“El precio es lo que se paga. El valor es lo que se obtiene”. El célebre aforismo de Warren Buffet no pierde actualidad, pero el consumidor se ve sometido hoy a una inflación sin precedentes que cuestiona los conceptos de valor y precio. Para Enrique Porta, socio responsable de Consumo y Retail de KPMG en España, el sector Retail se encuentra ante el reto de reorganizar su oferta para que la inevitable subida de precios no desincentive la demanda. Reorganizar lineales, replantearse los surtidos y atender a un cliente que prioriza lo esencial. Es el momento también del low cost y la marca blanca.
Una inflación en España por encima de los dos dígitos. Es un nivel que no veíamos desde 1984, en un contexto histórico, económico y monetario tan diferente al actual: con la peseta hundida frente al dólar, un PIB per cápita cuatro veces inferior al actual y cuando aún no habíamos ingresado en la entonces Comunidad Económica Europea. Analizar el comportamiento de los precios y del consumidor en un escenario inflacionario como el de hoy es difícil debido a la falta de datos históricos de los que extraer modelos.
“Ni en crisis anteriores con inflación teníamos contextos como los de ahora. Ni siquiera estábamos en la zona euro en España”, explica Enrique Porta. Marcas y distribuidores no descansan tratando de analizar la elasticidad demanda-precio.
Esa falta de proyecciones y referencias hace más difícil acertar con la fijación de los precios y añade un plus de incertidumbre. La situación se asemeja a una tormenta perfecta en donde no solo observamos el aumento de los costes de producción, sino del transporte, la energía, los salarios y los costes financieros de las empresas, por no hablar de las citadas tensiones en la cadena de suministro derivadas de la pandemia. ¿Cómo no repercutir todo eso en el precio sin correr el riesgo de perder la demanda?
Los retailers llevaban años reduciendo márgenes. Fabricantes y distribuidores ya no pueden seguir renunciando a repercutir el incremento de los costes, como en 2021, para favorecer la reactivación del consumo. Los productos más perjudicados por la inflación son precisamente aquellos bienes de necesidad donde la materia prima -cereal, leche, azúcar- tiene un peso muy relevante en el coste.
Las familias, con una economía doméstica aún frágil tras dos años de pandemia, tienen hoy menos dinero en el bolsillo para pagar estos suministros básicos y han cambiado sus hábitos de consumo.
El consumidor se hace más sensible al precio y tanto las marcas como los distribuidores toman medidas para adaptarse al cambio. Tanto marcas fabricantes como distribuidores tienen que establecer prioridades para surfear en la tormenta:
El alza de los costes de producción no es nada nuevo. Se venía observando desde antes de la pasada Navidad. Los costes energéticos y de transporte, unido a las tensiones en el suministro, auguraban un 2022 complicado. Durante aquellos meses, productores y distribuidores decidieron no repercutir los costes en el consumidor: había que darle una oportunidad a la rápida recuperación de la demanda.
Como explica Enrique Porta, la coyuntura alimentaba esa prudencia: se acercaba un periodo de ventas como Navidad, los acuerdos comerciales estaban cerrados y la voluntad de todos los sectores, desde el primario al transformador y el distribuidor, era no entorpecer la reactivación del consumo. “Todos fueron muy cautos a la hora de trasladar el incremento de costes al precio”, subraya el socio de KPMG.
Pero esa esperada recuperación del consumo, tras la etapa más dura de la pandemia, no fue respondida con la misma vitalidad por la cadena de suministro. Se produjo el temido efecto látigo.
“Parte de la infraestructura disponible para fabricar y transportar se había atrofiado debido al impacto de la pandemia y, de pronto, cuando vuelves a recuperar demanda, lo hace a un ritmo superior a lo que tus cadenas logísticas son capaces de responder”, explica Enrique Porta. “Faltaban materias primas, productos intermedios e incluso mano de obra cualificada. Y eso impacta en el precio. Ante la escasez, el precio sube”, añade el socio de KPMG.
Todo eso sucedía a finales de 2021. No había estallado aún la guerra en Ucrania, por la invasión rusa, ni se preveía que uno de los puertos más importantes del mundo, Shanghái, cerraría durante meses por un nuevo brote de Covid-19.
Todo cambia en 2022. Cuando la crisis coyuntural termina convirtiéndose en estructural, los productores y distribuidores no pueden seguir absorbiendo contra sus márgenes los incrementos de costes. Y tienen que trasladar una parte de esos costes al consumidor. Es la foto fija a la que llegamos este verano.
El sector Retail llevaba una década perdiendo márgenes. La competencia de las plataformas y la digitalización que se había visto obligado a acometer, junto con la inversión en delivery, le sitúa en una posición complicada ante la inflación. Ya no es que los productos sean más caros, es que vender le resulta ya de por sí más caro y complejo que hace diez años. Hay que reorganizar lineales, ofrecer nuevos productos y servicios y prepararse para las regulaciones cada vez más exigentes sobre envasado y residuos.
Todo ello sin olvidar nunca los objetivos de sostenibilidad, una exigencia creciente por parte de los consumidores, que buscan y esperan productos más sostenibles y respetuosos con el medioambiente sin que esto repercuta necesariamente en el precio que paga por ellos; y también del entorno regulatorio y legislativo. Solo como un ejemplo, el 1 de enero de 2023 entra en vigor la obligación de dedicar a la venta a granel el 20% de la superficie de los supermercados de más 400 metros cuadrados, según establece la nueva ley de residuos. Habrá menos espacio para las marcas tradicionales, con inflación o sin ella, y los clientes entrarán con sus propias botellas y envases rellenables. No es una opción, sostiene Enrique Porta: la exigencia es ofrecer más valor por el mismo precio.
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