Tras un año y medio en el que hemos vivido un parón de gran parte de la actividad económica y social, hemos visto que la reducción de emisiones y un modo de vida más respetuoso con el medio era posible. Hemos aprendido que hay determinados riesgos que no podemos ignorar y uno de ellos es, sin duda, el cambio climático. Así lo confirma el sexto informe del IPCC, el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, que ha emitido el documento más preciso y claro hasta la fecha gracias al mayor entendimiento de este fenómeno y a las mejores técnicas de medición disponibles.
Publicado el pasado mes de agosto, el informe advierte de que la temperatura global terrestre ha aumentado 1,09 ºC en entre 2011-2020 en comparación con el periodo 1850-1900, con un incremento mayor en la tierra (1,59 ºC) que en los océanos (0,88 ºC). Además, el incremento registrado desde 1970 ha sido el más rápido en comparación con cualquier otro periodo durante los últimos 2.000 años.
Aunque las autoridades internacionales, así como las empresas y sociedad civil, llevan años tomando medidas encaminadas a la transición a un modelo económico poco intensivo en carbono, los datos siguen sin ser positivos en esta materia. En 2019, año previo a la llegada de la pandemia, se observaron los mayores niveles de concentración de CO2 atmosférico de los últimos dos millones de años y los mayores niveles de concentración de CH4 y N2O de los últimos 800.000 años.
De este modo, el informe nos presenta una situación crítica: incluso en el mejor de los escenarios, las condiciones climáticas seguirán empeorando. Nos será prácticamente imposible alcanzar el objetivo de limitar el aumento de temperatura en 1,5 o 2 ºC respecto de niveles preindustriales, tal y como se establece en el Acuerdo de París, en ausencia de medidas drásticas e inmediatas. Es más, en cualquiera de los cinco escenarios analizados en el informe, el aumento de temperatura sobrepasará el 1,5 ºC a mediados de siglo, solo manteniéndose por debajo en 2100 en el escenario más optimista y alcanzando un aumento de 4,4 ºC en el más pesimista. Las consecuencias previsibles de un aumento de cuatro grados son devastadoras.
Las consecuencias del calentamiento global, incluso cumpliéndose el objetivo de 1,5 ºC, son ya irreversibles por siglos e inclusos milenios, especialmente las relacionadas con los océanos, fuente de vida y recursos imprescindible para el desarrollo.El informe afirma, por ejemplo, que el calentamiento de los océanos durante el último siglo ha sido el mayor desde el último periodo interglaciar o que el aumento del nivel del mar ha sido el más rápido de los últimos 3.000 años. Así, se estima que en los próximos 2.000 años el nivel del mar aumentará entre 2 y 3 metros si limitamos el calentamiento global a 1,5 ºC, de 2 a 6 metros si lo limitamos a 2 ºC y de 19 a 22 m con un calentamiento global de 5 ºC.
El cambio climático, advierte el informe, tendrá también un impacto directo significativo sobre la meteorología. Será el causante de un aumento en las temperaturas y fenómenos extremos, incluyendo olas de calor letales, entro otros efectos naturales que ya estamos comenzando a vislumbrar.
Esto pone de manifiesto, ahora que la mirada está puesta en el medio y largo plazo, en el crecimiento económico y reconfiguración social para construir un futuro mejor, la urgente necesidad de alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero que permitan limitar el calentamiento global a 1,5 ºC, y cumplir con lo acordado en el Acuerdo de París.
A escasas semanas de que dé comienzo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2021 (COP 26), que se celebrará a principios de noviembre en Glasgow y que incluirá la tercera reunión de las partes del Acuerdo de París, todas las naciones, especialmente las que conforman el G20, deben definir e implementar medidas para alcanzar la neutralidad climática y reforzar sus compromisos a través de sus planes nacionales de clima.
Pero no se trata de una problemática exclusiva de las autoridades internacionales ni de los gobiernos, sino que es una labor que todos los agentes deben hacer suya. En este sentido, la sociedad civil también debe seguir impulsando hábitos de vida menos intensivos en carbono y empezar a demandar productos y servicios que gestionen de manera responsable su impacto en el cambio climático. Las compañías, por su parte, deben continuar con sus esfuerzos en materia de ESG para limitar el impacto que el cambio climático tendrá en el futuro sobre los modelos de negocio y sobre el planeta. Deben, por tanto, hacer una gestión responsable del cambio climático, comprendiendo a qué riesgos medioambientales se enfrentan y cómo pueden mejorar su propia resiliencia ante los mismos.
El tejido empresarial debe focalizarse en planes de transición concretos hacia la neutralidad climática que impliquen tanto la medición de sus emisiones y la definición de objetivos de reducción de las mismas a corto y medio plazo, como la implementación de acciones para neutralizar las emisiones remanentes a largo plazo. En esta labor, es importante destacar que dichos planes de transición deberán hacer referencia a cuestiones como los modelos estratégico, operativo y comercial de las compañías.
En definitiva, y tras la voz de alarma de la comunidad científica, no nos queda otra que actuar de manera conjunta e inmediata. Las empresas que no actúen acelerando la transición hacia la neutralidad climática se enfrentarán a un creciente rechazo de los reguladores, de los inversores, de los mercados y de la opinión pública.
En un momento en el que la voluntad política, empresarial y social se centra en evitar la catástrofe climática, todos debemos poner de nuestra parte. Las compañías, estableciendo compromisos creíbles y definiendo planes de transición integrados en las estrategias de crecimiento, la sociedad aunando esfuerzos por integrar hábitos de vida y consumo cada vez más respetuosos con el medioambiente y los Gobiernos facilitando y marcando la hoja de ruta para cumplir con los objetivos de descarbonización.
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