La irrupción de la pandemia ha tenido un impacto innegable en la salud mental de las personas. Por un lado, supuso para muchos la necesidad de enfrentarse a sí mismos, a la soledad y a la incertidumbre. Y, a su vez, motivó el uso de las tecnologías y la aceleración de la hiperconectividad, con importantes efectos en los niveles de estrés y la mayor dificultad de atención ante la sobreexposición de estímulos.
Así lo demuestra el estudio realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que detecta cómo la pandemia ha repercutido en un aumento del miedo, la tristeza o la ansiedad entre la población. Daños psicológicos que también se han trasladado en el plano profesional, afectando a la motivación, las habilidades sociales y el bienestar de los trabajadores. Conocedora de esta realidad es Marian Rojas, psiquiatra y escritora, experta en la gestión saludable de las emociones y el estrés, así como de la recuperación del compromiso y el bienestar en el plano de las organizaciones.
RESPUESTA. En los momentos de estrés donde existe miedo, incertidumbre, enfermedad, caos o miedo a la muerte, nuestro organismo se modifica teniendo consecuencias tanto físicas como psicológicas. Los estados de estrés mantenidos producen apatía, tristeza, fallos de atención y concentración. Por lo tanto, el estado actual anímico y conductual que nos encontramos es una consecuencia de haber vivido en una situación de miedo y de incertidumbre durante dos años. Es “casi lógico” encontrarse en este estado, y es necesario buscar herramientas para salir los más airosos posibles y con los menores daños psicológicos.
Uniendo con la primera pregunta, ese estado de apatía se traduce no solo a nivel psicológico, si no también físico. Nuestro cerebro y nuestro organismo han estado con una sensación de lucha constante durante dos años y esto se traduce en un cansancio: mayor vulnerabilidad a ciertas enfermedades, mayor inflamación, contracturas, problemas digestivos, al igual que problemas psicológicos. Lo primero que tenemos que entender es que todos en algún momento hemos tenido miedo, incertidumbre o nos hemos roto. En estos dos últimos años no conozco a nadie que no haya tenido un momento en el que se haya sentido vulnerable, cansado o angustiado.
Lo segundo es entender que las empresas están compuestas por personas que tienen un mundo emocional muy intenso y que han vivido estas circunstancias, con más o menos miedo, sobre la muerte y la enfermedad. Para motivar a alguien tiene que existir una meta, una ilusión o un objetivo que de forma conjunta se pueda transmitir al departamento, a los empleados y a los directivos para poder retomar el camino profesional con ilusión. No siempre es fácil, pero realizar pequeñas actividades presenciales, sesiones relacionadas con la motivación y la felicidad, que los líderes reconozcan que han pasado por momentos de miedo y vulnerabilidad y puedan empatizar con los empleados puede ser una buena manera para volver a motivar a la gente en la empresa.
No olvidemos que todo el mundo que llega a trabajar viene de un ambiente familiar y personal más o menos equilibrado y sale de su trabajo y llega a su casa, donde tiene una serie de emociones que influyen en la gestión de su vida personal y laboral. Lo recomendable es ser capaz de gestionar nuestra vida personal y laboral para que exista un equilibrio entre ambas. Existe un cierto miedo a empatizar en el ámbito profesional, tener la sensación de que nos sentimos seres vulnerables y donde la gente tiene el “derecho” a contarme todo aquello que les preocupa.
Muchas veces los lideres o jefes no saben cómo gestionar ese mundo emocional de cada una de las personas que trabajan con ellos. Lo primero es conocerse a uno mismo y saber hasta qué punto la empatía y el mundo emocional de los demás es zona de confort o zona de alerta. Es decir, existen personas para las que el hecho de conocer una emoción de los demás les genera una enorme vulnerabilidad, porque no saben cómo gestionarlo. Pero cuando uno es capaz de comprenderse y conocer sus herramientas para llegar al corazón, la mente y el alma de las otras personas, esa empatía ayuda a ser un mejor jefe.
El cerebro no es inmune a estar conectado durante muchas horas a la pantalla: email, hay que hacer presentaciones, sesiones por ordenador y la corteza prefrontal se ve mermada, que es la zona que se encarga de la atención, concentración, de la solución de problemas y el control de impulsos. Por lo tanto, a veces es necesario conocer que a nuestro cerebro le cuesta más concentrarse, prestar atención a las conversaciones o que note que su cabeza divaga cuando está conectado a sesiones buscando vías de escape que puede que tenga que ver con la pantalla. Que nuestro cerebro sea adicto a emociones mediante el uso de estos dispositivos.
Lo primero es tener momento, en el día que no haya pantallas a nivel personal, de ocio, ni profesional y que sepamos gestionar el tú a tú con personas de nuestro entorno sin estar con el dispositivo delante. Si estamos con nuestros hijos, evitar el móvil; si estamos en una reunión, intentar poder hablar sin tener el ordenador delante y apuntando en una hoja, porque eso genera mayor sensación de cercanía y mejora nuestras habilidades cognitivas.
No tener miedo a reconocer que uno ha pasado por situaciones de vulnerabilidad miedo o tristeza. Y desde ahí ver cuáles son las ilusiones de la gente de nuestro equipo y encontrar motivaciones conjuntas. Organizar actividades al aire libre, donde la gente se pueda volver a ver, pueda sonreír, donde haya momentos de complicidad. Esto ayuda a poder retomar la sensación de cohesión y bienestar en la empresa.
Hasta hace unos años era difícil creer que en el trabajo se podía ser feliz. Lo que tenemos que tener en cuenta es que al menos, la gente que ha pasado por nuestros equipos haya tenido una sensación buena y haya aprendido, que haya rendido y que haya podido sacar su mejor versión. No siempre conseguiremos que haya sensación de compromiso en departamentos donde haya un gran nivel de rotación, pero al menos que las personas que atraviesan esa etapa, que tengan esa sensación de haber estado en un equipo donde las cosas funcionaban bien y donde se buscaba sacar lo mejor que llevaban dentro y no solo buscar los resultados del departamento.
Dándonos cuenta de que, si el trabajo es un lugar de bienestar donde nos exigen pero que a la vez les importamos como seres humanos, la sensación de plenitud será mucho mayor y se notará en los ambientes de los equipos.
En definitiva, no hay duda de que los profesionales necesitan trabajar para ser capaces de gestionar y equilibrar su esfera personal y laboral, especialmente tras el impacto de la pandemia. En este sentido, los equipos deben extraer los aprendizajes que se desprenden de esta crisis para crecer y salir más fortalecidos, empezando por reconocer ante el actual entorno sus vulnerabilidades y miedos. Solo así podrán empatizar y volver a motivar a los equipos para afrontar los próximos retos.
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