Una vez al lustro, los directivos de las compañías se aseguran de diseñar un plan estratégico que revisan anualmente para poder ajustarlo. El ejercicio no deja de ser increíblemente ambicioso. Si dada la volatilidad e incertidumbre actuales resulta arduo ser capaz de predecir el futuro en los próximos meses, prever correctamente un periodo de años parece una auténtica gesta. Por este motivo, trasladar recursos a la gestión de riesgos se ha convertido en una prioridad para las compañías, que en mayor o menor medida han adoptado este enfoque con el objetivo de calcular la probabilidad e impacto de eventos adversos y, según estos valores, definir un modo de actuación.
Actualmente, un elevado porcentaje de organizaciones han llevado a cabo la identificación de los riesgos en materia de ESG para proceder a integrarlos en su estrategia, y se encuentran en fase de asignación de roles para su gestión y toma de decisiones con objeto de satisfacer las expectativas de los grupos de interés. Aunque subyace la idea de que es necesario mejorar los mecanismos de integración de los riesgos ESG en la estrategia empresarial, en los requisitos organizativos y de gobernanza, así como en los procedimientos de gestión de riesgos de las organizaciones.
No se puede prever lo imprevisible. Pero lo cierto es que parece que hemos obviado esta máxima en nuestros análisis. No se puede anticipar la total incertidumbre y, por tanto, el ejercicio de identificar riesgos y valorarlos puede mostrarse incompleto.
La gestión de riesgos está subdesarrollada sobre todo en sectores no financieros: los modelos ignoran la relación existente entre riesgos. Aunque están interconectados, los hemos tratado de manera aislada, infravalorando los posibles impactos.
Porque la unidad que soporta el impacto no es la compañía. En este sentido, se ha calculado el impacto y la probabilidad de un riesgo sobre una compañía, pero los riesgos de entorno afectan al ecosistema completo en el que se opera. El impacto de un evento negativo se ve multiplicado al afectar a proveedores, clientes, sociedad, administraciones, entorno en el que opera, etc. Por tanto, nuevamente hemos incurrido en una infravaloración de la severidad de los riesgos.
Los riesgos ESG (ambientales, sociales y de gobierno) representan grandes oportunidades, pero también desafíos para las organizaciones porque cuando se materializan, ocasionan un fuerte impacto económico y reputacional, así como en la continuidad y rentabilidad.
Para llevar a cabo una adecuada gestión de riesgos ESG, es necesario hacer un seguimiento de las necesidades de todos y cada uno de los grupos de interés, así como de los planes de acción específicos para alcanzar los objetivos ESG establecidos para dar respuesta. En este sentido, la detección y la monitorización de riesgos en materia ESG son esenciales, y tanto las herramientas como la formación de los responsables de la gestión de esta tipología de riesgos son aspectos críticos. Las funciones de gestión de riesgos son responsables de la integración de riesgos ESG en el inventario global de riesgos, así como de la valoración de estos, teniendo en cuenta los diferentes escenarios y pruebas, así como de considerar el impacto agregado.
En consecuencia, la implementación de una estrategia ESG efectiva como factor clave para impulsar la demanda de los productos y/o servicios se traduce en una percepción más favorable de las compañías que adquieren un compromiso en firme con la sostenibilidad.
El grado de desempeño varía en función de la organización, así como del sector. Sin embargo, cada vez más compañías incorporan los factores ESG tanto en la toma de decisiones como en sus operaciones, debido a que:
El marco legal para aplicar los criterios ESG es más extenso en el caso del ámbito ambiental bajo el paraguas del Pacto Verde Europeo, en crecimiento exponencial, aunque el ámbito social está incrementando también su relevancia en materia de desarrollo normativo asociado a los derechos humanos.
Además, una de las principales amenazas pertenece al ámbito ambiental: el cambio climático, en cuyo caso requiere la adopción de medidas que cumplan no sólo con los requerimientos normativos, sino también con las expectativas de mercado.
Para que nuestras compañías tengan éxito, deben generar confianza. Cuando nuestras compañías inspiran la confianza de sus stakeholders crean una plataforma para el crecimiento responsable, la innovación y los avances sostenibles en rendimiento y eficiencia. Incorporar la información ESG a las decisiones de inversión contribuye a mejorar la rentabilidad ajustada al riesgo, ya que los factores ESG pueden vincularse a los resultados a largo plazo de una organización.
En este escenario, hay que tener en cuenta que las políticas de control de riesgos, junto con la transparencia de las medidas tomadas para mitigarlos, son fundamentales para garantizar la permanencia de las compañías en el mercado.
Los riesgos ESG se encuentran en el punto de mira de reguladores, inversores y otros grupos de interés vinculados. La consistencia y la disciplina son las dos características principales de la gestión de riesgos que las organizaciones necesitan en la actualidad, dada la incertidumbre existente. Un proceso de gestión de riesgos consistente, disciplinado, repetible y verificable permitirá a la organización hacer frente a las incertidumbres. Conduce a un mayor nivel de aseguramiento interno que permitirá un mayor confort y aumentará la confianza del personal. De ser así, la organización estará bien posicionada para hacer frente a contratiempos y convertir las oportunidades en éxitos.
En consecuencia, toda organización debe poner foco en sus factores de riesgo a medio y largo plazo, y desarrollar, fortalecer o actualizar sus estrategias de mitigación de riesgos ESG como hoja de ruta hacia la resiliencia.
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