La medición de impacto, que hace unos años se asociaba principalmente al tercer sector, es un asunto que actualmente aparece en todos los foros y discursos relacionados con la gestión empresarial. Incluso entre los inversores, recientemente ha ido ganando popularidad el concepto de inversión de impacto.
Sin embargo, no está claro que todos se refieran a él con el mismo significado. A lo largo de este artículo, con el término ‘impacto’ haremos referencia a los cambios en las personas y/o en el planeta generados por una determinada actividad, éste puede ser positivo o negativo, temporal o duradero, predecible o impredecible. En este sentido, cuando hablamos de medición de impacto, nos referimos a medir este cambio de forma objetiva, contrastable y comparable, teniendo en cuenta todas sus dimensiones.
Pero ¿por qué es importante medir y gestionar el impacto? ¿Por qué de repente todos están trabajando en ello? Las motivaciones que hay detrás de la medición de impacto son muy diversas. En un reciente estudio de la Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa de IESE se clasifican estas motivaciones en tres grandes bloques: responde a una creciente demanda social, representa una oportunidad empresarial y es una herramienta para un creciente activismo inversor.
En relación con la demanda social, como consumidores cada vez estamos más concienciados de los efectos de las actividades desarrolladas por una compañía sobre la sociedad y el planeta y exigimos a las empresas mayor transparencia sobre su responsabilidad social, incluyendo su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Además, el marco regulatorio está evolucionando hacia una mayor transparencia de los aspectos no financieros y es cada vez más común encontrar clausulas relacionadas con la medición del impacto en concursos de contrataciones públicas y convocatorias de ayudas. Estos dos hechos suponen una oportunidad empresarial para poner en valor su contribución a la sociedad, sobre todo para aquellas compañías comprometidas con aspectos como la lucha contra el cambio climático o la Agenda 2030.
Por último, y en mi opinión el motivo que más peso irá ganando en el futuro, el creciente interés de los inversores por la inversión de impacto que combina el retorno financiero con la búsqueda de una mejora en la sociedad que sea cuantificable. Este tipo de inversiones no se conforma con evitar los efectos negativos, como hacen las inversiones ESG (por sus siglas en inglés de medioambiental, social y de gobierno) sino que busca un impacto social y medioambiental positivo, específico y medible.
Las inversiones de impacto se consideran una fuente relevante de recursos para complementar los esfuerzos públicos para solventar los retos globales y aunque es cierto que en España este tipo de inversión todavía tiene mucho camino por recorrer, las últimas cifras ponen de manifiesto su crecimiento exponencial, pasando de los 90 millones de euros de activos en 2018 a los 229 millones de euros en 2019, según SpainNAB, el Consejo Asesor Nacional para la Inversión de Impacto. La medición es clave para el crecimiento del mercado de inversión de impacto.
No obstante, a pesar de tener motivos suficientes para medir y gestionar el impacto, siguen existiendo dudas e incertidumbres al respecto, sobre todo con relación a la comparabilidad de los datos. Mientras que en el campo ambiental ya existen estrategias de medición estandarizadas y consolidadas, en el campo social no hay consenso ni un marco estandarizado que sea referencia en el mercado.
El Foundation Center en combinación con su servicio IssueLab tiene compiladas más de 150 herramientas, métodos y estándares de evaluación del impacto social. Algunas de las más conocidas y utilizadas en nuestro entorno son el sistema LBG, el Social Return of Investment (SROI), la teoría del cambio, o métodos basados en la contabilidad social y monetización del valor social, como la metodología True Value de KPMG, entre otros.
En este contexto, antes de empezar a destinar recursos a la medición de impacto, las compañías han de tener claro el objetivo de la medición y la transformación que se pretende conseguir, lo que les permitirá escoger la metodología más adecuada. En esta fase, la organización ha de tener presente que todas estas metodologías no son excluyentes, sino que se pueden utilizar varias herramientas en función de los objetivos que se persiguen. Diseñar un reporte de medición de impacto ajustado a cada proyecto, actividad o sector es esencial y a su vez complejo, no es de extrañar que la gran mayoría de las compañías que miden el impacto de su actividad desarrollen un enfoque propio adaptado a la finalidad de la medición de impacto y basado en un mix de metodologías. Este hecho va en contra de la comparabilidad, la fiabilidad y la credibilidad de los datos, por lo que la verificación de un tercero independiente se convierte en un elemento clave de este tipo de reporte.
Pero no nos podemos quedar en un mero reporte de los datos, para los resultados de impacto sean útiles, han de integrarse en el sistema de gestión de las compañías. Esta visión más estratégica del desarrollo de la medición y gestión del impacto es necesaria para cualquier empresa que desee verificar el resultado de su actividad sobre cualquier grupo de interés de manera proactiva, rigurosa y basándose en evidencias con el fin de mejorar su desempeño e impacto transformacional en la sociedad y en el medio ambiente.
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