Dijo el filósofo del siglo XVIII Jeremy Bentham que un animal sólo podría pertenecer al círculo moral humano si demostraba sentir placer o dolor. En particular, el dolor afectivo, es decir, aquel causado por circunstancias personales de gravedad, se considera característico del ser humano. La psicóloga Lisa Feldman Barret dice que la pena que produce el alejamiento o pérdida de un ser querido “dan lugar a un sufrimiento que actúa de manera parecida al síndrome de abstinencia de una sustancia adictiva”. Tal vez nuestros sentimientos de amor y duelo nos llevan a dormir en el lado de la cama de personas ausentes, vestirnos con sus pijamas o acercamos sus objetos, según observaron en 2006 los psicólogos James A. Coan, Hillary S. Schaefer y Richard J. Davidson.
En julio de 2018, los investigadores del Center for Whale Research advirtieron que algo iba mal en el parto de J35, una orca de 20 años apodada Tahlequah. Tras alumbrar a su cría frente a las costas de Victoria, Columbia Británica, vieron cómo trataba de mantenerla a flote hasta que falleció transcurridos apenas treinta minutos. Continuó reflotando su cuerpo hasta el anochecer, donde habitantes de las Islas San Juan testificaron como un grupo de orcas hembra formaba un círculo cerrado alrededor de la madre, permaneciendo inmóviles junto a ella y su cría durante unas dos horas. Se conocían síntomas de duelo en cetáceos, pero este episodo y la singladura posterior de Tahlequah afligieron profundamente a la comunidad científica.
El psicólogo Michael S. Gazzaniga señala lo fácil que es caer en el antropomorfismo cuando se evalúa la conducta de los animales, atribuyéndoles cualidades humanas. No sólo lo hacemos con animales, sino incluso con objetos inanimados. Por eso, una buena parte de la comunidad científica recela de interpretar sus comportamientos bajo nuestra perspectiva. Sin embargo, la científica y escritora Susan Casey subraya que estas similitudes ocurren con más frecuencia de lo que se admite, “cuando el estado emocional del animal es evidente para cualquiera que tenga ojos y corazón”. A Charles Darwin le maravillaba el comportamiento de su perro que, cuando deambulaba cerca de la cesta donde dormía una gata amiga enferma, le regalaba varios lametones en lo que el padre del evolucionismo calificó de “afecto”. “La idea de que Tahlequah sufría el duelo por la muerte de su cría no es una proyección sentimental”, concluye Casey.
J35 continuó aupando el cuerpo de su bebé mientras acompañaba a la manada alrededor de las Islas San Juan y las aguas interiores de la Columbia Británica. Transcurridos siete días, otros miembros de la manada comenzaron a turnarse para mantener a su cría a flote y permitir que Tahlequah descansara. Se habían documentado episodios similares en orcas y delfines, pero ninguno durante tanto tiempo. A finales de agosto se perdió el contacto visual con el grupo, y transcurridos 16 días desde el parto y recorridos más de 1.600 kilómetros de navegación por la costa noroeste del Pacífico, J35 fue avistada portando todavía el cuerpo de su bebé. Finalmente, dejó que se desvaneciera hacia el fondo del océano y regresó con el grupo.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross recibió un gran reconocimiento por su labor de investigación de pacientes deshauciados, y sus estudios sobre las diferentes fases del duelo en el ser humano. Describió las cinco etapas sucesivas por las que atravesamos, que quizá también tuvo que superar J35 para aceptar finalmente la muerte de su cría, con el apoyo de su manada. Jenny Atkinson, directora ejecutiva del Museo de las Ballenas en Friday Harbor, Columbia Británica, piensa que el dolor de Tahlequah fue especialmente agudo tras 17 meses de gestación y la conexión emocional que estos periodos prolongados inducen entre madre y cría.
Aunque no podamos llegar a comprender plenamente las experiencias de otras especies, concluye Casey, “el comportamiento y neuroanatomía de las orcas parece indicar que tienen una vida interior compleja”. Añade que “al igual que el cerebro humano, el de las orcas contiene neuronas Von Economo: células poco comunes especializadas que se relacionan con la empatía, la comunicación, la intuición y la inteligencia social”. Años atrás, el célebre neurociéntifico Joseph E Ledoux decía que las emociones “no son en absoluto rasgos exclusivamente humanos”, y añadía que “algunos sistemas emocionales del cerebro son básicamente iguales en muchas especies vertebradas”. Tal vez algunos animales se encuentran más cerca del círculo moral humano de lo que pensamos y nos dan lecciones de amor que nos empeñamos en ignorar.
La Declaración de Cambridge de conciencia reconoce que los animales, incluidos los mamíferos, las aves y otras muchas criaturas, poseen substratos neurológicos que les pueden permitir exhibir conductas intencionales, sensaciones y emociones. Hay quienes aseguran que lo que verdaderamente nos hace humanos, es darnos cuenta de ello.
Este post está dedicado a Elisabet Ribau, que ha sido mi asistente durante más de una década, bióloga de formación y de corazón.
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