Desde que el pasado 24 de febrero se desencadenara el conflicto entre Ucrania y Rusia, la incertidumbre se ha apoderado de todo. La pérdida de vidas humanas, el éxodo de refugiados y la destrucción del país son los principales y más importantes efectos provocados por el conflicto, pero no los únicos.
Tras la entrada de Rusia en territorio ucraniano, los principales países occidentales han activado herramientas para aislar la economía rusa. Medidas que están impactando negativamente en el país pero que tienen indiscutibles consecuencias sobre los países occidentales y sus empresas. La incertidumbre sobre la economía global se ha generalizado, ralentizando su crecimiento en un momento clave en el que comenzaba a recuperarse de los efectos de la pandemia y en un escenario de presiones inflacionistas y problemas de abastecimiento.
En este entorno de mayor incertidumbre, uno de los sectores más afectados es el de automoción, que ya venía enfrentándose a las consecuencias de la escasez de semiconductores y a las disrupciones de la cadena de suministro. En este sentido, la rotura de las interconexionadas cadenas de suministro está generando un efecto dominó en el sector, provocando el parón en la producción de las plantas europeas de diversos fabricantes y poniendo de manifiesto la necesidad de la industria de replantear sus estrategias.
Pero ¿por qué es tal el impacto del conflicto en la cadena de suministro y, concretamente, en el sector automoción? La principal razón reside en que Ucrania y Rusia son las principales fuentes de aprovisionamiento de importantes materias primas para el sector como el paladio ―presente en la batería de los coches―, gas neón ―utilizado en la fabricación de semiconductores―, níquel ―utilizado para recubrimientos resistentes a la corrosión―, acero y aluminio ―los dos materiales más utilizados por el sector― o semimanufacturas como el cableado de catalizadores y los semiconductores ― utilizados en la práctica totalidad de los equipamientos. El colapso de rutas terrestres, las restricciones aéreas o la destrucción de infraestructuras marítimas en el Mar Negro están tensionando, aún más, una cadena de suministro ya mermada por las sucesivas olas de la pandemia, sin olvidar las sanciones financieras impuestas a Rusia, que dificultan encontrar canales financieros a través de los cuales comerciar.
Pero los efectos del conflicto el sector automoción no se limitan únicamente a la cadena de suministro. Las sanciones impuestas o el fuerte aumento de los precios de las materias primas están incidiendo directamente en la actividad de los fabricantes en Europa.
A principios de marzo, los precios mundiales de las materias primas alcanzaban los niveles más altos desde el 2008. Desde que comenzó el conflicto, el precio del gas y del petróleo ha alcanzado máximos históricos; la cotización del níquel, elemento clave en la producción de baterías, tuvo que ser suspendida debido a la subida “sin precedentes” de su precio; el precio del aluminio alcanzó los 3.983 dólares la tonelada en marzo ―máximo histórico―; y el precio del paladio ha rondado los 100.000 euros el kilogramo, pulverizando el máximo histórico. En resumen, el aumento de costes está disparando el precio de los insumos de las empresas del sector y este aumento de los costes de producción podría ser trasladado, en parte, a los consumidores generando un aumento de los precios de los vehículos de entre un 2-3%. De no ser así, las empresas verían sus márgenes reducidos, haciendo peligrar sus cuentas de resultados.
A todo ello hay que añadir la contracción de los intercambios bilaterales provocada por las sanciones comerciales y financieras. A nivel global, se estima una importante reducción de las ventas de vehículos ligeros, buena parte de ellas en Europa (incluyendo Rusia). Los datos publicados en España por ANFAC muestran que las ventas en marzo han caído un 30,2% respecto al mismo mes del año anterior, rebajando a la mitad de lo que correspondería a un ejercicio normal el acumulado del primer trimestre del año y siendo el segundo peor dato mensual desde que hay registros, solo por detrás de marzo de 2020, en pleno confinamiento. Datos que, sin duda, se han visto agravados por la huelga de transporte en España
El conflicto Rusia-Ucrania ha puesto de manifiesto la relevancia de los riesgos geopolíticos en la estrategia empresarial, y la vulnerabilidad de las cadenas de valor, cuestión esta última que ya era objeto de atención a raíz de la pandemia. Todo ello va a obligar a las compañías a evaluar su exposición a un clima de incertidumbre en el que se pondrá especial foco sobre la exposición geográfica en las decisiones de inversión y aprovisionamiento.
Este nuevo conflicto puede acelerar una tendencia a la relocalización de actividad y, en el medio y largo plazo, incrementar el proceso de desglobalización de la economía mundial. El nuevo escenario supone, además, un giro muy relevante en la estrategia de empresas y gobiernos, que hasta ahora habían priorizado el ahorro de costes y los intereses económicos, respectivamente, hacia una visión en la que prevalezcan cuestiones vinculadas a la seguridad en las cadenas de suministro y en los intereses estratégicos de los estados.
Así las cosas, la globalización como se ha entendido hasta ahora podría verse abocada a una importante transformación y el mundo, por ende, estaría entrando en una época en la que el multilateralismo va a sufrir una profunda revisión y en la que las decisiones de localización van a estar influenciadas no solo por los costes, sino también por cuestiones vinculadas a la estabilidad política.
Deja un comentario