Hace unos días se anunció la creación de impuesto (¿nuevo?) que gravaría los beneficios de los bancos y las compañías eléctricas.
Dejaré a mis colegas de KPMG expertos en el sector de la energía que opinen sobre este último, pero, no obstante, anticipo una opinión común al sector financiero y al de la energía: las posibles disfunciones en el funcionamiento de los sectores (muy regulados) deben resolverse desde su regulación y no desde la política fiscal, normalmente incapaz de resolver esas deficiencias y más bien creadora potencial de nuevos problemas.
En cuanto al sector de banca, la hipotética creación de un nuevo impuesto o la revisión de alguna figura ya existente plantea varios problemas que trataré de abordar de forma ordenada.
Creo relevante decir que las formas han sido manifiestamente mejorables. Los bancos se encontraron con un anuncio por sorpresa, que también sorprendió a analistas e inversores en todo el mundo. Cuando se dirigieron a los bancos para solicitar alguna aclaración sobre el contenido, alcance y consecuencias de la medida, no pudieron obtenerla, como tampoco las entidades obtuvieron información alguna de las autoridades competentes, por lo que, ante una incertidumbre casi total, los inversores optaron por la cautela y la cotización de los bancos cayó con fuerza aquel día de forma seguramente innecesaria.
En cuanto al fondo, lo primero que habría que aclarar es cuál es el problema que pretende resolverse.
Dejémoslo claro: ninguna imposición fiscal sobre los bancos va a contener la subida de la inflación, ni la escalada del Euribor, ni va a mejorar en medida alguna la situación de los deudores de cualquier índole.
Estamos, en consecuencia, ante una medida puramente orientada a la recaudación fiscal: el Estado necesita recursos y entiende que los bancos se encuentran en una posición que puede proporcionar recursos adicionales.
De partida, resulta llamativo que, siendo la contribución fiscal del sector tan relevante como ya es, se considere que ésta debería ser superior y que, de serlo, no basta con el Impuesto sobre Sociedades (en el que, por cierto, el tipo soportado por los bancos ya es superior al de otras empresas y sectores) cuando, lógicamente, si los beneficios de los bancos son mayores, también creciente habrá de ser su contribución por dicho impuesto.
Si se trata, como se ha insinuado, de gravar lo que, para otros sectores se ha llamado “beneficios caídos del cielo”, la cuestión merece severas matizaciones en el caso de los bancos.
Desde hace al menos una década, el Banco Central Europeo lleva manteniendo una política monetaria muy expansiva para contrarrestar los efectos de sucesivas crisis económicas, con tipos de interés artificialmente bajos, incluso negativos.
Ello ha reducido mucho el margen financiero de los bancos (sobre todo cuando han renunciado a aplicar esos tipos negativos a los depósitos minoristas), haciendo que su rentabilidad se haya mantenido en niveles extraordinariamente bajos en los últimos años, lo que ha provocado que su valoración bursátil haya estado por debajo del valor en libros a lo largo de estos años.
Cuando, por primera vez desde hace muchos años, el BCE ha decidido elevar elevar los tipos de interés para contrarrestar la rápida y fortísima escalada de la inflación, se argumenta que esa subida del Euribor origina unos beneficios injustos para los bancos que habrían de ser, aparentemente, objeto de gravamen.
Se argumenta, colateralmente, que las cuentas de resultados de los bancos han sido muy positivas en los últimos meses, pero no se tiene en cuenta el origen de esos resultados, en muchos casos ajenos al negocio bancario y a su actividad en España. Y es que el negocio bancario propiamente dicho ha sido muy poco rentable en España (de hecho, no llega a cubrir el coste actual del capital) y los bancos han podido compensarlo con su condición de “supermercados financieros” a través de ingresos ligados a su actividad en el ámbito asegurador o de la gestión de activos o con beneficios “importados” vía dividendo desde otras geografías.
No se tiene tampoco en cuenta que la subida del Euribor que actualmente se está produciendo, aunque rápida, no debería conducir a unos tipos de interés demasiado elevados (más bien razonables) y que lo anormal han sido los años de tipos de interés cero o negativos.
Por otra parte, la combinación entre elevada inflación y tipos de interés más altos afectará a la capacidad de pago de familias y empresas lo que terminará impactando sobre los bancos, bien por aumentar la morosidad o bien por frenar la demanda de crédito. La ecuación que traslada directamente la subida de tipos a los beneficios bancarios es, como recientemente han indicado portavoces cualificados del BCE, una simplificación.
Este tipo de impuestos no son, por otra parte, novedosos. Hasta cuatro países europeos han tratado de imponerlos en los últimos años y el Banco Central Europeo se ha mostrado contrario en todos los casos y la razón es que los resultados bancarios son la clave de la solvencia del sector: bien porque permiten la generación orgánica de capital o bien porque atraen a los inversores que habrán de participar en su capitalización de ser necesario. Drenar los resultados bancarios afecta, por tanto, a su capitalización y, por extensión, constituye una amenaza desde el punto de vista de la estabilidad financiera y puede limitar su capacidad para prestar en un momento en que las familias y las empresas pueden necesitar esa financiación.
Habría que indicar también que resultará difícil la articulación de un gravamen para que no genere ventajas competitivas injustas entre proveedores de servicios financieros o incluso entre entidades bancarias y, desde luego, limitar el dividendo que pueden terminar recibiendo las imprescindibles fundaciones bancarias me parece, abiertamente, un error.
Según parece, en estos días conoceremos (como el sector) el detalle de la articulación técnica del gravamen por lo que habrá que diferir nuestra opinión técnica hasta ese momento. Pero, por el contexto en que se produce, no parece una propuesta oportuna. Lo mejor que podría ocurrir, como señalaba un conocido economista hace unos días, es que nunca llegara a hacerse realidad.
Los resultados bancarios que se han conocido hasta ahora muestran, como la luz de las estrellas, una realidad ya pasada: la de un momento en que la recuperación de la economía española se anunciaba vigorosa, la actividad económica y el empleo crecían, existía una expectativa de subidas de tipos de interés y la morosidad se mostraba asombrosamente contenida.
Todo parece indicar que el panorama será mucho más sombrío a la vuelta del verano. Esperemos a los resultados del año completo para ver hasta qué punto se mantiene la brillantez de los primeros trimestres porque lo que en ningún caso es cierto, es que se trate de “beneficios caídos del cielo”.
Me ha gustado mucho el artículo. La lectura de las decisiones del BCE es todo un catalogo de las razones extrafiscales que desaconsejan este tipo de impuestos ad hoc para las entidades financieras y que, en todo caso, exigen un análisis de impactos que aqui parece brillar por su ausencia.