A diferencia de lo que podemos suponer, los defraudadores típicos son profesionales que trabajan en la propia organización y normalmente no actúan solos. ¿Sabrías reconocerlo si lo tuvieses al lado?
Podría ser nuestro compañero de mesa, o incluso nuestro jefe. Los estudios demuestran que el perfil del defraudador coincide con el de miles de personas a nuestro alrededor.
Se busca hombre de mediana edad (de 36 a 55 años), con un puesto directivo o ejecutivo en las áreas de finanzas, operaciones, ventas o marketing, que lleve más de 6 años trabajando para su empresa. Podría ser el perfil incluido en una oferta de trabajo, pero son las características que conforman el defraudador tipo.
Según el estudio ‘Perfiles globales del defraudador’ de KPMG, el 61% de los fraudes son producidos por personas que trabajan en la propia organización, lo que se conoce como fraude interno, y el 70% no actúa solo. “El defraudador suele ser una persona correcta en apariencia y amigos de todos, aunque el perfil del defraudador es cambiante, va evolucionando, de ahí la dificultad para mitigar estas prácticas”, avisa Ángel Requena, socio de Forensic de KPMG en España.
El delito más común, en un 56% de los casos, es la apropiación de activos (robo en efectivo, desvío de fondos, robo de inventarios físicos, derechos de cobro…), seguido de la obtención de ingresos de activos mediante actividades fraudulentas ilegales (24%). En cuanto a los sectores, ninguno se escapa del fraude, aunque “los que registran mayor incidencia en España son el financiero, infraestructuras, telecomunicaciones y energía. El fraude externo (el cometido por personas que no trabajan en la organización) se produce fundamentalmente en seguros y sector público”, señala Alfonso Bravo, Director en el área de Forensic de KPMG en España.
Uno de los cambios destacados que se detectan en este estudio es el creciente uso de la tecnología por parte de los defraudadores, y no solo en países tecnológicamente avanzados.
Los expertos señalan que el fraude se explica por tres factores. El primero de ellos es la oportunidad, la puerta de entrada para perpetuar el delito. Según el estudio, la debilidad de los controles internos motivó el 54% de los fraudes. “Esto indica que, si muchas organizaciones endurecieran los controles y la supervisión de los empleados, la oportunidad de cometer un fraude se reduciría visiblemente”, según se señala en el estudio. El segundo factor es la motivación, que, en la mayoría de los casos, suele ser económica (avaricia, beneficio económico y dificultades económicas). Para finalizar, existe una racionalización por la que el defraudador justifica sus propios actos. “Sorprendentemente, motivaciones emocionales como la ira o el miedo fueron mencionadas en el estudio en escasas ocasiones entre los entrevistados. Sin embargo, la sensación de superioridad fue la opción escogida por el 36% de los defraudadores”, señala Alfonso Bravo.
Uno de los cambios destacados que se detectan en este estudio es el creciente uso de la tecnología por parte de los defraudadores, y no solo en países tecnológicamente avanzados. Pero, los avances en este sentido también pueden usarse para “favorecer la creación de barreras de defensa en las organizaciones. Enfoques más innovadores como los análisis y la gestión de datos proporcionan a las empresas una oportunidad de valor para atrapar al defraudador”, asegura Ángel Requena.
El delito más común, en un 56% de los casos, es la apropiación de activos (robo en efectivo, desvío de fondos, robo de inventarios físicos, derechos de cobro…)
“La posibilidad de recuperar los activos dependerá del propio nivel del defraudador: si la cuantía del fraude es menor, las posibilidades de recuperarlo serán mayores. Si el fraude incluye cierta estructura y asesoramiento será más difícil de detectar. También dependerá del tiempo que hace que se haya producido”, apunta Alfonso. “Es necesario que la empresa cuente con mecanismos de prevención y detección del fraude y contar con procedimientos para actuar lo más rápidamente posible”, finaliza.
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