La historia nos recuerda todos los días que la innovación va más allá de los dispositivos de moda en ese momento. En los últimos años, por ejemplo, hemos cambiado nuestra manera de comunicarnos. A pocos les resultarán extraños iconos como los iconos de WhatsApp y muchos hemos pasado de enviar en Nochevieja el mismo mensaje de felicitación por SMS a todos nuestros contactos, a enviar fotos, vídeos y mensajes de voz a decenas de grupos de Whatsapp. Lo mismo ocurre con la manera de trabajar. Las nuevas generaciones que se incorporan a la vida profesional entienden las relaciones personales y profesionales de manera diferente y, como consecuencia de ello, demandan formatos de trabajo más dinámicos e interconectados.
Wikipedia define hackathon como un encuentro de programadores cuyo objetivo consiste en el desarrollo colaborativo de software. Se podría decir que es una respuesta a las demandas de las nuevas generaciones, donde la interconexión, la inmediatez y la colaboración forman parte del credo en la era digital.
Los que ya llevamos unos años en el mercado laboral estamos acostumbrados a nuestra forma de trabajar más manual, más en papel. Porque nosotros somos así… y cambiar nos supone dudas, esfuerzo e incertidumbre. Sin embargo, cualquiera de nosotros seguimos manteniendo la capacidad de sorprendernos y de reconocer cuándo algo es bueno. Ese camino, el que va de la incertidumbre, pasa por la sorpresa, y llega al regocijo es una experiencia que varias personas del equipo de Fiscalidad Internacional integrada de KPMG decidimos tener cuando, en el mes de julio, nos atrevimos a saltar al vacío y, simplemente, probar qué era esto de un hackathon, y si podía tener aplicación para algo tan particular como el desarrollo de una solución técnica y comercial a un problema habitualmente expresado por nuestros clientes en el área fiscal.
Durante día y medio, encerrados entre cuatro paredes y portátiles en mano, comenzamos un viaje cuyo destino éramos incapaces de anticipar. ¿Los resultados? Los vamos a ver a continuación, pero resumamos primero qué características fundamentales tiene un hackathon.
No puedo hablar por boca de las diez personas que participamos, pero reconozco que personalmente empecé el día con cierto pánico, asustado por abandonar la seguridad que da la jerarquía y los formalismos más habituales, como cuando montas por primera vez en avión y sus ruedas dejan de tener contacto con el suelo.
Definido el objetivo del hackathon y compartido por la mayoría, nos pusimos manos a la obra. Los diez profesionales que participamos nos auto organizamos en tres grupos distintos, que trabajamos en paralelo. Cada dos horas poníamos en común nuestros avances. La intensidad de ese día y medio fue muy alta. La dedicación del equipo, plena.
Se superaron con creces las expectativas que todos y cada uno de nosotros teníamos puestas en la jornada. Alcanzamos el objetivo marcado al inicio del hackathon en el día y medio que duró, algo que no habría sido posible siguiendo los formatos habituales de trabajo. Más allá de la práctica inmediatez de los resultados, fue también sorprendente ver cómo profesionales de edades muy distintas, conocedores de su trabajo, necesitan pocas indicaciones externas para organizarse y trabajar de manera colaborativa en un objetivo común.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de muchos de nosotros, fue saber que todos teníamos toda la información relativa al desarrollo que estábamos haciendo, aunque no hubiésemos intervenido en todos los grupos de trabajo, algo que no ocurre habitualmente con la forma de trabajar más tradicional. Eso contribuyó generar una sensación de EQUIPO (con mayúsculas) con la que finalizamos el hackathon. Además, habíamos conseguido romper la creencia de que este formato de trabajo era aplicable únicamente a compañías de contenido fundamentalmente tecnológico.
Decidimos repetir. Distintos objetivos, distintos equipos, y mismo resultado: incertidumbre inicial, la sorpresa y el regocijo final.
Decíamos que nos comunicamos de manera diferente. El concepto hackathon se ha popularizado y se ha convertido en una palabra más de moda, como selfie, friki o hipster, por nombrar algunas. Depende de nosotros que esta forma de trabajo sea sola una moda pasajera, o se convierta en una oportunidad de dudar, decidir probar, sorprenderse y regocijarse.
Autor: Juan Ignacio Marrón es Socio Responsable de Fiscalidad Internacional integrada de KPMG Abogados
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