La crisis de la Covid-19 ha provocado restricciones en la liquidez de las entidades financieras con muy pocos precedentes históricos, y en consecuencia, la activación de sus mecanismos de contingencia para afrontar dicha crisis. Asimismo, el Banco Central Europeo ha reaccionado con la emisión de estímulos monetarios que permitieran a las entidades sobrevivir a la pandemia.
Si bien cada crisis tiene sus características propias, no es tampoco imposible encontrar similitudes con crisis anteriores. En concreto con la última crisis, la de 2007, en la cual las bolsas también sufrieron grandes pérdidas y los bancos se encontraron con serias dificultades de acceso a los mercados en busca de liquidez. Una de las consecuencias de la anterior crisis fue el desarrollo de una ola regulatoria iniciada por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, de la cual queremos mencionar explícitamente la relativa al riesgo de liquidez.
Durante los siguientes diez años, el esfuerzo del regulador por implantar métricas y mecanismos para reforzar la resistencia de las entidades a crisis de liquidez ha sido abrumador. Ratios como el LCR y el NSFR se convirtieron en temas obligados de conversación. La determinación de las entidades por evolucionar sus procesos de gestión y control del riesgo de la liquidez han supuesto un gran esfuerzo: la generación de documentación interna relativa a marcos de actuación, planes de contingencia, políticas de establecimiento y revisión de límites, inclusión del riesgo de liquidez en el apetito al riesgo, desarrollo de infraestructuras y procesos que soporten el cálculo de los ratios regulatorios, el refuerzo del reporting interno y la cadena de responsabilidad, el desarrollo de metodologías más robustas para la modelización de sus balances,… En definitiva, una ingente cantidad de recursos destinados a mejorar la respuesta de las entidades ante crisis financieras.
Varias preguntas surgen a la luz de lo vivido en los últimos meses: ¿En qué medida han utilizado los bancos los mecanismos de que se han dotado para hacer frente a las crisis? ¿En qué medida los reguladores han conseguido imponer unos requisitos eficaces? ¿En qué medida los supervisores y los guardianes de la política monetaria han actuado conforme a la información regulatoria recopilada y a la experiencia pasada?
El análisis a posteriori del carácter y profundidad de las medidas adoptadas y su relación con las nuevas métricas e indicadores adelantados de que se han dotado las entidades, así como el análisis de la utilidad de la información, que a efectos de fortaleza de la estructura de la financiación y pruebas de estrés de la banca recopilan los supervisores, se muestra como una herramienta poderosa para evaluar la calidad de los procesos reguladores y supervisores y poder descubrir aspectos de mejora.
El backtesting es fundamental para entender en qué medida estamos haciendo las cosas bien. Surge, por tanto, de manera natural una propuesta para la realización de una retrospectiva sana e independiente de la eficacia las acciones adoptadas en relación con las nuevas métricas y políticas de que entidades y supervisores se han dotado en los últimos años.
No cabe duda de que aquellos aprendizajes que saquemos de este ejercicio contribuirán a la mejora de la regulación presente y futura.
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