La transición energética y los minerales asociados para llevarla a cabo vuelven a estar, una vez más, en el centro del tablero económico y geopolítico mundial.

El Acuerdo de París, adoptado en la Conferencia sobre el Clima en diciembre de 2015, estableció como objetivo prioritario limitar el aumento de la temperatura media del planeta a un máximo de entre 1,5 ºC y 2ºC.

El compromiso a nivel global parece firme, como refleja el hecho de que nueve de las diez mayores economías del mundo ya hayan anunciado sus planes para alcanzar el nivel de cero emisiones o se hayan comprometido a hacerlo.

Hasta el momento los esfuerzos se han centrado en acelerar la transición de una economía basada en combustibles fósiles hacia una economía sustentada por las energías renovables, que permita una reducción rápida de emisiones hasta conseguir la neutralidad en carbono (cero emisiones netas).

Como señala el informe Resourcing the energy transition: Making the world go round, publicado por KPMG Internacional, alcanzar estos objetivos requerirá la introducción a gran escala de tecnologías limpias, con los costes asociados que el proceso conllevará.

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Por el momento la atención se ha centrado en cómo sufragar estos costes, prestándose una menor atención a la cadena de valor de dichas tecnologías. Sin embargo, la fuente de los recursos, que se sitúa en el inicio de la cadena de valor, podría convertirse en el eslabón más débil de dicha cadena. Y no se trataría de una potencial escasez en los recursos minerales naturales utilizados en el desarrollo de dichas tecnologías, sino debido a otro tipo de riesgos, como los de carácter geopolítico para unos recursos limitados, concentrados en un reducido número de países y con una demanda creciente, o los riesgos vinculados al mayor escrutinio por parte de industria, inversores y opinión pública de los métodos de extracción y su impacto medioambiental.

Los sectores dependientes de tecnologías verdes y soluciones de almacenamiento de la energía, como la automoción, infraestructuras, transportes, o la industria manufacturera, necesitarán administrar y evaluar estos riesgos para garantizar la resiliencia de sus cadenas de suministro.

En general, las tecnologías con bajas emisiones de carbono requieren de una mayor cantidad de minerales en su desarrollo que las tradicionales, basadas en el uso de combustibles fósiles. Un informe del Banco Mundial estima en cerca de tres millones de toneladas los minerales requeridos para dar respuesta a la demanda asociada al cumplimiento del objetivo máximo de 2ºC de aumento de temperatura del Acuerdo de París. Entre los ejemplos de utilización de estos minerales estarían el uso del indio necesario para la fabricación de paneles solares, o el grafito, cobalto, litio o vanadio utilizados en los sistemas de almacenamiento de energía renovable (solar o eólica) y en los vehículos eléctricos.

Las estimaciones del Banco Mundial y de otros analistas no suelen incluir otras aplicaciones industriales de los minerales que probablemente presionen aún más la demanda. Este puede ser el caso por ejemplo del galio, silicio, indio y germanio utilizados en algunas tecnologías digitales, el vanadio y cobalto utilizados en la impresión 3D o este último también utilizado en la producción de acero.

Vemos, pues, cómo la utilización de minerales en nuevas aplicaciones vinculadas con el desarrollo tecnológico puede convertirlos en elementos críticos para diversos sectores, pudiendo comprometer no solo el camino y escala hacia una transición energética limpia, sino también la evolución tecnológica de sectores como el de la industria manufacturera, la industria aeroespacial o la de la automoción. Por ejemplo, el papel del hidrógeno como medio para la portabilidad energética aumentará la demanda de iridio y platino para la fabricación de electrolizadores; o el uso de renio como un catalizador en soluciones de captura y almacenamiento de carbono para las industrias más difíciles de descarbonizar podría causar escasez para la industria aeroespacial, al ser un componente necesario en la fabricación de turbinas.

Desde el punto de vista de la oferta, un crecimiento rápido de la demanda global sería difícil de atender, teniendo en cuenta que la exploración y extracción de estos minerales requiere de grandes inversiones previas y no todas las reservas son técnica o económicamente susceptibles de extracción. Inversores o empresas dedicadas al trading de estos minerales necesitan cierta seguridad sobre sus inversiones en el largo plazo para poder responder a estos posibles aumentos de demanda, una cuestión que sin duda es necesario abordar para dar respuesta a los objetivos marcados en materia climática.

Pero no solo las consideraciones de rentabilidad pueden afectar a las decisiones de los inversores. El acceso a las reservas puede verse restringido por otros factores de carácter ético o reputacional para las empresas.

Como reconocimiento de la importancia del control de las cadenas de suministro de los minerales, Estados Unidos, Reino Unido, la UE, Japón y Australia han publicado un listado de materias primas que son consideradas “vitales” para la seguridad y la prosperidad económica. Esta lista forma parte de una estrategia mayor para reducir la dependencia y minimizar los riesgos de la cadena de suministro y considera la centralidad de estos recursos para el desarrollo económico continuado, la innovación tecnológica y la transición energética, en contraposición con potenciales reservas y una dependencia de las importaciones.

Parece previsible que, a medida que las tecnologías de extracción, refino y fabricación mejoren, se requieran menores cantidades de mineral para alcanzar el mismo nivel de producción.

Pero más allá de las mejoras de eficiencia y los avances tecnológicos que puedan producirse, un elemento a tener muy presente en la evolución de la demanda de minerales es la posibilidad de un despliegue generalizado de soluciones de economía circular.

El rediseño, reciclado y reutilización en torno al ciclo de vida del recurso puede jugar un papel clave a la hora de enfrentar las posibles restricciones de la oferta y contribuir a mitigar parcialmente la volatilidad de precios y la escasez de suministro.

Los fabricantes industriales pueden jugar aquí un papel esencial, reduciendo el uso de minerales críticos en sus procesos productivos y revisando el potencial de recuperación. Como ejemplo de posibles actuaciones cabría señalar que los primeros paneles solares están llegando al final de su ciclo de vida útil y podrían convertirse en una fuente de valiosos materiales que incluyen el silicio, plata o aluminio. Igualmente, los gobiernos deberían plantear la introducción de incentivos a la reutilización de productos que contengan estos minerales como pueden ser las baterías y los productos electrónicos desechados.

En definitiva, la posibilidad de alcanzar los objetivos marcados en el Acuerdo de París requerirá de una implicación clara por parte de los gobiernos y del sector privado a nivel global, un camino que no se antoja fácil y en el que la geopolítica va a estar presente en los dos lados de la ecuación oferta-demanda. Tengamos claro que la transición hacia un sistema basado en energías renovables y hacia una economía más circular forman parte de una misma agenda.