7:30 Suena el despertador. Lo apago.
7:35 Vuelve a sonar. No pueden haber pasado ya 5 minutos. Lo apago.
7:40 No desiste, vuelve a sonar. Tengo que levantarme. No quiero. Tengo sueño.
Este momento, esos segundos en los que por tercera vez apagas el despertador pero sabiendo que esta vez ya sí, no te queda más remedio que levantarte, esos son los segundos en los que tienes la capacidad de decir cómo vas a afrontar tu día. ¿Qué actitud vas a tomar?
Alternativa B – me levanto cansada, de mal humor, sé que me espera un día intenso y no quiero ni mirar la agenda. Y antes de todo eso aún tengo que lidiar con los pequeños, conseguir que desayunen, se laven y se vistan en tiempo record. Que no se olviden nada y llegar al cole antes que suene el timbre. Como consecuencia voy corriendo, les digo que se levanten ya, que no tenemos toda la mañana; me pongo seria porque no podemos estar jugando mientras el tiempo corre y al final llegamos a tiempo… Pero siento que esa no ha sido la mejor manera de empezar el día.
Alternativa A – me levanto cansada pero sabiendo que en buena parte de mi depende como sea su día. Así que DECIDO que quiero hacer que su día comience de la mejor manera posible, porque un día que empieza bien se afronta mucho mejor. Les despierto con un beso y les dejo sus cinco minutos (ellos también los necesitan) y me armo de paciencia y vuelvo a despertarles porque ellos también tienen sueño. Hacemos las cosas agiles pero sin carreras y sin necesidad de levantar la voz. Con un poco de planificación la noche antes todo va más rápido por las mañanas y si hay que hacer alguna concesión ¿por qué no?, dentro de nada se habrán hecho muy mayores y lo harán todo solos. Vamos hasta el cole jugando porque jugar siempre fue divertido y porque hay miles de juegos con los que también se aprende. Un beso grande, un abrazo antes de entrar y un “te quiero, diviértete, aprende mucho y ten un buen día”.
Ya solo eso me hace sentir mejor y yo también empiezo mi día con otra actitud. La misma que quiero tener, no solo en casa, sino en el trabajo, y en todo, porque es una actitud vital.
Ahora traslada esto al mundo empresarial. A tu trabajo, a tus responsabilidades, a tu equipo, a tus compañeros y a tu jefe.
La gente piensa que si sonríes, que si a la pregunta “¿qué tal todo?” respondes “muy bien” y que si eres capaz de dedicar parte de tu tiempo a hacer cosas que no parecen “urgentes” es porque te sobra el tiempo o tienes poco trabajo o tienes “la suerte” de tener un trabajo que te gusta… Tristemente nos hemos acostumbrado a que hay que estar siempre ocupados, ir corriendo, con cara de pocos amigos, respondiendo con un “estoy hasta arriba” y parece que eso es lo importante… o que eso te hace “ser” más importante. Pero te has parado a pensar… ¿Corriendo hacia dónde? ¿Ocupado en hacer qué? ¿Hasta arriba de qué tipo de cosas? Todo eso que haces ¿qué aporta? ¿Desde cuándo todo se ha convertido en “urgente”?
Volvamos un momento arriba…la Actitud la eliges tú. En tu casa, en tu vida, y por tanto en tu trabajo. Tal vez aquello que funciona fuera del trabajo también funciona dentro ¿por qué no? La alternativa A no solo se basa en actitud positiva, hay otros “ingredientes” que hacen que el resultado obtenido sea mejor que en la alternativa B: Flexibilidad, porque cuando eres capaz de adaptarte y sabes desdibujar en cierta forma los límites para dar cabida a nuevas formas de hacer las cosas el resultado suele aportar más que la rigidez; planificación para que la presión de tiempo no juegue en nuestra contra; empatía, porque si eres capaz de percibir lo que el otro siente serás más capaz de influir positivamente en esa persona; comunicación, porque no solo importa qué dices sino cómo lo dices y sobretodo el impacto que tiene sobre los demás; y por ultimo saber disfrutar con lo que haces y ponerle pasión.
¿Y si pruebas a afrontar los proyectos, los problemas, las “urgencias” en el trabajo con una actitud amable, con una sonrisa (esto parece un tanto naïf pero en absoluto lo es), sin correr y sin ponerte de mal humor? Las cosas no se hacen mejor por hacerlas como si el estrés nos estuviera matando, muy al contrario, las cosas se hacen mejor cuando las afrontas con una actitud positiva. Ojo, no confundamos esto con el “nada importa”, “ya lo haremos” o “total, da igual porque todo es urgente”. Es bastante común interpretar que la “actitud positiva” es una especie de wishful thinking donde lo emocional está por encima de todo, pero no es así. Se trata de afrontar los retos desde una perspectiva positiva, colaborando, aportando y creando un clima de trabajo que lo fomente, pero teniendo en cuenta todas las variables, analizando los riesgos, controlado los tiempos y siendo igual de profesional. Tener una actitud positiva no supone en absoluto bajar la exigencia.
Cuando trabajas con personas la actitud es la que marca la diferencia. Cómo comunicas, cómo gestionas los proyectos, cómo colaboras con los equipos, cómo pides las cosas, cómo transmites y cómo entusiasmas a los demás, y cómo cuidas de las personas de tu organización. Puedes tener un gran conocimiento técnico, manejar la tecnología, definir políticas y procedimientos, diseñar cursos, organizar tareas…pero si no tienes la actitud te falta lo esencial.
Si tuviera que elegir una sola cosa a la hora de seleccionar a una persona para mi equipo sería la actitud. La palabra actitud significa muchas cosas y a veces se mezcla con muchas otras como motivación, compromiso, ganas, pasión…pero al final todos entendemos algo cuando hablamos de actitud: es esa manera de afrontar las cosas que te hace diferente, que aporta y que suma.
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