La obsesión por el futuro condiciona nuestro comportamiento presente. El primatólogo Frans de Wall plantea un ejemplo popular: “la gente adinerada quita sigilosamente las etiquetas del precio de los muebles, utensilios de cocina y otros artículos caros de sus hogares para no molestar a sus empleados del hogar”. Prevén así futuras situaciones embarazosas, aunque tal vez nunca sucedan. En compliance, esta fijación por generar evidencias para el futuro lleva a desatender el presente.
La psicóloga y neurociéntifica Lisa Feldman Barret defiende que nuestro cerebro elabora predicciones constantes según experiencias previas. Por eso, a medida que nos hacemos mayores ganamos seguridad y erramos menos en ellas. Esto explica por qué se valora tanto la experiencia en la selección de talento, especialmente en los profesionales senior del compliance. Todas las sociedades buscan rentabilizar el conocimiento de quienes acumulan más experiencia: de ahí procede el término y la institución del “senado”, tan vinculado con las democracias. Tiene además mucho sentido desde una perspectiva evolutiva, pues nuestra capacidad de supervivencia está más ligada a evitar riesgos que a ponernos en ellos. Y en esto, la experiencia es un grado.
Este sesgo conduce a gestionar la realidad presente atendiendo no tanto a las necesidades actuales como a las previsiones de futuro. Pero mientras que las primeras las conocemos bien, las segundas se fundamentan en hipótesis que tal vez no se materialicen. En la esfera del compliance, esto lleva a planificar actividades y redactar documentos que, más que abordar necesidades presentes, cubren previsiones teóricas. Sin restar utilidad a esta faceta de reflexión, es fácil que redunde en “jugar a la defensiva” sin darse cuenta de ello.
El Comité de Cumplimieno del Colegio de Abogados de la ciudad de Nueva York publicó en 2022 un documento sobre la responsabilidad del compliance officer. En ese contexto, denunciaba que un marco excesivamente riguroso respecto de dicho cargo llevaría a “jugar a la defensiva”, es decir, desarrollar actividades pensando más en cómo salvaguardarse personalmente, que en la eficacia real de sus actividades inmediatas.
Cuando la sombra de la crítica planea sobre nuestras cabezas, puede perderse el norte por ansiedad. El neurocientífico Joseph E. Ledoux apunta que “la ansiedad y el miedo están estrechamente relacionados. Son reacciones ante situaciones perjudiciales o potencialmente perjuidiciales. La ansiedad suele diferenciarse del miedo por falta de un estímulo externo que provoque la reacción: la ansiedad surge de nuestro interior, es un miedo hacia el mundo exterior”. El soporte y comprensión de las administraciones ante quienes gestionan riesgos es importante para evitar escenarios de ansiedad que abocan a “jugar a la defensiva”, provocando la migración de perfiles comprometidos con el compliance hacia otros más preocupados por ahorrarse problemas multiplicando documentos.
La práctica impulsada por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, haciendo que el Chief Compliance Officer suscriba, junto con el Chief Executive Officer, una declaración de adecuación de su modelo de compliance (Anexo H), estimula priorizar la generación de evidencias, llegando a desatender aspectos fuera de lo ortodoxia clásica que, sin embargo, revisten gran importancia práctica. Es el caso de acercar los procedimientos de compliance a quienes no disponen de los conocimientos ni medios tecnológicos para aprovechar los recursos puestos a su disposición para prevenir irregularidades. La brecha tecnológica es un aspecto poco tratado y que mucho entorpece la efectividad de los modelos de compliance, siendo el aspecto que trato en el video número 19 de la Serie sobre “Relexiones de compliance”. Es una cuestión olvidada frente a la inquietud común por documentar las medidas típicamente asociadas con el “buen compliance”.
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