Conceptos como “responsabilidad” o “rendición de cuentas” sólo adquieren sentido cuando nos desenvolvemos en sociedad. Sostiene el doctor en psicobiología Michael S. Gazzaniga que, si solo existiese una persona en la Tierra, no podría ser responsable por nada, dado que no tendría ante quién exculparse. Comprender esto es lo primero para interiorizar que no vivimos aislados y que, siempre que coexistimos en estructuras sociales u organizativas, debemos estar dispuestos a facilitar explicaciones sobre nuestras acciones y omisiones. Aunque es un principio muy simple de buen gobierno, a algunas personas les cuesta equiparar las irregularidades promovidas activamente, de las toleradas mediante omisiones. La pensadora Hanna Arendt denunciaba que las personas adultas que obedecen órdenes, en verdad consienten con ellas, pues siempre existe libertad de actuar o dejar de hacerlo. Inhibirse de algo es siempre una decisión: la de no hacer nada. Uno de los cometidos de la función de compliance es explicar que subordinarse a una situación ilegal o falta de ética es siempre una decisión personal trascendente.
Solemos pensar que las irregularidades por omisión son más justificables que las impulsadas activamente. El biólogo evolutivo Marc D. Hauser propone un ejemplo: no parace lo mismo mentir en la declaración de impuestos (acción) que recibir una devolución de impuestos mayor a la que correspondería (omisión). ¿Qué haríamos en esta última situación?
Hauser advierte que nuestra percepción de mayor gravedad de las acciones respecto de las omisiones produce resultados irracionales, como evitar a toda costa conductas activas, pero permitir otras pasivas, aunque su resultado se sea mucho más dañino. Por ello, sospecha que nuestro razonamiento consciente no desempeña un papel relevante en los juicios morales.
En esta línea, el psicólogo Michael S. Gazzaniga atribuye al hemisferio izquierdo del cerebro la racionalización de cuánto hacemos, para darle una coherencia aparente. Por eso, nos damos un sinfín de explicaciones cuando actuamos incorrectamente por omisión. “Yo no lo he buscado”, “no tenía ninguna obligación de hacerlo”, “no me pagan para ello”, “ya tengo bastante con lo que hago”, “nada de lo que ocurre depende de mí” y un largo etcétera. ¿Nos resultan familiares este tipo de excusas lógicas?
Sabiendo que bastantes de nuestros planteamientos no son racionales, tratar de rebatirlos desde la lógica es una batalla perdida. Siempre surgirán contra-argumentos en una espiral infinita. Es un error intentar convertir al Compliance Officer en un “sparring argumental”, pues toda polémica moral –y por lo tanto emocional- se dirime en una localización cerebral distinta a la racional. Decía el célebre filósofo John Rawls que los “hombres razonables” deben ser capaces de ponerse en el lugar de los demás para tener en cuenta sus sentimientos, intereses y posibles sufrimientos. Más adelante esta capacidad se ha calificado como “razonamiento empático” o “inteligencia emocional”. Permite confrontar excusas lógicas -como las vistas anteriormente- con planteamientos emocionales. Es útil plantear preguntas como, ¿qué pasaría si nadie actuase valientemente?, ¿te sientes realmente satisfecho con tu inactividad?, ¿estarán orgullosos de tí tus seres queridos si llegan a saberlo?
En cualquier caso, no debemos confundir las irregularidades por acción u omisión, con aquellas de ambos tipos empujadas por situaciones de necesidad. Es una materia delicada que abordo en el video número 17 de la serie “Reflexiones sobre compliance”, tratando de aportara luz sobre cómo gestionar desde un punto de vista tanto racional como humano estas situaciones.
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