Las elevadas tasas de inflación y su continuidad en el tiempo, unida a la crisis de desabastecimiento y a la subida de los precios energéticos y de otros productos, dibujan un difícil entorno para las compañías. Este panorama ha adquirido una mayor complejidad como consecuencia del conflicto de Ucrania, que ha acentuado la inestabilidad de las cadenas de suministro globales, que ya estaban afectadas. Los retrasos en los envíos y la escasez de algunos componentes críticos son algunos de los impactos más visibles, que afectan especialmente al sector industrial. Por esta razón, es necesario que las empresas analicen la exposición de su cadena de suministro al conflicto, revisen sus planes de contingencia y establezcan mejoras operativas para afrontar las actuales circunstancias.
Esta coyuntura se está traduciendo en un incremento significativo de los costes que, a su vez, está presionando los márgenes de las empresas. Esta difícil situación implica un importante esfuerzo por parte de las organizaciones, especialmente para reducir los costes de transformación, producción y prestación de servicios, que, probablemente, sea el único ámbito que se encuentre en las propias manos de las compañías.
Ahora bien, aunque se pueda repercutir parte de este sobrecoste al consumidor, puede que el usuario sea incapaz de absorber tal incremento. En consecuencia, es probable que los productos y servicios ofertados por las compañías dejen de ser atractivos e incluso innecesarios, produciéndose así una disminución en la demanda o una polarización que priorice a aquellas compañías que oferten productos y servicios similares, pero a un menor coste.
En este sentido, resulta fundamental que las compañías hagan un ejercicio de reflexión interna que, además, debe ir acompañado de acciones rápidas y ágiles. Para ello, se aconseja comenzar a revisar el porfolio de productos y servicios para entender las necesidades reales del mercado. Así, las compañías podrán continuar poniendo el foco en identificar todos aquellos puntos dentro de sus procesos de generación de valor, ya sea a través de un servicio o un producto de consumo.
De igual modo, las compañías necesitan buscar ineficiencias sobre las que implementar iniciativas de mejora rápidas, con un claro impacto en la reducción de costes y retornos de inversiones acelerados inferiores a un año. Esto permitirá conseguir los mismos outputs con un coste más reducido, así como recuperar parte del margen perdido ante esta coyuntura.
Asimismo, uno de los puntos clave, especialmente para las empresas del sector industrial, que transforman materias primas en productos finales, será maximizar el rendimiento de las líneas de producción. Sobre este punto, las empresas deben embarcarse en la implementación de tecnología y digitalización de sus procesos, de una forma ágil, rápida y práctica. Todo ello con el fin de monitorizar y poner el foco en lo realmente importante y necesario en este momento. Sin duda, esta ha de ser la semilla del proceso de transformación que a nivel digital deben experimentar las empresas en el medio plazo.
El objetivo final debe ser llevar todas las máquinas a su velocidad nominal, eliminando todas las paradas y microparadas que reduzcan su capacidad productiva, al tiempo que las empresas aseguren que los operarios realizan las tareas de una forma estandarizada y fiable. Además, las organizaciones necesitan garantizar que el suministro de materias primas a las cabeceras de línea es estable y que no se paran por falta de suministro, produciendo de esta manera aquello que el mercado realmente está demandando, sin generar stocks innecesarios que incrementen la necesidad de circulante. También deberán garantizar que el producto resultante es ‘bueno’ a la primera y no hay reprocesos ni defectos durante la fabricación, maximizando así el rendimiento durante todo el proceso.
Además, todas estas mejoras operativas tendrán un triple impacto: el primero, una clara y tangible reducción de costes que permitirá recuperar parte del margen perdido y sanear las cuentas de resultados; el segundo, haber dotado a la empresa de una mayor flexibilidad en sus producciones, permitiendo hacer series y tiradas más cortas, mejorar las necesidades de circulante y entender y dar un mejor nivel de servicio a sus clientes; y por último, al ser más eficientes, las compañías necesitarán menos recursos, energía y tiempo para fabricar sus productos, menos reprocesos, menores mermas… etc. Y esto implicará, en definitiva, una reducción de la huella de carbono generada por la compañía, siendo mucho más sostenible que antes.
En conclusión, y en vista de que aquello que nos espera en los próximos meses será poco predecible y estable, las compañías deberán emprender acciones certeras para mejorar su eficiencia. Con el claro objetivo de preparar a los equipos, recursos y máquinas para alcanzar el máximo rendimiento y potencial para afrontar la actual coyuntura.
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