No hemos evolucionado como las aves, pero volamos más alto y rápido que ellas. También nos sumergimos en las profundidades de los océanos, sin ser peces. Durante una entrevista al célebre paleontólogo Stephen Jay Gould, subrayó que no se ha producido ningún cambio biológico en los seres humanos durante cuarenta o cincuenta mil años. La evolución natural se ha convertido en irrelevante para alcanzar nuestras metas, lo que Gould atribuyó a la extraordinaria capacidad cultural del género humano, que nos mejora mucho más rápido que cualquier alteración genética. Lo que llamamos cultura y civilización nos permite alcanzar objetivos trascendentes que sobrepasan en mucho nuestras límitaciones biológicas. Superamos las capacidades de otras especies con el mismo cuerpo y cerebro de nuestros ancestros, que hoy examinan los paleontólogos. Cuando el 12 de septiembre de 1962 John F. Kennedy declaró que el género humano llegaría a la luna, lo hacía bajo un profundo convencimiento cultural, dado que nuestra biología había quedado obsoleta mucho antes.
La epigenética estudia el modo en el que el ambiente altera nuestro código genético y nos hace evolucionar. No obstante, las variaciones inducidas por el entorno y los hábitos no operan a la velocidad necesaria para eclipsar los dos factores que rompen los límites de nuestro género: los físicos a través de la tecnología y los evolutivos gracias a la cultura. Somos la primera especie que lo ha conseguido de forma tan visible, pero, desde una perspectiva geológica de tiempo, tal vez no seamos la única, ya que existen otras que también desarrollan herramientas, rasgos culturales y evolucionan, como viene estudiando el etólogo y divulgador Carl Safina.
El primatólogo Frans de Waal apunta que la Humanidad parece haber tomado las riendas de su evolución moral, con el resultado de que cada vez más miembros de nuestra especie están dispuestos a acatar normas de creación artificial, que nos benefician a todos. Probablemente es el modo de romper las barreras evolutivas que impone el interés individual.
El paleoantropólogo Juan Luís Arsuaga y el investigador en psicobiología Manuel Martín-Loeches señalan que el “progreso”, entendido como incremento de la complejidad en alguna faceta, puede darse en procesos evolutivos naturales. Sin embargo, no debe confundirse con el “propósito”, que “requiere siempre finalidad, intención, proyecto, un plan por parte de alguien”. De esta manera, progresar biológica o culturalmente no significa necesariamente hacerlo en el sentido correcto. Ya en 1963 el paleontólogo y biólogo evolutivo George G. Simpson afirmó que “la degeneración evolutiva es tan probable como un progreso mayor”; abogando por algún tipo de monitorización razonable para evitar seguir derroteros indeseados.
Nuestra civilización ha inventado superorganismos que vencen nuestras limitaciones físicas. El origen etimológico del término “corporación” nos evoca la existencia de un “corpus”, como forma artificial o macroorganismo que aglutina a un colectivo de personas, creado para superar nuestras limitaciones económicas y vitales: disfruta de mayores recursos para acometer sus actividades y sobrevive a sus integrantes humanos. Es fascinante observar como estas capacidades artificiales vienen reconocidas por los ordenamientos jurídicos, acercándolas todavía más a organismos vivos. La responsabilidad penal de las personas jurídicas –como si de un ser humano se tratase- es una manifestación de este fenómeno.
Las corporaciones disponen de su propia cultura, que determina su presente y su futuro. Al igual que con nuestra especie, su evolución y supervivencia no solo depende de su capacidad de progresar tecnológicamente, sino de hacerlo bajo determinado propósito. El incremento en complejidad de los modelos de Compliance no implica progresar con un propósito claro, cuando ni siquera se ha reflexionado sobre ello. Cuál es el propósito de una organización, de su cultura y de su modelo de Compliance, son cuestiones que deberían tener respuestas contundentes.
Poner el foco en la cultura organizativa no es un lujo sino una necesidad, reconocida incluso por nuestro Tribunal Supremo. No en vano su sentencia 154/2016 la declaró el “dato determinante a la hora de establecer la responsabilidad penal de la persona jurídica, independientemente incluso del cumplimiento estricto de los requisitos previstos en el Código Penal de cara la existencia de la causa de exención de la responsabilidad…”.
A principios de cada ejercicio social muchas organizaciones se proponen mejorar su cultura. Sin embargo, y a pesar de su trascendencia, es un objetivo excesivamente vago si no lleva aparejado medidas concretas, como explico en el video número 1 de la nueva serie dedicada a “Reflexiones de Compliance”, contemplando los objetivos detallados en los que piensan los principales estándares internacionales sobre la materia.
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