El biólogo e investigador Nicholas D. Wright aseguró en 2012 que la testosterona hace que la gente sea arrogante, egocéntrica y narcisista. Tal vez esta hormona no solo sea la culpable de tantos desencuentros sociales sino también de escándalos y conductas egoístas vinculadas frecuentemente con irregularidades de compliance.
Más que luchar contra los brotes de testosterona, el género humano lleva tiempo intentando encauzar racionalmente sus consecuencias. El 1889 se publicaron en España las bases para un Código de Honor, que era parte de una monografía del Marques de Cabriñana. Agudo estudioso de las muestras de altanería, decía que “toda acción que denote descortesía, burla o menosprecio hacia una persona o colectividad honrada, se considera una ofensa a los efectos de este proyecto de Código, si se realiza con la intención de perjudicar la buena opinión y fama del que se siente ofendido”. Articulaba el modo de zanjar ordenamente el menosprecio a las buenas costumbres, por lance de espada, sable o pistola.
En aquella época se desconocía que la testosterona aumenta la impulsividad y la asunción de riesgos, abocando a planes que, a pesar de ser estúpidos e irracionales, las personas están persuadidas de que lograrán, como demostraron en 2010 los investigadores Pranjal H Mehta y Jennifer Beer. Quizás algunos duelistas lamentaron la crecida de testosterona durante su migración a cadáveres. ¿Significa esto que el tratamiento médico de esta hormona podría reducir los comportamientos egocéntricos, individualistas o temerarios?
Piensa el biólogo evolucionista Marc D. Hauser que la impulsividad no siempre es negativa, siendo valorada en atletas, soldados, y a menudo en personas que reaccionan heroicamente. Esto explica cierta fascinación por ellas, cuando exhiben un perfil que nos puede sacar del peligro. Sin embargo, posiblemente la testosterona ha provocado violentos conflictos y sigue jugando malas pasadas en la sociedad actual.
Recientemente se descubrió que, por sí sola, no induce a la violencia. En verdad, los efectos de la hormona dependen del contexto: no desata conductas arrogantes, pero las potencia cuando brotan por cualquier otra causa. Es decir, que la testosterona per se no provoca malos comportamientos, pero potencia determinadas reacciones conductivas propiciadas por otras circunstancias. Las situaciones de estrés ocupan un lugar destacado en ese catálogo de condicionantes. Es una información relevante en compliance, pues muchas crisis se gestionan en entornos estresantes, donde el mero paso del tiempo incrementa el potencial dañino de las irregularidases, en lo que COSO 13 calificó como velocidad de los riesgos.
Como revelaron en 2007 los investigadores Stephanie Preston, Tony W Buchanan y R Brent Standfiel, el estrés influye en cómo pensamos -pero no para bien-, y su persistencia agrava sus consecuencias. Cuando concurre, la información se procesa con menor precisión, predisponiendo a actuar sin valorar correctamente los hechos o sus derivaciones. Desde un punto de vista clínico, también debilita la respuesta inmunitaria ante enfermedades infeccionas. La testosterona magnifica estos efectos, de modo que a una decisión de negocio precipitada se suma la arrogancia y hasta la violencia. Por eso, nadie en compliance debería dejarse arrastrar por la tensión del momento, y mucho menos validar acciones surgidas de la soberbia. ¿Comprendemos ahora la necesidad del comportamiento diplomático que cita el estándar ISO 37002:2021?
Desde luego, ni el estrés diario ni la testosterona deberían justificar conductas inadecuadas, incluso cuando parecen normales en el sector de actividad o la geografía donde se producen. Lo explico en el video número 21 sobre “Reflexiones de compliance”, señalando las grandes diferencias culturales que pueden darse al analizar comportamientos potencialmente corruptos.
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