, el objetivo prioritario en este momento es la lucha sanitaria contra el coronavirus y con ello la protección de la salud de las personas, pero es importante no perder de vista el alto coste que este parón de la actividad va a tener en nuestra industria y en el conjunto de la economía, en ámbitos como el laboral, las inversiones o la presencia y expansión internacional de nuestras empresas.
Si atendemos al empleo, un 46% de los empresarios consultados, manifestaron un mantenimiento del mismo, frente a un 44% que piensa que el empleo se verá seriamente afectado. Destacar que un 10% de los entrevistados prevé algún crecimiento positivo en las plantillas de nuestra industria.
Respecto a los planes de inversión, un 27% plantea mantenerlos, frente a un 54% que cree que éstos se verán reducidos como consecuencia de la crisis post COVID-19. En cuanto a la presencia internacional, los porcentajes son similares entre aquellos que piensan que su actividad exterior se verá reducida (un 27%) y los que creen que ésta crecerá (un 28%).
De lo que no cabe duda, más allá de los números, es que afrontamos una situación compleja en la que se entrelazan de forma simultánea dos crisis: una crisis de oferta provocada por la reducción de la actividad laboral debido al cierre de producción y la pérdida de productividad provocada por la nueva organización del trabajo que exigen las necesarias normas sanitarias, unido a la otra crisis de demanda provocada por la reducción de las rentas de empresas y familias, que impacta en la caída del consumo y a una fuerte contracción de la demanda global
Ante esta situación, se explica que un 82% de los encuestados perciba la situación actual como mala o muy mala y que un 58% mantenga esa percepción de dificultad para los próximos 12 meses frente a solo un 35% que creen que ésta mejorará.
Los impactos en el corto plazo que estamos viviendo son muy significativos, pero preocupa también el escenario en el que deberemos afrontar la necesaria recuperación. Sin embargo, la incertidumbre en este momento es la forma de la curva de esa recuperación y, por tanto, la duración de la misma. Están abiertas todas las posibilidades, en U, en V en L, etc. Su forma dependerá en buena medida de la duración de la crisis sanitaria e incluso de un posible rebrote de la misma en los próximos meses, pero también de la propia estructura productiva desde el punto de vista sectorial, y los daños que sobre el tejido productivo haya podido causar esta crisis, del tamaño de las empresas y de manera destacada por el ritmo de recuperación del consumo.
La primera cuantificación de esta crisis, nos la muestra la caída inter trimestral del PIB del primer trimestre de 2020 de un 5,2%, el mayor en la serie histórica conocida.
Las proyecciones realizadas por KPMG prevén que a final de año la variación interanual nos sitúe en un 11% de caída del PIB frente a 2019 y más de un 12% frente a las previsiones para este año antes del inicio de esta crisis, todo ello en línea con una situación de confinamiento largo y recuperación gradual de la actividad.
Estos son los hechos, pero ahora toca afrontar esta situación e interiorizar las lecciones aprendidas incidiendo en los problemas del corto plazo, pero también definiendo la nueva estrategia en el medio y largo plazo. Porque si algo es cierto, es que las prioridades y las necesidades han cambiado.
Si atendemos a la opinión de los empresarios en la reciente encuesta realizada junto a la Patronal Empresarial CEOE, las áreas más afectadas por esta crisis son por este orden: la cadena de suministro, la falta de liquidez, la redefinición de la estrategia comercial, la gestión de las personas y la comunicación al conjunto de stakeholders de la empresa.
Esto pone de manifiesto el impacto inmediato de esta crisis sanitaria en las empresas, que ha obligado a volver a mirar a la financiación y la liquidez como muro de contención ante la caída de las ventas y el impacto en sus resultados, a rediseñar sus estrategias de financiación o a hacer un nuevo ejercicio de optimización y reducción de costes para ganar nuevas cotas de productividad.
Las empresas deben redefinir sus proyectos prioritarios y estrategia a medio plazo y deben avanzar en dos líneas clave: la resiliencia para prevenir nuevas contingencias y la digitalización para abordar una nueva manera de trabajar y producir.
En este punto, sin duda cobrará especial relevancia la revisión de esas cadenas globales de suministro construidas en las últimas décadas, tanto desde el punto de vista de su localización como de la criticidad de sus proveedores para prevenir futuras roturas de suministro. Apostando también por microcadenas con un mayor componente local y flexibilidad, y contando con capacidad de análisis y medición de impactos inmediatos para reasignar capacidades ante situaciones contingentes como la que vivimos actualmente.
No, no hay vuelta atrás en la digitalización. Los procesos de digitalización de nuestra industria cobran si cabe una mayor importancia, no sólo para la mejora de sus procesos productivos, sino especialmente, ante la necesidad de introducir drivers tecnológicos en todas las funciones operativas que permitan preparar las estructuras de la empresa ante crisis futuras, permitiéndolas optimizar su funcionamiento en remoto, haciéndolas menos dependientes de la movilidad de las personas.
Estamos ante lo que se está llamando “la nueva normalidad”, una situación a la que todos deberemos adaptarnos, y que nos enfrenta a un cambio de paradigma en un momento que ya venía marcado por profundos procesos de transformación y en el que de nuevo la agilidad en el cambio será un factor clave para la futura competitividad.
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