El abanico de productos y herramientas financieras que abarcan las finanzas sostenibles no para de crecer. La innovación que vive el mercado es tan espectacular como necesaria para conseguir un futuro sostenible ahora que el riesgo climático y la sostenibilidad se han convertido en una cuestión empresarial estratégica.
La sostenibilidad, entendida en sentido amplio, es decir, no limitada a transición ecológica y sí contemplando todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), tiene múltiples y crecientes cauces de expresión. Bonos verdes, sociales, sostenibles, créditos sostenibles, índices de sostenibilidad cotizados y no cotizados, benchmarks, bonos con enfoque de género o impulsores de la inclusión financiera, microcréditos para emprendedoras, ratings, fondos cotizados o ETF… En este contexto, 2020 ha sido el primer año en el que las inversiones con criterios ESG, acrónimo de Environmental, Social and Governance han alcanzado un volumen superior al billón de dólares.
Una de las últimas novedades que han llegado al mercado son los bonos azules, que tienen como objetivo preservar y proteger los océanos y, por ende, el planeta, ya que los océanos cubren tres cuartas partes de la superficie de la Tierra. El valor económico anual generado por nuestros océanos es de aproximadamente 3 billones de dólares, lo que convertiría a la economía oceánica en la quinta más grande del mundo en términos de PIB.
“En la sostenibilidad no hay vuelta atrás. Prueba de ellos es que el mercado de activos sostenibles está creciendo de forma exponencial tanto desde el lado de la oferta, emisores, como de la demanda, inversores. El amplio abanico de activos impulsará todavía más la inversión responsable, pero no hay que olvidar que, para que este tipo de bonos verdes, azules, sociales o sostenibles sean catalogados como tal, deben cumplir sin fisuras una serie de recomendaciones internacionales. Cualquier desviación puede generar un riesgo reputacional indeseado, como ha ocurrido más de una vez en el pasado”, señala Ramón Pueyo, socio responsable de Sostenibilidad de KPMG en España.
A día de hoy, los bonos azules no están regulados por los Principios de la Asociación Internacional de Mercados de Capitales (ICMA) como es el caso de los bonos verdes, sociales y sostenibles. No obstante, durante los últimos años, ha habido un esfuerzo considerable por parte de los sectores público y privado para aumentar la transparencia y la coherencia en torno a las emisiones de bonos azules.
Es el caso de los Sustainable Blue Economy Finance Principles desarrollados por la Unión Europea junto con la Unidad de Sostenibilidad Internacional del Príncipe de Gales y el Banco Europeo de Inversiones que incluyen información sobre cómo un emisor ha de evaluar la salud de los océanos a la hora de establecer sus propios estándares, cómo realizar una gestión de riesgos efectiva y la divulgar el desempeño de las operaciones.
Del mismo modo, a finales de 2020 se publicó la Guía práctica para emitir un bono azul desarrollada por el Pacto Mundial de las Naciones Unidas donde se describen las mejores prácticas, puntos de referencia y marcos para aquellos interesados en emitir un bono azul alineado con una estrategia de sostenibilidad que promueva un océano saludable y productivo.
Hasta el momento se han llevado a cabo cuatro emisiones. El pionero fue el archipiélago de las Seychelles, con una emisión de 15 millones de dólares que contó con el apoyo del Banco Mundial y está destinada a preservar las aguas del Océano Índico que rodean sus más de un centenar de islas, clave de la primera industria del país, el turismo, y la segunda, la pesca.
En 2019, la segunda emisión se trasladó a Europa. El banco Nordic Investment Bank (NIB) emitió 2.000 millones de coronas suecas en bonos azules a cinco años. Los fondos recabados en este caso no van directamente a preservar los fondos marinos del Mar Báltico, pero sí indirectamente ya que se utilizarán para programas de gestión de agua del país escandinavo como mejoras en el tratamiento de residuos y prevención de la contaminación del agua, para impulsar un desarrollo urbano más sostenible. En abril del mismo año, Morgan Stanley y el Banco Mundial realizaron una operación conjunta por 10 millones de dólares para encauzar el gran problema de los plásticos que inundan nuestros océanos, además de nuestras vidas.
En septiembre 2020, el Banco de China se convirtió en el primer emisor de bonos azules de Asia cuyo volumen asciende a más de 900 millones de dólares con el objetivo de financiar proyectos relacionados con la preservación de los océanos.
Los expertos auguran un fuerte crecimiento para los bonos azules por la necesidad de proteger y preservar los océanos dado que solo el 3,4% están protegidos. La OECD estima que la Blue Economy representa el 2,5% del PIB mundial y duplicará su tamaño de aquí a 2030 hasta alcanzar los tres billones dólares. Más de 3.000 millones de personas dependen de la biodiversidad marina para su sustento económico, según datos de la ONU y del Banco Mundial. La Asociación para la Defensa de la Naturaleza (WWF en sus siglas en inglés) ha cifrado en 24 billones de dólares el valor de los activos de los océanos del planeta.
Preservar los océanos es crítico para remitir el calentamiento global son solo por su dimensión –el 71% del planeta- sino porque, además, absorben alrededor del 30% del dióxido de carbono que producimos.
Otro factor que se espera que impulse los bonos azules es la innovación que se está viendo en torno a los océanos, tanto en energías renovables -parques eólicos marinos, energía undimotriz, mareomotriz, maremotérmica, etc.- como en la minería en aguas profundas para extraer minerales y metales, aunque los grupos ecologistas albergan muchas dudas sobre esta última.
Los bonos azules entroncan directamente con el 14 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 3030 a los que se están comprometiendo cada vez más países y organizaciones de todo el mundo. Cumplir con estos objetivos requiere cambiar múltiples procesos productivos y buscar otra forma de hacer las cosas, lo que exige inversiones anuales de entre cinco y siete billones de dólares, según datos de la ONU.
En 2020 se emitieron 270.000 millones de dólares en bonos verdes, un 1,1% más que en 2019. La irrupción de los bonos azules amplía las posibilidades y herramientas de financiación para conseguir estos objetivos. Algunos expertos les auguran un crecimiento similar a la que han vivido los bonos verdes en su primera década de vida. De hecho, el Banco Mundial se ha implicado en las primeras emisiones de bonos azules, como ya hizo en su día con los bonos verdes.
En 2020, se emitieron bonos verdes por importe de 270.000 millones de dólares, habiendo aumentado un 1,1% con respecto al valor de 2019. Los bonos verdes tienen como objetivo financiar proyectos medioambientales o de transición ecológica. La emisión de bonos sociales destinados a financiar causas y programas sociales se multiplicó por siete en el contexto de la pandemia habiéndose emitido bonos por valor de 147.700 millones de dólares en 2020. Más agilidad están cogiendo los bonos sostenibles, para financiar proyectos que combinan factores medioambientales y sociales: en 2020 se emitieron 68.700 millones de dólares, según datos de ICMA. Los bonos azules son en realidad una nueva tipología de bonos sostenibles, aunque apuntan directamente a la conservación de los océanos.
Europa ha dado recientemente el espaldarazo definitivo a las finanzas sostenibles con la aprobación de un importante paquete de medidas y recomendaciones que introducen mayor transparencia, garantías y seguridad en el mercado.
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