Los momentos más decisivos suelen surgir de la superación. Dejar atrás las dificultades nos hace ser más conscientes, si cabe, de lo verdaderamente importante. Nos lleva a repensar nuestras premisas y apostar por nuevos caminos. Así ha sucede también en la empresa familiar, que ahora es más consciente de la profundidad de sus raíces y de su arraigo en las comunidades en las que está presente. Pero también de la necesidad de pensar diferente para cumplir con uno de los valores que la definen: la vocación de permanencia.
Este compromiso social y territorial que distingue a la empresa familiar ha llevado a la búsqueda constante de resiliencia a lo largo de su historia. Gracias a un espíritu emprendedor indiscutible, un orgullo de pertenencia y una capacidad de adaptación a los tiempos encomiable, su visión estratégica ha situado el foco en superar las dificultades siempre con la mirada puesta en su sostenibilidad a largo plazo.
Los nuevos tiempos requieren una apuesta decidida por el crecimiento. Por tomar decisiones que lleven a adaptarse al entorno, aprovechando las oportunidades de un mercado en movimiento con el objetivo de ganar un tamaño que otorgue de una mayor competitividad a la empresa familiar y, por consiguiente, al tejido empresarial.
Esta apuesta parte de una reflexión, un planteamiento del cómo y hacia dónde. Un análisis del tipo de organización, estructura, modelo de gestión y objetivos actuales, para de ahí trazar qué tipo de empresa se quiere llegar a ser. Solo conociendo el punto de partida se podrán acometer las medidas necesarias para una transformación que permita a la compañía crecer y trascender a las generaciones actuales.
Esta apuesta estratégica tiene en el caso de las organizaciones familiares una especial razón de ser. Las empresas de mayor tamaño, con robustez financiera, capean con menores dificultades los momentos de crisis, al disponer de más recursos y liquidez para hacer frente a posibles imprevistos. Contribuyen, por su capacidad de generadoras de riqueza, al desarrollo de las comunidades en las que están presentes, dada su proximidad con productores y proveedores.
También cuentan con un mejor acceso a financiación, con mejores condiciones y adaptada a las necesidades de la compañía, al disponer de solidez y otorgar una mayor confianza y certidumbre sobre la sostenibilidad del proyecto. Además, el tamaño lleva consigo una mayor disociación patrimonio empresarial y el familiar, protegiendo de este modo el legado fruto del esfuerzo de generaciones.
Y en el entorno actual, en el que vuelve a imperar la incertidumbre ante el impacto humano y económico del conflicto de Ucrania, la empresa familiar afronta nuevos retos, que sin duda afrontará desde la fortaleza que le otorgan sus raíces. La adaptación es clave: si algo nos están enseñando los últimos años, es que los planes estratégicos pueden verse afectados por disrupciones inesperadas.
Esta adaptación y toma de decisiones deben estar basadas también en una apuesta clara por la transparencia, por una relación fluida y cercana basada en la confianza con todos los grupos de interés, que siguen de cerca la aportación de valor y la contribución de las empresas a los retos comunes. Y, por supuesto, apostando por el desarrollo del talento, por garantizar que ninguna persona se queda atrás en este periodo clave de la economía.
Ante este momento tan decisivo para la empresa familiar española, iniciamos la serie ‘Superar los límites: por qué la empresa familiar es el motor del cambio’, una serie de artículos que nace con el objetivo de dar respuesta a las incertidumbres que afrontan los empresarios familiares. Con una mirada optimista, poniendo el foco en la relevancia de adaptarse al entorno y superar los retos, pero también en aprovechar las oportunidades para hacer que las raíces de la empresa familiar no solo sean profundas, sino robustas y extensas, y su crecimiento impacte en todos los actores de la economía y la sociedad.
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